Andrés Motto, CM (andresmotto@gmail.com).
Mis amables lectores, Hemos comenzado un nuevo año. ¡Bienvenido 2024! Que mejor que comenzarlo con renovados ideales. Por ello les invito a meditar sobre la fe y los ideales. Notemos que la confianza es un ingrediente de la existencia humana. De hecho, el ser humano no puede vivir sin creer en algo. Hay una “fe humana” que la expresamos de varias maneras, y sin ella, la vida en sociedad sería casi improbable. Cuando decimos “creo que Roberto vendrá el lunes” estamos expresando un cierto grado de certeza, aunque quizás basados en datos no tan seguros.
Veamos otras formas de fe humana. Cuando alguien nos señala que un hecho fue de tal manera, uno le puede responder “tranquilo, te creo”. De esta forma, le estamos señalando que aunque no pueda probar suficientemente lo que dice, confiamos en lo que dice, porque confiamos en su persona. En esta caso hacemos un acto personal de confianza. Incluso, por este acto dos personas se vinculan más; aunque pueda caber una futura decepción. En esta situación, este crédito se maneja en un nivel de comprensión personal, y se da, normalmente, a través del diálogo.
Otro nivel de la fe humana es cuando tenemos un ideal. Aquí llegamos a lo nuestro. Los ideales son los que dan sentido a nuestra vida. Pueden tener una dimensión totalizante y abarcadora de nuestra existencia. Ya que todos, o casi todos, vivimos a partir de algún proyecto existencial, más allá de su grado de explicitación. El ideal suele estar basado en ideas, porque tiene un elemento racional, es una construcción del intelecto. El ideal es afectivo, porque se lo quiere, nos sensibiliza. Es, además, práctico, porque si uno es coherente, el ideal se lo quiere realizar, nos moviliza. El ideal nace de una insatisfacción que me lleva a transformar la realidad. Esto nos lleva a un elemento que no siempre se da, pero es muy importante, el ideal impulsa a la creatividad. Los ideales pueden ser muy variados: creo que tal o cual posición política que puede ser la mejor salida social; propongo la defensa del medio ambiente; quiero viajar alrededor del mundo, etc. Se puede tener uno o varios ideales.
Los ideales son una de las máximas expresiones de la fe humana. Ellos se suelen encarnar en algunas de estas dimensiones:
1. Personales afectivas: tener relaciones interpersonales satisfactorias como son la amistad y el amor.
2. Personales intelectuales: plenificarnos en el mundo de la ciencia o de las artes. Descubrir, mediante la investigación, la solución para tal o cual problema.
3. Personales sociales: volcarnos al mundo político, al Bien Común, al servicio fraterno, a las acciones solidarias, etc. Ciertamente, que siempre cabe la posibilidad de tener ideales equivocados (poder o dinero, como ideales absolutos) o errar en la manera de llegar a los buenos ideales.
Como dijimos, el ideal, por su propia estructura, tiende a la realización. Pero, por otra parte, uno siente que las realizaciones concretas no agotan el ideal. Ya que las concretizaciones suelen ser parciales. E incluso, si un ideal se lograra plasmar suficientemente, el ser humano buscará otro.
Por todos estos elementos, vemos que es imposible lanzarse a la realización de un ideal si no tiene fe, convicciones. Ese ideal empuja al ser humano hacia el futuro y le da una razón para vivir. Piénsese, en un médico que busca la solución a una enfermedad que por el momento es incurable, un artista que quiere plasmar en varias telas la belleza de su tierra, una persona solidaria que quiere revertir la pobreza del pueblo. Para continuar hace falta férreas convicciones.
Ahora llegamos a la fe teologal. No es que Dios nos proponga otros ideales, que nos diga, “estos no sirven” . Al contrario, en todo ideal ético, Dios está impulsándonos para hacerlo bien y para no decaer. Ya que la fe religiosa alienta todo ideal bueno, verdadero y bello.
Si me permiten quiero concluir con una bella frase de Teófilo de Antioquía que expresa que la fe es confianza.[1] “¿No sabes que la fe va delante de todas las cosas? Pues, ¿qué labrador puede cosechar, si primero no confía la semilla a la tierra? ¿O quién puede atravesar el mar, si primero no confía en la embarcación y en el piloto? ¿Qué enfermo puede curarse, si primero no confía en el médico? ¿Qué arte o ciencia se puede aprender, si primero no se entrega y confía al maestro? Si, pues, el labrador cree en la tierra, el navegante en el navío, el enfermo en el médico, ¿tú no quieres confiar en Dios, de quien has recibido grandes bienes? El primero es haberte sacado de la nada al ser”. Nos vemos el próximo mes.
[1] Libro a Autólico I, 8.