Gloria. Prefacio propio. Día del Sacerdocio Ministerial.
El obispo realiza la bendición del óleo de los enfermos y del óleo de los catecúmenos, y la consagración del crisma en este día, según la costumbre, en la Misa propia que ha de celebrarse por la mañana.
Se utiliza para ello el rito establecido en el Pontifical Romano.
Esta Misa, que el obispo concelebra con su presbiterio, expresa la comunión que existe entre los presbíteros y su obispo.
Es conveniente, por tanto, que todos los presbíteros, en cuanto sea posible, participen de ella y reciban la comunión bajo las dos especies.
Para significar la unidad del presbiterio diocesano, procúrese que los presbíteros que concelebran con su obispo sean de las diversas zonas de la diócesis.
Según la costumbre tradicional, la bendición del óleo de los enfermos se hace antes de finalizar la Plegaria eucarística; la bendición del óleo de los catecúmenos y la consagración del crisma, después de la comunión.
Con todo, por razones pastorales, es lícito realizar todo el rito de estas bendiciones después de la Liturgia de la Palabra.
Se canta o se dice Gloria.
ANTÍFONA DE ENTRADA Cf. Gál 6, 14
Debemos gloriarnos en la Cruz de nuestro Señor Jesucristo: en él está nuestra salvación, nuestra vida y nuestra resurrección; por él hemos sido salvados y redimidos.
Mientras se canta este himno, se tocan las campanas. Terminado el canto, las campanas no vuelven a tocarse hasta la Vigilia Pascual, a no ser que el Obispo diocesano juzgue oportuno establecer otra cosa. Asimismo el órgano y los demás instrumentos musicales deben usarse únicamente para acompañar el canto.
ORACIÓN COLECTA
Dios nuestro, reunidos para celebrar la santísima Cena en la que tu Hijo unigénito, antes de entregarse a la muerte, confió a la Iglesia el nuevo y eterno sacrificio, banquete pascual de su amor, concédenos que, de tan sublime misterio, brote para nosotros la plenitud del amor y de la vida. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo, y es Dios, por los siglos de los siglos.
1ª LECTURA Éx 12, 1-8. 11-14
Lectura del libro del Éxodo.
El Señor dijo a Moisés y a Aarón en la tierra de Egipto: «Este mes será para ustedes el mes inicial, el primero de los meses del año. Digan a toda la comunidad de Israel: “El diez de este mes, consíganse cada uno un animal del ganado menor, uno para cada familia. Si la familia es demasiado reducida para consumir un animal entero, se unirá con la del vecino que viva más cerca de su casa. En la elección del animal tengan en cuenta, además del número de comensales, lo que cada uno come habitualmente. Elijan un animal sin ningún defecto, macho y de un año; podrá ser cordero o cabrito. Deberán guardar¬lo hasta el catorce de este mes, y a la hora del crepúsculo, lo inmolará toda la asamblea de la comunidad de Israel. Después tomarán un poco de su sangre, y marcarán con ella los dos postes y el dintel de la puerta de las casas donde lo coman. Y esa misma noche comerán la carne asada al fuego, con panes sin levadura y verduras amargas. Deberán comerlo así: ceñidos con un cinturón, calzados con sandalias y con el bastón en la mano. Y lo comerán rápidamente: es la Pascua del Señor. Esa noche Yo pasaré por el país de Egipto para exterminar a todos sus primogénitos, tanto hombres como animales, y daré un justo escarmiento a los dioses de Egipto. Yo soy el Señor. La sangre les servirá de señal para indicar las casas donde ustedes estén. Al verla, Yo pasaré de largo, y así ustedes se librarán del golpe del Exterminador, cuando Yo castigue al país de Egipto. Éste será para ustedes un día memorable y deberán solemnizarlo con una fiesta en honor del Señor. Lo celebrarán a lo largo de las generaciones como una institución perpetua”». Palabra de Dios.
Comentario: La Pascua era una fiesta muy antigua que celebraban los hebreos antes de su estadía en Egipto. Tenía un carácter pastoril y se efectuaba en primavera. Consistía en un sacrificio de un cordero, asado y comido con pan sin levadura y hierbas amargas. Con la sangre del cordero eran ungidos los palos de las tiendas y ello implicaba un sentido propiciatorio.
SALMO Sal 115, 12-13. 15-18
R. ¿Con qué pagaré al Señor todo el bien que me hizo?
¿Con qué pagaré al Señor todo el bien que me hizo? Alzaré la copa de la salva¬ción e invocaré el nombre del Señor. R.
¡Qué penosa es para el Señor la muerte de sus amigos! Yo, Señor, soy tu servidor, lo mismo que mi madre: por eso rompiste mis cadenas. R.
Te ofreceré un sacrificio de alabanza, e invocaré el nombre del Señor. Cumpliré mis votos al Señor, en presencia de todo su pueblo. R.
2ª LECTURA 1Cor 11, 23-26
Lectura de la primera carta del Apóstol san Pablo a los cristianos de Corinto.
Hermanos: Lo que yo recibí del Señor, y a mi vez les he transmitido, es lo siguiente: El Señor Jesús, la noche en que fue entregado, tomó el pan, dio gracias, lo partió y dijo: «Esto es mi Cuerpo, que se entrega por ustedes. Hagan esto en memoria mía». De la misma manera, después de cenar, tomó la copa, diciendo: «Esta copa es la Nueva Alianza que se sella con mi Sangre. Siempre que la beban, háganlo en memoria mía». Y así, siempre que coman este pan y beban esta copa, proclamarán la muerte del Señor hasta que Él vuelva. Palabra de Dios.
Comentario: San Pablo recrimina a la comunidad de Corinto porque en sus asambleas eucarísticas había “ranchos aparte” y “grupos”, con lo cual se había perdido el Espíritu comunitario. Por eso reafirma su catequesis sobre la muerte de Jesús como sacrificio cruento, es decir, el gesto de comer su Cuerpo y beber su Sangre, junto con ser una reminiscencia a la Pascua, también es la celebración en “comunión” y en “armonía” de la comunidad, de manera que se valore lo que significa esa “unión” comunitaria.
ACLAMACIÓN Jn 13, 34
«Les doy un mandamiento nuevo: Ámense los unos a los otros, como Yo los he amado», dice el Señor.
EVANGELIO Jn 13, 1-15
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan.
Antes de la fiesta de Pascua, sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, Él, que había amado a los suyos que quedaban en el mundo, los amó hasta el fin. Durante la Cena, cuando el demonio ya había inspirado a Judas Iscariote, hijo de Simón, el propósito de entregarlo, sabiendo Jesús que el Padre había puesto todo en sus manos y que Él había venido de Dios y volvía a Dios, se levantó de la mesa, se sacó el manto y tomando una toalla se la ató a la cintura. Luego echó agua en un recipiente y empezó a lavar los pies a los discípulos y a secárselos con la toalla que tenía en la cintura. Cuando se acercó a Simón Pedro, éste le dijo: «¿Tú, Señor, me vas a lavar los pies a mí?». Jesús le respondió: «No puedes comprender ahora lo que estoy haciendo, pero después lo comprenderás». «No, le dijo Pedro, ¡Tú jamás me lavarás los pies a mí!». Jesús le respondió: «Si Yo no te lavo, no podrás compartir mi suerte». «Entonces, Señor, le dijo Simón Pedro, ¡no sólo los pies, sino también las manos y la cabeza!». Jesús le dijo: «El que se ha bañado no necesita lavarse más que los pies, porque está completamente limpio. Ustedes también están limpios, aunque no todos». Él sabía quién lo iba a entregar, y por eso había dicho: «No todos ustedes están limpios». Después de haberles lavado los pies, se puso el manto, volvió a la mesa y les dijo: «¿comprenden lo que acabo de hacer con ustedes? Ustedes me llaman Maestro y Señor, y tienen razón, porque lo soy. Si Yo, que soy el Señor y el Maestro, les he lavado los pies, ustedes también deben lavarse los pies unos a otros. Les he dado el ejemplo, para que hagan lo mismo que Yo hice con ustedes». Palabra del Señor.
Comentario: El acto de lavar los pies por parte de Jesús ha de entenderse como un servicio al prójimo, pero también como un signo de “purificación” y además ha de recordar al creyente su bautismo. Por eso, ni la muerte ni la resurrección, de las cuales es símbolo el lavatorio, llegarán a ser eficaces ni surtirán efecto alguno sin la fe y el amor por parte del que cree en Jesús.
Después de la homilía, si conviene pastoralmente, se realiza el lavatorio de pies.