Seguimos meditando en torno a la fe en medio de nuestra Latinoamérica sacudida por las crisis políticas y económicas. Sin duda, que la fe puede iluminar a la política para hacer las cosas bien. Estoy convencido. Pero una fe mal comprendida puede hacer mucho daño en este campo. Tenemos recuerdos dolorosos de cuándo la fe se convierte en ideología para justificar las relaciones establecidas, aunque injustas. Para sostener dictaduras militares e incluso avalar su violencia. Pretendiendo identificar fe con derecha política, de manera que quien no sea de una rancia derecha casi no tiene derecho a ser católico. Por el otro extremo, que siempre lo hay, la fe se ideologiza cuando se proclama abanderada de movimientos revolucionarios de extrema izquierda que también recurren a la muerte y a la violencia.
Por eso, volvamos al Concilio Vaticano II con su sana visión de la fe en la vida pública. Actualmente, tenemos una actitud más compresiva de los fundamentos de la sociedad moderna. Reconocemos cuantos planteamientos tontos, infantiles y autoritarios se dijeron en nombre de la fe (¡pobre fe!). Pero también descubrimos con cuanta ingenuidad la modernidad sostuvo su confianza en la razón y la ciencia empírica. Creyéndose los dueños de la verdad y marginando a quien no pensaba como ellos. Sin cargar las tintas sobre este tema, notemos que la vida misma se encargó de pasarle a la racionalidad soberbia todas las “cuentas” de las muchas promesas que no cumplió y por los numerosos males que sí realizó. Hoy sabemos que en nombre de la razón también se mató a millones personas y se destruyó buena parte del planeta. El ser humano integral es razón, biología, psiquis, construcción social, afectividad (afectividad multiplicada por 100), intuición y apertura a Dios. Para los que creemos en Dios desde la Biblia, lo vemos a Él como el amigo del ser humano y que espera nuestra respuesta afectuosa.
Les invito a una postura madura de la fe, que valora los aciertos de la razón y vive en armonía con ella. Aspirando a un mundo donde también se pueda hablar de Dios de un modo responsable. A pesar de cierto desgaste, las multitudes esperan mucho de la fe, siempre y cuando ella salga de los lugares comunes y proclame creativamente salidas saludables para las personas.
Vayamos ahora a lo social. Más allá de los ataques sistemáticos de muchos medios de comunicación a la Iglesia, y de antitestimonios, lo cierto es que un gran sector del cristianismo católico tiene una presencia solidaria y luminosa en las cuestiones sociales. En América Latina, el cristianismo lejos de ser un obstáculo al desarrollo, ha generado, en los últimos setenta años, un pensamiento y una acción social que ha repercutido en el resto del planeta, en pro de la lucha por la justicia y la causa de los pobres. Lejos de un rol adormecedor, ha supuesto en los países más pobres un ariete crítico contra el liberalismo salvaje. Este tipo de liberalismo, pese a sus promesas, ha generado crecimiento, pero no desarrollo equitativo sino exclusión.
En nuestra América, la filosofía y la teología de la liberación (sin los errores de algunos pocos autores allá por los comienzos), ya habían planteado antes que muchos, el poderoso carácter social de nuestra fe. Apuesta por la donación a los rostros de los otros. Esos otros, muchas veces, son los pobres y los estructuralmente empobrecidos, víctimas, por tanto, de la exclusión estructural. A partir de dicha interpelación y donación, se fundó la práctica desinteresada de liberación y la creación de nuevas instituciones justas y solidarias, según una lógica del don, la gratuidad y la compasión. Esto choca con sectores de poder que niegan la opresión y la exclusión.
Es por eso que como hombres y mujeres de fe en latinoamericana planteamos una fe que nos lleve a la gratuidad y a sentir siempre al otro como parte de un nosotros. Lo más llamativo es que vivimos esta fe solidaria, frecuentemente, en un contexto de corrupción, violencia, injusticia, conflicto social y estructural. Desde la lógica de la fe cristiana y con una estrategia de diálogo y gratuidad, es posible el camino de superación de la violencia y la corrupción. Para profundizar estos temas les invito a leer las valiosas obras de Enrique Dussel y Juan Carlos Scannone.
Andrés Motto, CM
andresmotto@gmail.com
[1] Cf. E. DUSSEL, Ética de la liberación en la edad de la globalización y la exclusión, Madrid-México, 1998. Ver también, entre otros estudios; SCANNONE Teología de la liberación y praxis popular. Aportes críticos para una teología de la liberación, Salamanca, 1976; J.C. Scannone-M. Perine (comps.), Irrupción del pobre y quehacer filosófico. Hacia una nueva racionalidad, Buenos Aires, 1993. SCANNONE “Institución, libertad, gratuidad”, Stromata 49 (1993), 239-252, y “Aportes filosóficos para una teoría y práctica de instituciones justas”, ibid. 50 (1994), 157-173.