Lectura de la carta del Apóstol san Pablo a los cristianos de Galacia.
Hermanos: Reconozcan que los verdaderos hijos de Abraham son los que tienen fe. La Escritura, previendo que Dios justificaría a los paganos por la fe, anticipó esta buena noticia a Abraham, prometiéndole: En ti serán bendecidas todas las naciones. De esa manera, los que creen son los que participan de la bendición de Abraham, el creyente. En efecto, todos los que confían en las obras de la Ley están bajo una maldición, porque dice la Escritura: «Maldito sea el que no cumple fielmente todo lo que está escrito en el Libro de la Ley». Es evidente que delante de Dios nadie es justificado por la Ley, ya que el que es justo vivirá por la fe. La Ley no tiene en cuenta la fe, antes bien, el que observa sus preceptos vivirá por ellos. Cristo nos liberó de esta maldición de la Ley, haciéndose Él mismo maldición por nosotros, porque también está escrito: «Maldito el que está colgado en el patíbulo». Y esto, para que la bendición de Abraham alcanzara a todos los paganos en Cristo Jesús, y nosotros recibiéramos por la fe el Espíritu prometido. Palabra de Dios.
Comentario: San Pablo se enfrenta con la Ley, puesto que, a causa del pecado del pueblo judío, esta ley quedó pervertida. En vez de llevarlos a Dios para su salvación, les hizo creer que se salvaban por sus propios méritos, adquiridos por la observancia de la Ley y la circuncisión. En definitiva, el Apóstol reprocha esta arrogancia y la estupidez que le conlleva sus propios éxitos.
R. ¡El Señor se acuerda de su Alianza!
Doy gracias al Señor de todo corazón, en la reunión y en la asamblea de los justos. Grandes son las obras del Señor: los que las aman desean comprenderlas. R.
Su obra es esplendor y majestad, su justicia permanece para siempre. Él hizo portentos memorables, el Señor es bondadoso y compasivo. R.
Proveyó de alimento a sus fieles y se acuerda eternamente de su Alianza. Manifestó a su pueblo el poder de sus obras, dándole la herencia de las naciones. R.
Aleluia. «Ahora el Príncipe de este mundo será arrojado afuera; y cuando Yo sea levantado en alto sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí», dice el Señor. Aleluia.
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas.
Habiendo Jesús expulsado un demonio, algunos de entre la muchedumbre decían: «Éste expulsa a los demonios por el poder de Belzebul, el Príncipe de los demonios». Otros, para ponerlo a prueba, exigían de Él un signo que viniera del cielo. Jesús, que conocía sus pensamientos, les dijo: «Un reino donde hay luchas internas va a la ruina y sus casas caen una sobre otra. Si Satanás lucha contra sí mismo, ¿cómo podrá subsistir su reino? Porque –como ustedes dicen– Yo expulso a los demonios con el poder de Belzebul. Si Yo expulso a los demonios con el poder de Belzebul, ¿con qué poder los expulsan los discípulos de ustedes? Por eso, ustedes los tendrán a ellos como jueces. Pero si Yo expulso a los demonios con la fuerza de Dios, quiere decir que el Reino de Dios ha llegado a ustedes. Cuando un hombre fuerte y bien armado hace guardia en su palacio, todas sus posesiones están seguras, pero si viene otro más fuerte que él y lo domina, le quita las armas en las que confiaba y reparte sus bienes. El que no está conmigo está contra mí; y el que no recoge conmigo desparrama. Cuando el espíritu impuro sale de un hombre, vaga por lugares desiertos en busca de reposo, y al no encontrarlo, piensa: “Volveré a mi casa, de donde salí”. Cuando llega, la encuentra barrida y ordenada. Entonces va a buscar a otros siete espíritus peores que él; entran y se instalan allí. Y al final, ese hombre se encuentra peor que al principio». Palabra del Señor.
Comentario: Ante el creciente prestigio que gana Jesús entre la gente los fariseos estallan de envidia. La envidia produce dolor por no poseer los bienes del otro, desencadenando otros males como, en este caso, relacionar a Jesús con el Maligno, desligándolo de Dios. ¿Nos alegra o entristece el bien de los demás?