La Santísima Virgen María, Reina (MO). Blanco.
Leccionario Santoral: Is 9, 1-6; Sal 112, 1-8; Lc 1, 26-38.
Prefacio de la Virgen María.
Esta fiesta fue instituida en el año 1955 por Pío XII. Cierto: María no es reina al estilo humano, pues ella misma se proclama sierva del Señor y vive oculta toda su vida. Es Reina por ser Madre del Rey del universo, quien dijo “mi reino no es de este mundo”, y “no vine para ser servido, sino para servir”. Pío XII, al coronar a la Virgen de Fátima, la llamó “Madre y servidora del Rey de los mártires”. En la Salve la llamamos “Reina y madre de misericordia”, y las letanías proclaman sus verdaderas prerrogativas de Reina: “Reina de los ángeles, de los patriarcas, de los profetas, de los Apóstoles, de los mártires, de los confesores, de las vírgenes, de los santos; Reina concebida sin pecado original, Reina elevada a los cielos, Reina del santo rosario, Reina de la paz”. En el quinto misterio glorioso se afirma que fue “coronada por la Santísima Trinidad como Reina de cielos y tierra”. Privilegios que nada tienen que ver con los reinos de este mundo. La Constitución Lumen Gentium, del Concilio Vaticano II, dice: “María fue asunta a la gloria celeste y fue ensalzada por el Señor como Reina universal, para asimilarla de forma más plena a su Hijo”. Y como suprema Reina nuestra, le debemos respeto, veneración y amor sincero.
La Reina está de pie, a tu derecha, con un vestido precioso, rodeada de esplendor.
ORACIÓN COLECTA
Padre, que nos diste como Madre y Reina nuestra a la Madre de tu Hijo, concédenos en tu bondad que, sostenidos por su intercesión poderosa, alcancemos la gloria de hijos tuyos en el reino de los cielos. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo, y es Dios, por los siglos de los siglos.
LECTURA Jc 11, 29-39
Lectura del libro de los Jueces.
El espíritu del Señor descendió sobre Jefté, y éste recorrió Galaad y Manasés, pasó por Mispá de Galaad y desde allí avanzó hasta el país de los amonitas. Entonces hizo al Señor el siguiente voto: «Si entregas a los amonitas en mis manos, el primero que salga de la puerta de mi casa a recibirme, cuando yo vuelva victorioso, pertenecerá al Señor y lo ofreceré en holocausto». Luego atacó a los amonitas, y el Señor los entregó en sus manos. Jefté los derrotó, desde Aroer hasta cerca de Minit –eran en total veinte ciudades– y hasta Abel Queramím. Les infligió una gran derrota, y así los amonitas quedaron sometidos a los israelitas. Cuando Jefté regresó a su casa, en Mispá, le salió al encuentro su hija, bailando al son de panderetas. Era su única hija; fuera de ella, Jefté no tenía hijos ni hijas. Al verla, rasgó sus vestiduras y exclamó: «¡Hija mía, me has destrozado! ¿Tenías que ser tú la causa de mi desgracia? Yo hice una promesa al Señor, y ahora no puedo retractarme». Ella le respondió: «Padre, si has prometido algo al Señor, tienes que hacer conmigo lo que prometiste, ya que el Señor te ha permitido vengarte de tus enemigos, los amonitas». Después añadió: «Sólo te pido un favor: dame un plazo de dos meses para ir por las montañas a llorar con mis amigas por no haber tenido hijos». Su padre le respondió: «Puedes hacerlo». Ella se fue a las montañas con sus amigas, y se lamentó por haber quedado virgen. Al cabo de los dos meses regresó, y su padre cumplió con ella el voto que había hecho.
Palabra de Dios.
Comentario: Esta promesa cumplida por Jefté es una de las páginas más enigmáticas de la Biblia. ¿Cómo Dios no salió a proteger la vida como en otros casos? El llanto de esta niña hace tomar conciencia de que Dios no puede ir en contra del sentido común. En casos similares, la Iglesia invita a los promesantes a cambiar sus promesas cuando ellas superan sus posibilidades.
SALMO Sal 39, 5. 7-10
R. ¡Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad!
¡Feliz el que pone en el Señor toda su confianza, y no se vuelve hacia los rebeldes que se extravían tras la mentira! R.
Tú no quisiste víctima ni oblación; pero me diste un oído atento; no pediste holocaustos ni sacrificios, entonces dije: «Aquí estoy». R.
«En el Libro de la Ley está escrito lo que tengo que hacer: yo amo, Dios mío, tu voluntad, y tu Ley está en mi corazón». R.
Proclamé gozosamente tu justicia en la gran asamblea; no, no mantuve cerrados mis labios, Tú lo sabes, Señor. R.
ALELUIA Cfr. Sal 94, 7. 8
Aleluia. Si escuchan la voz del Señor, no endurezcan el corazón. Aleluia.
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo.
Jesús se dirigió a los sumos sacerdotes y fariseos, diciendo esta parábola: El Reino de los Cielos se parece a un rey que celebraba las bodas de su hijo. Envió entonces a sus servidores para avisar a los invitados, pero éstos se negaron a ir. De nuevo envió a otros servidores con el encargo de decir a los invitados: «Mi banquete está preparado; ya han sido matados mis terneros y mis mejores animales, y todo está a punto: Vengan a las bodas». Pero ellos no tuvieron en cuenta la invitación, y se fueron, uno a su campo, otro a su negocio; y los demás se apoderaron de los servidores, los maltrataron y los mataron. Al enterarse, el rey se indignó y envió a sus tropas para que acabaran con aquellos homicidas e incendiaran su ciudad. Luego dijo a sus servidores: «El banquete nupcial está preparado, pero los invitados no eran dignos de él. Salgan a los cruces de los caminos e inviten a todos los que encuentren». Los servidores salieron a los caminos y reunieron a todos los que encontraron, buenos y malos, y la sala nupcial se llenó de convidados. Cuando el rey entró para ver a los comensales, encontró a un hombre que no tenía el traje de fiesta. «Amigo, le dijo, ¿cómo has entrado aquí sin el traje de fiesta?» El otro permaneció en silencio. Entonces el rey dijo a los guardias: «Átenlo de pies y manos, y arrójenlo afuera, a las tinieblas. Allí habrá llanto y rechinar de dientes». Porque muchos son llamados, pero pocos son elegidos.
Palabra del Señor.
Comentario: Esta parábola es figura de la Historia de la Salvación: Dios tomó la iniciativa de llamar y formar al pueblo de Israel, al no ser correspondido, sale por otras personas y pueblos, donde hay quienes aceptan y quienes tampoco comprenden el llamado. ¿Hemos comprendido y aceptado la invitación de Dios?