La Presentación del Señor (F). Blanco.
Gloria. Credo. Prefacio propio. Jornada Mundial de la Vida Consagrada.
La profecía de dos ancianos se cumple hoy
María y José van al Templo a cumplir con un rito de su religión judía. Como se trata del primer hijo y varón, tienen que presentarlo y consagrarlo a Dios, y ofrecer la ofrenda de los pobres para rescatarlo: dos palomas. Además querían cumplir con el ritual de la purificación de María que había dado a luz.
En la puerta del Templo, la familia es recibida por dos ancianos, Simeón y Ana que, al ver al niño, entienden que son testigos de la llegada del Mesías y alaban a Dios. El texto dice que “profetizan”, o sea, hablan en nombre de Dios.
Los ancianos se sienten reconfortados con la sola presencia del Niño, pero, al mismo tiempo, están preocupados acerca de su futuro y el de su pueblo: ¿Cómo se comportará la gente frente a esta gracia tan grande? ¿Cómo reaccionarán, a favor o en contra?
Simeón también anuncia: el niño será causa de caída y de elevación para muchos… Porque no se puede ser justo y contentar a todos al mismo tiempo. Hay quienes se sentirán beneficiados y felices, mientras que otros se percibirán juzgados por la justicia que brillará en el Mesías.
Por eso, el Niño, el Mesías, el Salvador, será signo de contradicción; su enseñanza será causa de salvación para algunos y condena para otros. Jesús proclamará que vino a traer división y fuego a la Tierra y que espera que arda.
Cuando se dice la verdad, existe la posibilidad de ser signo de contradicción, lo cual no obliga a callarla o decir una mentira.
Cuando nos ponemos en contra del mal, de la corrupción, de las coimas y el soborno, como nos pide nuestro compromiso bautismal, nos convertimos en un signo de contradicción.
También hoy Cristo, y los cristianos, somos causa de salvación y de perdición. En definitiva, nosotros mismos nos salvamos o nos condenamos en el momento en que recibimos o rechazamos a Cristo.
Este niño será causa de caída y de elevación para muchos en Israel; será signo de contradicción (Lc 2, 34).
P. Aderico Dolzani, ssp.
Bendición y procesión de las candelas.
PRIMERA FORMA: PROCESIÓN
1. En la hora más conveniente se reúnen todos en una iglesia menor o en otro lugar oportuno, fuera de la iglesia hacia la que va a encaminarse la procesión. Los fieles tienen en sus manos las candelas apagadas.
2. Llega el sacerdote con los ministros, revestidos con vestiduras blancas como para la misa o bien con la capa pluvial que en este caso se usa hasta que termine la procesión.
3. Se encienden las candelas mientras se canta la antífona:
Ya el Señor llega con poder, e iluminará los ojos de sus servidores. Aleluya.
u otro cántico apropiado.
4. El sacerdote saluda como de costumbre al pueblo y hace luego una breve monición para invitar a los fieles a celebrar esta fiesta de manera activa y consciente.
Puede servirse de esta monición o de otra semejante:
Queridos hermanos:
Hace cuarenta días, hemos celebrado con alegría la Navidad del Señor. Hoy conmemoramos el día feliz en que Jesús fue presentado en el Templo por María y José, cumpliendo públicamente la Ley de Moisés, pero, en realidad, yendo al encuentro de su pueblo que lo esperaba con fe. Los santos ancianos Simeón y Ana fueron al Templo impulsados por el Espíritu Santo; allí, iluminados por el mismo Espíritu, conocieron al Señor y lo proclamaron con alegría. También nosotros, congregados en la unidad por el Espíritu Santo, vayamos hacia la casa de Dios al encuentro de Cristo. Lo encontraremos y reconoceremos en la fracción del pan, hasta que vuelva revestido de gloria.
5. Después de la monición, el sacerdote bendice las candelas, diciendo con las manos juntas:
Oremos
Dios y Padre nuestro, fuente y origen de toda luz, que en este día has mostrado al justo Simeón la Luz para iluminar a las naciones: te pedimos humildemente que ? bendigas estos cirios. Escucha las súplicas de tu pueblo, que se dispone a llevarlos para alabanza de tu nombre, a fin de que, siguiendo el camino de las virtudes, pueda llegar a la luz que no tiene fin. Por Jesucristo, nuestro Señor.
R. Amén.
O bien:
Oremos
Señor y Dios nuestro, luz verdadera que creas y difundes la luz eterna: derrama la claridad de tu luz en el corazón de los fieles, para que cuantos son iluminados en tu santo templo por el resplandor de estos cirios, puedan alcanzar el esplendor de tu gloria. Por Jesucristo, nuestro Señor.
R. Amén.
Y rocía las candelas con agua bendita sin decir nada, y coloca el incienso para la procesión.
6. El sacerdote recibe del diácono o ministro su propia candela encendida y comienza la procesión, diciendo el diácono (o, en su defecto, el mismo sacerdote):
Vayamos en paz al encuentro del Señor.
O bien: Vayamos en paz.
En cuyo caso, todos responden:
En el nombre de Cristo. Amén.
7. Todos llevan sus candelas encendidas. Durante la procesión puede cantarse alternadamente la siguiente antífona I: Luz para alumbrar a las naciones con el cántico (Lc 2, 29-32), o la antífona II: Embellece tu trono (u otro cántico apropiado).?
I
Ant. Luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel. Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu servidor irse en paz.
Ant. Luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel. Porque mis ojos han visto a tu Salvador.
Ant. Luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel. A quien has presentado ante todos los pueblos.
Ant. Luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel.
II
Embellece tu trono, Sión, y recibe a Cristo Rey: Abraza a María, la puerta del cielo, pues ella conduce al Rey de la gloria revestido de nueva luz.
Permanece Virgen llevando en sus manos al Hijo nacido antes del lucero del alba.
Simeón lo tomó en sus brazos y proclamó ante los pueblos que son el Señor de la vida y de la muerte y Salvador del mundo.
8. Cuando la procesión entra al templo, se canta la antífona de entrada, u otro canto apropiado. Llegado el sacerdote al altar, lo venera, y si se utiliza el incienso, lo inciensa. Va a la sede, si la ha utilizado cambia la capa pluvial por la casulla y después inicia la oración del Gloria; a continuación sigue la oración colecta. Y la misa continúa de manera habitual.
SEGUNDA FORMA: ENTRADA SOLEMNE
9. Los fieles, con candelas en sus manos, se reúnen en la iglesia. El sacerdote, con ornamentos blancos, acompañado por los ministros y algunos fieles, va a un lugar adecuado: delante de la puerta o en la misma iglesia, donde al menos la mayor parte de los fieles pueda participar cómodamente del rito.
10. Cuando el sacerdote llega al lugar establecido para la bendición de los cirios, éstos se encienden mientras se canta la antífona
Ya el Señor llega con poder llega con poder (nº 3),
u otro canto adecuado.
11. El sacerdote, después del saludo y la exhortación bendice los cirios como se indica en los nn. 4-5 y se hace la procesión hacia el altar, mientras se canta (nn. 6-7). Para la Misa se observa lo que indica el n. 8.
MISA
MOTIVACIÓN DE ENTRADA
Guía: Hoy celebramos la fiesta de la Presentación del Señor. Nos alegramos de acompañar hoy a María y José en la consagración de su hijo al Señor. Como cada domingo, le pedimos al Señor que sea nuestra Luz, mientras peregrinamos por esta vida.
1ª LECTURA Mal 3, 1-4
Guía: La profecía de Malaquías presenta a un mensajero que juzgará y purificará a su pueblo para que su ofrenda sea agradable a Dios. Dejémonos interpelar por el profeta.
Lectura de la profecía de Malaquías.
Así habla el Señor Dios: Yo envío a mi mensajero, para que prepare el camino delante de mí. Y en seguida entrará en su Templo el Señor que ustedes buscan; y el Ángel de la alianza que ustedes desean ya viene, dice el Señor de los ejércitos. ¿Quién podrá soportar el Día de su venida? ¿Quién permanecerá de pie cuando aparezca? Porque Él es como el fuego del fundidor y como la lejía de los lavanderos. Él se sentará para fundir y purificar: purificará a los hijos de Leví y los depurará como al oro y la plata; y ellos serán para el Señor los que presentan la ofrenda conforme a la justicia. La ofrenda de Judá y de Jerusalén será agradable al Señor, como en los tiempos pasados, como en los primeros años.
Palabra de Dios.
SALMO Sal 23, 7-10
R. El Rey de la gloria es el Señor de los ejércitos.
¡Puertas, levanten sus dinteles, levántense, puertas eternas, para que entre el Rey de la gloria! R.
¿Y quién es ese Rey de la gloria? Es el Señor, el fuerte, el poderoso, el Señor poderoso en los combates. R.
¡Puertas, levanten sus dinteles, levántense, puertas eternas, para que entre el Rey de la gloria! R.
¿Y quién es ese Rey de la gloria? El Rey de la gloria es el Señor de los ejércitos. R.
2ª LECTURA Heb 2, 14-18
Guía: Jesús vino al mundo para liberar a los seres humanos. Por eso se hizo semejante a nosotros. Es lo que nos recuerda hoy la segunda lectura.
Lectura de la carta a los Hebreos.
Hermanos: Ya que los hijos tienen una misma sangre y una misma carne, Jesús también debía participar de esa condición, para reducir a la impotencia, mediante su muerte, a aquél que tenía el dominio de la muerte, es decir, al demonio, y liberar de este modo a todos los que vivían completamente esclavizados por el temor de la muerte. Porque Él no vino para socorrer a los ángeles, sino a los descendientes de Abraham. En consecuencia, debió hacerse semejante en todo a sus hermanos, para llegar a ser un Sumo Sacerdote misericordioso y fiel en el servicio de Dios, a fin de expiar los pecados del pueblo. Y por haber experimentado personalmente la prueba y el sufrimiento, él puede ayudar a aquellos que están sometidos a la prueba.
Palabra de Dios.
ALELUIA Lc 2, 32
Aleluia. Luz para iluminar a las naciones paganas y gloria de tu pueblo Israel. Aleluia.
EVANGELIO Lc 2, 22-40
Guía: Dos figuras de ancianos dominan hoy el hermoso relato evangélico de la Presentación del niño Jesús en el Templo: Simeón y Ana. Escuchemos su sabiduría y su ternura.
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas.
Cuando llegó el día fijado por la Ley de Moisés para la purificación de ellos, llevaron al niño a Jerusalén para presentarlo al Señor, como está escrito en la Ley: “Todo varón primogénito será consagrado al Señor”. También debían ofrecer en sacrificio un par de tórtolas o de pichones de paloma, como ordena la Ley del Señor. Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, que era justo y piadoso, y esperaba el consuelo de Israel. El Espíritu Santo estaba en él y le había revelado que no moriría antes de ver al Mesías del Señor. Conducido por el mismo Espíritu, fue al Templo, y cuando los padres de Jesús llevaron al niño para cumplir con él las prescripciones de la Ley, Simeón lo tomó en sus brazos y alabó a Dios, diciendo: “Ahora, Señor, puedes dejar que tu servidor muera en paz, como lo has prometido, porque mis ojos han visto la salvación que preparaste delante de todos los pueblos: luz para iluminar a las naciones paganas y gloria de tu pueblo Israel”. Su padre y su madre estaban admirados por lo que oían decir de Él. Simeón, después de bendecirlos, dijo a María, la madre: “Este niño será causa de caída y de elevación para muchos en Israel; será signo de contradicción, y a ti misma una espada te atravesará el corazón. Así se manifestarán claramente los pensamientos íntimos de muchos”. Había también allí una profetisa llamada Ana, hija de Fanuel, de la familia de Aser, mujer ya entrada en años, que, casada en su juventud, había vivido siete años con su marido. Desde entonces había permanecido viuda, y tenía ochenta y cuatro años. No se apartaba del Templo, sirviendo a Dios noche y día con ayunos y oraciones. Se presentó en ese mismo momento y se puso a dar gracias a Dios. Y hablaba acerca del niño a todos los que esperaban la redención de Jerusalén. Después de cumplir todo lo que ordenaba la Ley del Señor, volvieron a su ciudad de Nazaret, en Galilea. El niño iba creciendo y se fortalecía, lleno de sabiduría, y la gracia de Dios estaba con Él.
Palabra del Señor.
O bien, más breve: Lc 2, 22-32
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas.
Cuando llegó el día fijado por la Ley de Moisés para la purificación de ellos, llevaron al niño a Jerusalén para presentarlo al Señor, como está escrito en la Ley: “Todo varón primogénito será consagrado al Señor”. También debían ofrecer en sacrificio un par de tórtolas o de pichones de paloma, como ordena la Ley del Señor. Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, que era justo y piadoso, y esperaba el consuelo de Israel. El Espíritu Santo estaba en él y le había revelado que no moriría antes de ver al Mesías del Señor. Conducido por el mismo Espíritu, fue al Templo, y cuando los padres de Jesús llevaron al niño para cumplir con él las prescripciones de la Ley, Simeón lo tomó en sus brazos y alabó a Dios, diciendo: “Ahora, Señor, puedes dejar que tu servidor muera en paz, como lo has prometido, porque mis ojos han visto la salvación que preparaste delante de todos los pueblos: luz para iluminar a las naciones paganas y gloria de tu pueblo Israel”.
Palabra del Señor.
PRESENTACIÓN DE LAS OFRENDAS
Guía: Nos presentamos al altar con los dones de nuestra pobreza, de nuestra fragilidad, de nuestra esperanza, confiando que el Señor nos los devuelva enriquecidos.
PREPARACIÓN A LA COMUNIÓN
Guía: De la unión con Cristo, sacamos la fuerza para responder a la salvación a la que Dios nos llama.
DESPEDIDA
Guía: En un mundo donde los pobres son la inmensa mayoría, vayamos a anunciar el evangelio con la palabra y, sobre todo, con el testimonio de una vida sobria, justa y solidaria.