Gloria. Credo. Prefacio propio.
Lectura del libro del Apocalipsis.
Yo, Juan, vi a un ángel que subía del Oriente, llevando el sello del Dios vivo. Y comenzó a gritar con voz potente a los cuatro ángeles que habían recibido el poder de dañar a la tierra y al mar: «No dañen a la tierra, ni al mar, ni a los árboles, hasta que marquemos con el sello la frente de los servidores de nuestro Dios». Oí entonces el número de los que habían sido marcados: eran 144.000 pertenecientes a todas las tribus de Israel. Después de esto, vi una enorme muchedumbre, imposible de contar, formada por gente de todas las naciones, familias, pueblos y lenguas. Estaban de pie ante el trono y delante del Cordero, vestidos con túnicas blancas; llevaban palmas en la mano y exclamaban con voz potente: «¡La salvación viene de nuestro Dios que está sentado en el trono, y del Cordero!». Y todos los ángeles que estaban alrededor del trono, de los ancianos y de los cuatro seres vivientes, se postraron con el rostro en tierra delante del trono, y adoraron a Dios, diciendo: «¡Amén! ¡Alabanza, gloria y sabiduría, acción de gracias, honor, poder y fuerza a nuestro Dios para siempre! ¡Amén!». Y uno de los ancianos me preguntó: «¿Quiénes son y de dónde vienen los que están revestidos de túnicas blancas?». Yo le respondí: «Tú lo sabes, señor». Y él me dijo: «Éstos son los que vienen de la gran tribulación; ellos han lavado sus vestiduras y las han blanqueado en la sangre del Cordero». Palabra de Dios.
Comentario: La visión del autor, quizás un poco pesimista ante la divinización de la figura del emperador y la gran Roma, responde con la única solución posible para el creyente: todo es viable con la fe y la esperanza. Por otra parte, el Imperio romano pretendía presentarse como el absoluto de la historia. Por eso, la descripción de los 144.000 sellados es un símbolo de la plenitud de los creyentes, es una señal de optimismo de cara al futuro «Absoluto con Dios».
R. ¡Benditos los que buscan al Señor!
Del Señor es la tierra y todo lo que hay en ella, el mundo y todos sus habitantes, porque él la fundó sobre los mares, él la afirmó sobre las corrientes del océano. R.
¿Quién podrá subir a la Montaña del Señor y permanecer en su recinto sagrado? El que tiene las manos limpias y puro el corazón; el que no rinde culto a los ídolos ni jura falsamente. R.
Él recibirá la bendición del Señor, la recompensa de Dios, su Salvador. Así son los que buscan al Señor, los que buscan tu rostro, Dios de Jacob. R.
Lectura de la primera carta de san Juan.
Queridos hermanos: ¡Miren cómo nos amó el Padre! Quiso que nos llamáramos hijos de Dios, y nosotros lo somos realmente. Si el mundo no nos reconoce, es porque no lo ha reconocido a él. Queridos míos, desde ahora somos hijos de Dios, y lo que seremos no se ha manifestado todavía. Sabemos que cuando se manifieste, seremos semejantes a él, porque lo veremos tal cual es. El que tiene esta esperanza en él, se purifica, así como él es puro. Palabra de Dios.
Comentario: Las palabras están dirigidas a Gayo, un discípulo fiel de la comunidad, con el fin de que brinde su hospitalidad a los predicadores itinerantes enviados por el Apóstol. La carta responde a un problema interno de abuso de autoridad y que obviamente condena la conducta del supuesto responsable de la comunidad local, Diotrefes. Este último había rechazado a los misioneros enviados por Juan y por eso la censura del Apóstol.
Aleluia. «Vengan a mí todos los que están afligidos y agobiados, y yo los aliviaré», dice el Señor. Aleluia.
Evangelio de nuestro Señor Jesu-cristo según san Mateo.
Seguían a Jesús grandes multitudes, que llegaban de Galilea, de la Decápolis, de Jerusalén, de Judea y de la Transjordania. Al ver la multitud, Jesús subió a la montaña, se sentó, y sus discípulos se acercaron a él. Entonces tomó la palabra y comenzó a enseñarles, diciendo: «Felices los que tienen alma de pobres, porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos. Felices los afligidos, porque serán consolados. Felices los pacientes, porque recibirán la tierra en herencia. Felices los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados. Felices los misericordiosos, porque obtendrán misericordia. Felices los que tienen el corazón puro, porque verán a Dios. Felices los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios. Felices los que son perseguidos por practicar la justicia, porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos. Felices ustedes, cuando sean insultados y perseguidos, y cuando se los calumnie en toda forma a causa de mí. Alégrense y regocíjense entonces, porque ustedes tendrán una gran recompensa en el cielo; de la misma manera persiguieron a los profetas que los precedieron». Palabra del Señor.
Comentario: El lenguaje y contenido de las Bienaventuranzas alude a una serie de reminiscencias del Antiguo Testamento, sobre todo de los Salmos y Profetas (cf. Sal 24, 3-4 o Is 61, 1-3; Zac 7, 9-10). Así, el Sermón del Monte se abre con el itinerario evangélico de Jesús hacia los «pobres de espíritu». En los tiempos de Jesús «el pobre» es el piadoso, honrado y practicante de la justicia, que vive bajo el yugo del influyente y rico. Por eso la pobreza desde Dios ha de estar acompañada y determinada por la sencillez de corazón, por la integridad de vida y por la convicción profunda de la necesidad que el hombre tiene de Dios.