Ya en el siglo IV los cristianos de Roma reverenciaban un símbolo del magisterio pontificio: una silla de madera usada en Roma por san Pedro, el primer papa. Jesús había dicho a Pedro, cuando lo confesó como Hijo de Dios: “Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia”. Pero cuando Pedro intentó disuadirlo de que se entregara a la muerte, lo llamó “satanás”. Y previendo su traición del Viernes Santo, le recomendó: “Y tú, cuando te conviertas, confirma a tus hermanos”. Desconcertante es la confianza y fidelidad de Jesús hacia Pedro, a quien ratifica como príncipe de los apóstoles, cuando merecía el rechazo total por su conducta egoísta y su traición. Pero Jesús solo le exigió el amor a él como condición fundamental para guiar a su Iglesia: “Pedro, ¿me amas más que éstos?”. El único fundamento que asegura la perpetuidad de la Iglesia es el amor incondicional a su fundador, Cristo Jesús resucitado, que es quien la guía infaliblemente por sus pastores a través de los siglos y del mundo: “Yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin del mundo”, “Las fuerzas del mal no prevalecerán contra mi Iglesia”.