Los evangelios muestran que, al sepultar a Jesús, todo se termina y queda inmóvil. En la Pascua, todo vuelve a ponerse en movimiento y lleno de energía. No hay más tiempo para las lágrimas ni para los lutos, y comienza el tiempo de la fe en el Resucitado.
Al ver el sepulcro vacío, obviamente, la conclusión que se puede sacar es que el cuerpo fue robado. Pero el discípulo amado ve más allá de las apariencias y cree. No se quedó con las vendas y con el llanto. El, sencillamente, creyó. Es el mejor final de esta historia que comenzamos hace siete días.
Escuchemos “La Reflexión del Domingo”, en la voz del padre Aderico Dolzani:
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