Andrés R. M. MOTTO, CM
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* Cf. ALFARO, Esperanza cristiana y liberación del hombre. Herder. Barcelona 1973; CAMUS, Albert. Oeuvres 2 tomos. Gallimard. 1962; DE CASSAGNE, INÉS. “Albert Camus: su visión de la modernidad”. Universitas. 2(julio 2006) 93-107.
Queridas amigas, queridos amigos les invito a analizar la esperanza desde lo humano desde la obra de Camus. Ahora centrándonos en esta obra suya El hombre Rebelde (1951). ¿Qué entiende Camus por “rebelde”? Rebelde es el que se da vuelta. Pero también, el que enfrenta.
Uno puede darse vuelta y enfrentar a los topos (los que tienen una mirada parcial de la realidad). Asimismo, uno puede darse vuelta y enfrentar toda opresión que haga que el ser humano no pueda mostrarse tal cual es.
La primera opresión es rara, porque es la propia condición humana. Ser humano es la frustración congénita de desear conocimiento y felicidad absolutos y tener siempre migajas. Paradoja que produce el sentimiento del absurdo y de opresión. Esta opresión lleva a una protesta quizás de carácter metafísico: una disconformidad de la creatura humana contra su Creador. En este sentido, Camus observa que esta protesta no se da sino en el interior del cristianismo, pues sólo a un Dios personal creador se le puede protestar. No se dio entre los griegos, por ejemplo, que no concibieron a un Dios Creador. Entiende que esta rebelión comenzó a partir de fines del siglo XVII, cuando algunos pensadores se apartan del universo de la gracia y de la razón iluminada por la fe.
Camus acepta esta rebelión. De hecho, le lleva a negar a Dios o la una imagen de Dios con la que se educó. Pero critica acerbamente los modelos que aparecieron para reemplazar aquello. Se opone a los pensadores racionalistas, los historicistas y los existencialistas. ¡Palo para todos! Según él, cada una de estas líneas de pensamiento escogen un aspecto de lo humano y dejan de lado los demás. Al querer aplicarlas a la persona concreta, esas concepciones no le calzan y lo violentan. Generando una nueva opresión y rebeldía.
La investigación de Camus desea descubrir, afirmar y recobrar el auténtico rostro humano. Por eso que la primera rebeldía es ante el inmenso anhelo de ser y conocer que se ve frustrado a cada paso. Por lo cual el ser humano termina siendo un extraño para sí mismo e incluso para el mundo. Entiende que al principio esta experiencia había quedado confinada al plano del individuo. Cada individuo capaz de ver se quedaba solo y aislado con su frustración. Luego se descubre una “solidaridad metafísica” entre todos los hombres. Todos padecen de la misma nostalgia. El primer progreso que el espíritu de rebeldía hace frente al absurdo y a la aparente esterilidad del mundo es proponer la aventura de todos. Este progreso es reconocer que comparte esta extrañeza con todas las personas. “El mal que experimentaba un solo hombre se convierte en peste colectiva». (Cf Observación sobre El hombre rebelde, II, p. 1685).
Si el individuo acepta morir y llega a morir por ser fiel a su rebeldía, muestra que se sacrifica por un bien que desborda su propio destino. Actúa en nombre de un valor que, aunque confuso, sabe que es común con todos los hombres. De ahí su frase de estilo cartesiano: “Yo me rebelo, luego nosotros somos”. (II, p. 425) ¡Es la primera certeza positiva y emocionada: el valor eminente e incambiable de la humanidad! Camus habla, no sólo de valor sino de dignidad. Lo dice desde una época marcada por múltiples violaciones a los derechos humanos. Pero también nuestra esperanza cristiana nos debe llevar a defender en Latinoamérica la dignidad humana allí dónde se encuentra más golpeada.
Continuemos, él descubre que hay algo permanente e inalienable en todo ser humano, anterior a toda acción humana y que en su época eran negadas por ciertas filosofías de la pura libertad o del devenir histórico.
El análisis de la rebeldía conduce a la sospecha de que hay una naturaleza humana, como pensaban los griegos, contrariamente a los postulados del pensamiento contemporáneo. ¿Por qué rebelarse si no hay en uno nada permanente que conservar? Aquí se da un peculiar tipo de asesinato, al que llama “asesinato lógico”. Occidente ha sufrido desde la Revolución Francesa hasta las revoluciones del siglo XX este asesinato que (a diferencia del asesinato movido por la pasión) se ejecuta a partir de ideas que sacrifican a la humanidad.
Ese movimiento inicial de la rebeldía (darse vuelta y dar la cara) implica la toma de conciencia de poseer un valor, una dignidad, es el rostro humano que debe ser asumido. Camus insiste: El rebelde no reclama solamente un bien que no posee o que le hayan negado (a diferencia del resentido). Aspira a hacer reconocer algo que ya tiene y que reconoce como importante. El rebelde se niega a desdibujen su identidad. Luchar por la integridad no una conquista sino una imposición.
La rebeldía también es capaz de preservarnos de falsificaciones o mutilaciones, ya que lleva a que lo humano se desarrolle y se desenvuelva en la historia. De este modo, llegamos a la segunda rebeldía. La persona rebelde frena a los que han deteriorado lo humano. A los que dicen “nosotros seremos” les recuerda que “nosotros somos”. Es decir, hay que partir del poco ser que descubrimos en nosotros, no negarlo primero. (II, p. 694).
Atenerse a lo concreto, siempre evitar caer en las simplificaciones. El mundo no es pura fijeza, pero tampoco es puro movimiento: es movimiento y fijeza. Concluye remitiéndose al filósofo griego del devenir: “Heráclito, inventor del devenir, daba siempre un límite a ese derramamiento continuo. Ese límite estaba simbolizado por Némesis, diosa de la medida, fatal para los desmesurados”. Un punto clave de la visión camusiana: la realidad es compleja; hay en ella aspectos contrapuestos que no hay que separar sino más bien mantener enfrentados para que el uno ponga límite al otro. Esta es una manera viviente de llegar a la medida. Según esta visión, las simplificaciones excesivas nos llevan a la desmesura, las cuales pueden ser por más o por menos (como la hiperglucemia o la hipoglucemia). La Verdad no es simple ni es abstracta. Encaminarse a la verdad y recobrar la medida implica apoyarse en las realidades más concretas, ir al “corazón viviente de las cosas y de los hombres” (II, p.701).
Buscar una salida. “No obviar nada” ya que es injusto para la realidad el querer simplificarla por demás. No hay que eludir nada: ni lo singular ni lo universal, ni el ser ni el devenir, ni la esencia ni la existencia, ni el individuo ni la comunidad, ni el arte ni la ética. Tampoco hay que aislar.
Es cierto que hay cosas en el mundo que hay que rechazar: la injusticia y todo lo que aumenta el sufrimiento humano. Hay otras cosas que hay que acoger: las fundamentales son la dignidad humana y la belleza del mundo.
Camus invita a la concordancia entre la preocupación por lo humano y la belleza del mundo. «Concordar» es un encuentro de corazón a corazón. Por ejemplo, en su novela La Peste Rioux y Tarrou, que luchan contra la epidemia, se dan un momento de respiro para ir juntos al mar y gozar del bello día. Es más, al hacerlo juntos, tienen un momento de profundo encuentro, porque este goce contemplativo sacia la naturaleza humana. Estos momentos de gozo en común contribuyen a la unión entre las personas. Esta comunión demuestra que se puede superar el absurdo. La belleza colma y compartida es aún más saciante: está en el vínculo más satisfactorio que puede darse: la amistad.