Mis queridos lectores, si somos hombres y mujeres de fe, ayudaremos a que Latinoamérica tenga mejores políticos, mejor economía y una sociedad más digna, puesto que la fe se la practica en la vida. Por eso continuemos la reflexión del mes pasado.
Para comprender nuestro momento actual frente a la fe, quizás debamos retroceder hasta la ilustración o siglo de las luces. En ese momento de la historia, el pensamiento y la libertad tomaron una celosa conciencia de sí mismas y se hicieron críticos. Dejemos que Emanuel Kant nos defina la Ilustración: “Ella es la salida del hombre de su propia minoría de edad. ¡Minoría de edad es la incapacidad de valerse de su entendimiento… sapere aude! (anímate a saber)”
Esta reflexión puede ser perfectamente religiosa. Pero en el siglo XVIII generalmente se vivía la fe de un modo dirigista. Este pedido de sana autonomía, en algunos fue ruptura con la mayoría de las formas de autoridad. Como ven, cómo nos cuesta las posturas prudentes y progresivas. No sería correcto comprender a la ilustración como una época oscura que sólo pensó en destruir al cristianismo. Aunque hubo gente que la enseñó así de un bando y del otro. Creo que fue un período, con luces y sombras, como todas épocas. A nivel político condujo a buscar formas más libres de gobierno. Pasar de la monarquía absoluta a la monarquía parlamentaria e incluso la democracia. Un sector buscó cambiar un orden social jerarquizante y estamental por una sociedad más igualitaria. Con relación al conocimiento humano, buscó que la ciencia, en sentido amplio, llegara a más personas.
Como señalé, en algunos autores y grupos, estos cambios fueron vehiculizados a través de un espíritu de choque con la religión, llegando al insulto y la mofa barata. Esos sectores miraban con sospecha a la fe, como si ella sólo fuera la ideología de un orden ya pasado y un freno para el progreso. Pero no era el pensamiento de todos, algunos ilustrados fueron sacerdotes o laicos de fe profunda. Además, un sector cristiano vivió traumáticamente este proceso. Entre ellos, muchos obispos o laicos recalcitrantes lo vivieron, en general, sin vivirlo. Es decir, cerrándose a él. Un sector cristiano quedó sin espacio en esta nueva realidad.
Pasada la ilustración, otros sectores de la modernidad siguieron con su separación del mundo de la fe. Algunos con abiertos ataques, otros como una simple realidad del pasado que perdura sin demostración posible. Veamos brevemente algunos de ellos. Augusto Comte con su filosofía llamada positivismo, vio a la fe como algo pre-moderno. La religión reproduce un saber primitivo y fantástico que debe ser sustituido por el saber crítico y científico. Karl Marx fustiga a la religión como una estructura que está del lado de los poderosos. Que termina siendo opio, alienación y falsa conciencia. Otros veían a la religión como una realidad que, a pesar de su capacidad de transformar a la sociedad, tendía a desaparecer en el proceso de racionalización, secularización y desencantamiento del mundo.
Sigmund Freud comprendió mayoritariamente a la religión como ilusión de la mente neurótica que procura saciar el deseo de protección y hacer soportable el dolor. Entre otras obras referidas a la religión, escribió El porvenir de una ilusión (1927). La ilusión a la cual se refiere es la religión y por ilusión entendía un producto de nuestros deseos. En este sentido, la religión no es necesariamente ni una mentira ni un error, sino el resultado de nuestra necesidad imperiosa de consuelo ante los rigores y enigmas de la vida. En la medida que “el fortalecimiento del espíritu científico” se expanda, la religión inexorablemente desaparecería. El porvenir de la ilusión religiosa era el desaparecer.
Frente a la posición de una modernidad atea y combativa, surgió un pensamiento cristiano más bien a la defensiva. Esto influenció la filosofía, la teología y una buena parte de la praxis eclesial desde comienzos del siglo XIX hasta mitad del siglo XX. Este movimiento también tuvo sus puntos positivos y sus aspectos negativos. En este grupo, hubo autores que afirmaban que la razón humana estaba necesitada de autoridad y tradición. Sólo la autoridad puede garantizar la verdad. En esa postura, la Iglesia claramente aparecía como la gran autoridad que mantenía la verdad en el mundo. Personalmente, más o menos, fui educado en esta corriente. Esta afirmación ejerció gran atracción sobre valiosos intelectuales que se preguntaban dónde hallar la verdad. Otro sector cristiano intentaba una mediación positiva y creadora entre la fe y el pensamiento moderno. Esto lo lograron entre otros, varios teólogos cristianos de Tubinga. ¿En qué época? Desde mediados del siglo XIX a mediados del siglo XX. Estos intentaron de adentrarse en el pensamiento de la modernidad, para una vez dentro, aprender la parte de verdad que había en él.
Estos largos siglos de encuentros parciales y de grandes desencuentros entre cristianismo y sociedad moderna, llegan eclesialmente a su fin con el advenimiento del Concilio Vaticano II (Qué poco hablamos hoy de este magnífico concilio). Al reconocer la autonomía con respecto a la jerarquía de la Iglesia de muchos ámbitos culturales, así como el respeto sincero por la libertad religiosa, entro otros elementos, se aceptó la parte de verdad que tenía el sector que nos atacaba. La Iglesia Cristiana Católica acepta las propuestas válidas que sostenían la Ilustración y otros grupos de la modernidad. Esto se ve con mayor perspectiva al captar otro sector de iglesias cristianas y religiones que siguieron descalificando a la modernidad.
Pero no todo está realizado. Necesitamos seguir encontrando alternativas viables. No podemos renunciar a la racionalidad, pues necesitamos de ella para administrar la complejidad humana e incluso para contrarrestar los perjuicios que ella produjo. Urge, sí, superar el racionalismo (es decir, afirmar a la razón como única forma legítima de acceder a comprender lo real) e integrar la razón en un todo mayor. Como ya algunos me han pedido, en el próximo artículo seguiremos con el tema.
Andrés Motto, CM
andresmotto@gmail.com