Andrés R. M. MOTTO
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Un sincero saludo a mis amigos y amigas. Llegamos a septiembre, mes de la primavera, que parece decirnos que la vida siempre renace, hasta llegar a la eterna.
Vayamos a nuestra reflexión, si les parece: Para los cristianos, el signo pleno de Dios en el mundo es Jesús. Con él se funda la fe cristiana. Por ser la figura de Jesucristo central para nuestra fe, debemos preguntarnos: ¿podemos llegar a él a través de la Escritura Santa? Durante siglos se pensó que se podían leer los relatos bíblicos como “dictados divinos” que nos proporcionaban descripciones casi periodísticas de los hechos de Jesús.
Afortunadamente, la llegada del método histórico crítico al estudio de la Biblia significó un fuerte cambio a la manera de interpretar los textos sagrados. Y aún algo más, se quería llegar a la verdadera cristología, un tanto deformada por la conceptualización de la filosofía griega. La propuesta era volver a la primera y fresca intuición del Señor. El intento, a primera vista, parecía muy tentador. Pero la cuestión fue que muchos biblistas o teólogos le agregaron sus propios ideales a Jesús.
Posteriormente, se descubrió que, estrictamente, los evangelios no permiten escribir una vida cronológica de Jesús. No son, rigurosamente, una biografía de Jesús; sino que el anuncio post-pascual. Ciertamente, a través de este hecho central, recapitulan la vida del Señor (algunos teólogos que ayudaron a dar fuerza a esta idea fueron M. Dibelius y R. Bultmann). El Concilio Vaticano II se hizo eco de estas investigaciones reconociendo tres circuitos en la tradición de los evangelios. Lo importante es que, pasado el día de la ascensión,: “Los Apóstoles comunicaron a sus oyentes esos dichos y hechos con la mayor comprensión que les daban la resurrección gloriosa de Cristo y la enseñanza del Espíritu de la verdad. Los autores sagrados compusieron los cuatro evangelios escogiendo datos de la tradición oral y escrita, reduciéndolos a síntesis, adaptándolos a la situación de las diversas Iglesias, conservando el estilo de la proclamación: así nos transmitieron siempre datos auténticos y genuinos acerca de Jesús”.[2]
Estas afirmaciones nos animan a encontrar a Jesús en las Escrituras, ya que no todo en la Biblia es subjetivo o está desvinculado de lo histórico. Como señala Günther Bornkamm, la fe y la comunidad no son un puro producto de la fantasía, sino la respuesta a la figura y misión de Jesús en su totalidad.[3] Los evangelios anuncian por medio de la historia y lo hacen al relatar esta historia.
Como también afirma Ernst Käsemann, Cristo tiene una preeminencia sobre la Iglesia, su palabra es superior a la palabra de la Iglesia. Por tanto, la Iglesia se funda en la Palabra de Dios y debe estructurarse en torno a ella.
Vista brevemente esta cuestión, nos preguntamos: ¿cómo es este Jesús en quien depositamos la fe? Las Escrituran nos revelan a uno que es un hombre piadoso, pero que pone como parámetro de la práctica religiosa, no la letra de la ley, sino el amor a Dios y al prójimo (Cf. Mc 12,28). Jesús viene a transformar la manera que las personas tienen de relacionarse. Una transformación a través del mandamiento del amor, que acaba con la infinita dialéctica de violencia y contra violencia, por medio de la justicia y del amor al enemigo (Cf. Mt 5, 38-48). Jesús transforma con autoridad la sociedad de su época porque tiene clara conciencia de su misión, que es venir a instaurar en la tierra el Reino de Dios (Cf. Mc 1,14-15). Cristo no sólo anuncia el Reino de su Padre, sino que lo trae consigo (Cf Lc 11,20). Los Apóstoles se dan cuenta, luego de la Resurrección, que este Reino está vinculado a la persona del Señor, siendo la suma de todas las esperanzas y de todos los ideales de las personas dignas y más aún. A este Reino de Dios se accede por la fe. Una fe que significa reconocer a Jesús como el Dios hecho hombre. Y Dios es efectivamente Señor dónde se le es creído como tal y se vive bajo el régimen del amor. Ya que el Reino se instaura en el corazón del creyente y Dios le da a quienes forman parte de él, el océano infinito de su amor.
Ciertamente que en los evangelios no se presenta un tratado de Cristología, al estilo de los manuales que solemos utilizar en la facultad o ver en la librerías cristianas católicas. Hay ya una cantidad de datos que nos ofrecen los textos, que por ser escritos luego de la Resurrección señalan explícitamente muchos elementos que en la vida terrena de Jesús estaban implícitos. Además, la actitud obediente del Señor, abre a los creyentes a un nuevo modo de ser, una existencia basada en el seguimiento de Dios que es un Padre lleno de amor. Después de la Pascua, nace una poderosa forma de vivir: el existir desde la fe. Esta centralidad de la fe implica que la experiencia cristiana estructura y unifica a toda la persona humana. Es la experiencia del hombre y la mujer vivificados por la gracia, por la fe en Jesús que recibimos en la Iglesia. No se trata sólo de la una experiencia mística, sino de la experiencia del que vive su vida diaria y cotidiana desde la fe. El desafío que tenemos por delante, es cómo manifestar la centralidad de Jesús en nuestra Latinoamérica del siglo XXI. ¡Nos vemos el próximo mes!
Andrés R. M. MOTTO
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[1] Cf. RAVA, Eva. La gracia de Dios conmigo. Bs. As. CIAFIC. 2004.
[2] Dei Verbum Nº 19.
[3] Cf. BORNKAMM, Günther. Jesús de Nazaret. Sígueme. 2002.