Ese día de Pentecostés, los discípulos recordaron las palabras de Jesús: Reciban el Espíritu Santo… Ahora, ellos verán las cosas con mayor claridad, tendrán que salir de Jerusalén y entrar en el mundo de los paganos, porque también han sido llamados a la fe. Jesús les dice la paz esté con ustedes, él puede dar la paz, porque ha sido el vencedor del mundo y de la muerte. Su saludo es el saludo del triunfador que aún tiene en sí los signos de la victoria en sus manos y en su costado. Estos son la prueba del amor que él nos tiene. Sin embargo, nos cuesta entrar en la dinámica de la confianza de los hijos de Dios.
No reconocer en Jesús que él viene del Padre y que nos ha dejado un aliado, el Espíritu Santo, es continuar viendo esa presencia de manera sesgada. La falta de fe nos lleva a participar de un gozo condicionado, sin la alegría que mostraron los discípulos al ver al Señor.
Por medio del Espíritu Santo, los discípulos de Jesús podrán llevar a cabo la misión encomendada: animar a la comunidad, asistir a los débiles, respetar la diferencia y, lo más difícil: perdonar las ofensas. En la vida hay ofensas que cuesta perdonar y no solamente por una cuestión de sensibilidad. Lo que duele más es la forma, el momento y quién nos ofendió. Para el evangelista Juan, el pecado es aquel acto que va en contra de la libertad y de la vida.
Entonces, ¿qué significa perdonar la ofensa, la corrupción, el abuso de poder, la mentira, la infidelidad? Imploramos el juicio de Dios y quisiéramos que él hiciera justicia por nosotros. Pero Jesús da el poder de perdonar o no perdonar. Somos testigos de este poder y vamos discerniendo dónde está la vida y dónde se esconde la muerte.
Jesús va tocando el corazón de quienes lo imitan y desenmascara los intereses ocultos de los poderosos. Habrá quien lo acepte y se endurezca en una actitud hostil al hombre, rechazando el amor de Jesús. No es tarea de la comunidad juzgar a los hombres. Su juicio, como el de Jesús, es el de constatar y confirmar el juicio que el hombre debe hacer de sí mismo ante el proyecto de Dios.
“Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes”, Jn 20, 21.
P. Fredy Peña, ssp.