Por Fundación Padre Alberto Hurtado
Alberto Hurtado marcó el siglo XX en nuestro país. Hasta el día de hoy, más de setenta años después de su muerte, permanece en las mentes y corazones de los chilenos y chilenas como un ícono de verdadero cristianismo y de lucha social constructiva, llena de sentido social; un hombre de profunda religiosidad y espiritualidad unida a un trabajo constante y decidido por el bien común – consecuencias lógicas del cristianismo bien vivido–. Lo animaba un infatigable amor al prójimo. Nos recuerda lo mejor que hay en el alma chilena.
Alberto Hurtado era un hombre profundo y brillante, pero a la vez sencillo y práctico. Durante sus cortos once años de apostolado en Chile se dedicó al servicio de los jóvenes en la Acción Católica, muchos de los cuales se dedicaron al servicio público en la política, en el sacerdocio y en la vida familiar y laical; al establecimiento de su obra social más conocida, el Hogar de Cristo; a la formación de líderes sindicales católicos a través de la ASICH, su última labor que dejó inconclusa. Esto, además de dar clases en el Seminario Pontificio, en la Universidad Católica, retiros y ejercicios espirituales a todo tipo de personas.
Durante su vida escribió varias columnas, muchas de ellas dedicadas a recaudar fondos para sus obras sociales. En ellas, era muy claro al identificar a las personas empobrecidas como Cristo. En ese tiempo la pobreza en Chile era brutal. En los años 30 se venía saliendo de la Gran Depresión y ya se había pasado hace rato el auge de la economía chilena debido al salitre. Recordaba el Padre Hurtado, en una meditación, a “aquellos que he visto en los conventillos, en los ranchos, debajo de los puentes. Todos esos cuya desgracia he podido adivinar, vislumbrar su inquietud. Todos esos niños pálidos, de caritas hundidas… Esos tísicos de San José”… En estas palabras Alberto pintaba la pobreza de su tiempo, con la que había entrado en contacto a través de su madre, Ana Cruchaga, que lo llevó desde pequeño al Patronato de San Antonio, a servir a los más pobres que ella, viuda con dos hijos.
Hoy vivimos en un Chile muy diferente. La pobreza, expresada en índices como la desnutrición o la mortalidad infantil, han disminuido notablemente. Pero en los últimos años nuevas realidades sociales, como la pandemia y sus efectos posteriores, la soledad de los adultos mayores, la deserción escolar, el déficit de viviendas dignas, entre otras, le han dado un nuevo rostro a esa pobreza.
Ante este nuevo rostro, en época de Navidad, podemos preguntarnos: ¿Quién sufre los flagelos de la pobreza en mi vida? ¿Hay alguna persona en situación de calle o vulnerabilidad con la que me encuentro constantemente? Puede ser alguien que me pida dinero, pero también puede ser alguien que esté mucho más cerca: algún familiar o persona que está sola, que pide mi atención; o mi padre o mi madre, o incluso mi esposo o mi pareja o hijos, que piden también mi cariño o una mirada amorosa.
En diciembre de 1947, con el título “Las más felices Navidades”, el Padre Hurtado publicó estas palabras en la primera edición de la revista mensual El Hogar de Cristo. Lo compartimos con ustedes durante este mes. Los invitamos a preguntarse, mientras lo leen: ¿Quién es Cristo en mi vida?
Mamá: “Mira, hijito, hace casi dos mil años la Virgen María se puso en camino a Belén. Hacía mucho frío y los campos estaban cubiertos de nieve. Se hace oscuro y no tiene dónde pasar la noche. Todas las puertas se le cierran. Lo único que encuentra es una pesebrera de animales. Allí nació el Niñito Jesús tiritando de frío; no tenía cuna ni colchón. La Virgen no tenía otra cama que el suelo de la pesebrera. San José buscó en el monte unos palitos para hacer fuego, para que la Virgen y el Niño no se murieran de frío”.
El hijo (que escucha impresionado): “Mamá ¿qué puedo hacer por el Niñito Jesús? Porque yo lo quiero mucho y me da pena que tenga frío, y no quiero que llore”.
Mamá: “El Niño Jesús está ahora en el Cielo y no tiene frío; pero hay otros niñitos y hay gente grande a quienes Jesús quiere mucho, que tienen hambre y que no tienen dónde dormir. Lo que tú quisieras hacer por el Niñito Jesús, hazlo por ellos, pues él dijo: «Lo que hiciereis a mis pequeñuelos, a Mí lo hacéis»”.
La noche siguiente, al despedirse, la madre de su hijo vio que faltaban los juguetes.
Hijo: “Se los di a un niño pobre, mamacita, para que pase contento el día de Navidad”.
San Alberto culminaba esta historia con la siguiente reflexión: “Señora, caballero, la historieta tiene lenguaje infantil, pero enseña de cristianismo profundo; es un mensaje para los hombres de buena voluntad, cualquiera que sea su edad. Jesús vive en la persona de sus pobres. El pobre es Cristo, y como hace dos mil años no tiene alimento, no tiene vestuario… Le falta todo. Estas Navidades: ¿Quiere agradecer a Jesús su venida? ¡Haga algo por sus pobres! Pregúntese: ¿Qué obra buena puedo hacer estas Navidades? ¿Cómo alegrar a un hermano mío, esta noche de paz, noche de amor? Mire… Piense… Responda: ¡No tienen qué comer! ¡No tienen dónde dormir! Sus quiltros son sus amigos, su familia”.
Con esta reflexión reiteramos la invitación, como lo hacemos año a año, a depositar un ramo de aromo en la tumba de Alberto Hurtado en su Santuario, ubicado en la comuna de Estación Central en Santiago, como un gesto y símbolo de querer dejar iluminar nuestro seguimiento de Jesús por su figura.
Acerca de la Fundación: Es una obra de la Compañía de Jesús y su propósito es Inspirar con el pensamiento y testimonio del Padre Alberto Hurtado.
Para más información: https://padrealbertohurtado.cl