Prefacio de vírgenes.
Leccionario Santoral: Cant 8, 6-7; Sal 148, 1-2. 11-14; Lc 10, 38-42.
LECTURA Gn 3, 1-8
Lectura del libro del Génesis.
La serpiente era el más astuto de todos los animales del campo que el Señor Dios había hecho, y dijo a la mujer: “¿Así que Dios les ordenó que no comieran de ningún árbol del jardín?”. La mujer le respondió: “Podemos comer los frutos de todos los árboles del jardín. Pero respecto del árbol que está en medio del jardín, Dios nos ha dicho: ‘No coman de él ni lo toquen, porque de lo contrario quedarán sujetos a la muerte’”. La serpiente dijo a la mujer: “No, no morirán. Dios sabe muy bien que cuando ustedes coman de ese árbol, se les abrirán los ojos y serán como dioses, conocedores del bien y del mal”. Cuando la mujer vio que el árbol era apetitoso para comer, agradable a la vista y deseable para adquirir discernimiento, tomó de su fruto y comió; luego se lo dio a su marido, que estaba con ella, y él también comió. Entonces se abrieron los ojos de los dos y descubrieron que estaban desnudos. Por eso se hicieron unos taparrabos, entretejiendo hojas de higuera. Al oír la voz del Señor Dios que se paseaba por el jardín, a la hora en que sopla la brisa, se ocultaron de él, entre los árboles del jardín. Palabra de Dios.
Comentario: El relato intenta clarificar cuestionamientos de tipo existencial y de fe. El episodio de la mujer y la serpiente, en torno al árbol de la ciencia del bien y del mal, manifiesta cómo este último alcanza mayor importancia. Porque la tentadora no es la mujer, sino la serpiente y el poder de seducción del fruto. Por tanto, la gran tentación del ser humano es ponerse a sí mismo como medida única de todo cuanto existe y sus propios intereses, prescindiendo de Dios.
SALMO Sal 31, 1-2. 5-7
R. ¡Feliz el que ha sido absuelto de su pecado!
¡Feliz el que ha sido absuelto de su pecado y liberado de su falta! ¡Feliz el hombre a quien el Señor no le tiene en cuenta las culpas, y en cuyo espíritu no hay doblez! R.
Yo reconocí mi pecado, no te escondí mi culpa, pensando: “Confesaré mis faltas al Señor”. ¡Y tú perdonaste mi culpa y mi pecado! R.
Por eso, que todos tus fieles te supliquen en el momento de la angustia; y cuando irrumpan las aguas caudalosas no llegarán hasta ellos. R.
Tú eres mi refugio, tú me libras de los peligros y me colmas con la alegría de la salvación. R.
ALELUIA Cf. Hech 16, 14
Aleluia. Señor, abre nuestro corazón, para que aceptemos las palabras de tu Hijo. Aleluia.
EVANGELIO Mc 7, 31-37
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos.
Cuando Jesús volvía de la región de Tiro, pasó por Sidón y fue hacia el mar de Galilea, atravesando el territorio de la Decápolis. Entonces le presentaron a un sordomudo y le pidieron que le impusiera las manos. Jesús lo separó de la multitud y, llevándolo aparte, le puso los dedos en las orejas y con su saliva le tocó la lengua. Después, levantando los ojos al cielo, suspiró y le dijo: “Efatá”, que significa: “Ábrete”. Y en seguida se abrieron sus oídos, se le soltó la lengua y comenzó a hablar normalmente. Jesús les mandó insistentemente que no dijeran nada a nadie, pero cuanto más insistía, ellos más lo proclamaban y, en el colmo de la admiración, decían: “Todo lo ha hecho bien: hace oír a los sordos y hablar a los mudos”. Palabra del Señor.
Comentario: La Buena Noticia de Jesús se expande por tierras paganas. El Señor sana a un sordomudo, el cual simboliza la actitud cerrada del mundo pagano ante el proyecto de Dios. Es decir, el sordomudo no puede escucharlo ni proclamarlo. Por tanto, su sanación ratifica al mundo pagano que la fe y la apertura a la Palabra de Dios van unidas. Sin duda que es un camino progresivo, arduo y de lenta madurez.