Es sábado. Jesús ve a un ciego que mendiga. Se conmueve, hace barro con su saliva, se lo pone sobre los ojos y lo envía a lavarse a la piscina de Siloé, que significa “enviado”. Inmediatamente, se le abrieron los ojos y una caricia de luz iluminó su vida. El ciego constata algo bien concreto: que antes no veía y que, luego del encuentro con Jesús, ahora ve; por eso, sencillamente, concluye: Si este no viniera de Dios, no podría haberme sanado. Y se arrodilla ante él.
Escuchemos “La Reflexión del Domingo”, bajo la conducción del padre Aderico Dolzani, de la Sociedad de SAN PABLO:
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