La devoción al Corazón de Jesús tiene una larga historia. Desde el “corazón traspasado de Jesús” en el Evangelio de san Juan —interpretado en la mística medieval como herida que manifiesta la profundidad de su amor—, pasando por las revelaciones a santa Margarita María de Alacoque en el siglo XVII y el culto posterior al Sagrado Corazón en el siglo XIX, hasta la Divina Misericordia con santa Faustina Kowalska a principios del siglo XX. Incluso el Papa Pío XII llegó a escribir una encíclica sobre el Sagrado Corazón, Haurietes aquas (1956). A lo largo de la historia ha habido diversas inculturaciones de esta devoción, con diversas formas y lenguajes, pero siempre para que el Padre nos revelara en toda su profundidad el misterio de su amor a través de un símbolo privilegiado: el corazón vivo de su Hijo resucitado. Pues “el Corazón de Cristo es el centro de la misericordia”, dice Francisco.
Esta fiesta, como la del Inmaculado Corazón de María, fue impulsada principalmente por el francés san Juan Eudes (1601-1680) y sus religiosos, los eudistas, y sus religiosas, las hermanas del Buen Pastor. Él es el autor del primer oficio litúrgico en honor del Sagrado Corazón de Jesús, cuya fiesta solemne se celebró por primera vez, con el beneplácito de muchos obispos franceses, el 20 de octubre de 1672.
Unos años después, el 16 de junio de 1675, el Hijo de Dios se le apareció a Santa Margarita María de Alacoque y le mostro su Corazón rodeado de llamas de amor, coronado de espinas, con una herida abierta de la cual brotaba sangre y, del interior del mismo salía una cruz. Santa Margarita escuchó al Señor decir: “he aquí el Corazón que tanto ha amado a los hombres, y en cambio, de la mayor parte de los hombres recibo ingratitud, irreverencia y desprecio“. Jesús pidió que la fiesta del Sagrado Corazón sea celebrada cada año el viernes siguiente a Corpus Christi, en reparación por la ingratitud de los hombres hacia su sacrificio redentor en la cruz. La devoción se hizo popular después de la muerte de Santa Margarita María en 1690.
El 8 de mayo de 1873 la devoción al Sagrado Corazón fue formalmente aprobada por el Papa Pío IX, y 26 años después, el 21 de julio de 1899, el papa León XIII recomendó urgentemente que todos los obispos del mundo observaran la fiesta en sus diócesis.
PARA REFLEXIONAR
El corazón simboliza el centro real y profundo de la persona, en el cual confluyen las emociones y los sentimientos, y donde se elaboran las relaciones con el prójimo, con el Creador y la creación. Una persona de corazón es entrañable, cercana, confiable, paciente, equilibrada, transparente, humilde, lúcida, apasionada… Y si el corazón de los humanos puede llegar a esa calidad, ¡cuánto más el corazón del Hijo de Dios!
Frente al odio que llega a traspasar su corazón con una lanza, Jesús reacciona con el amor más grande, que consiste en “dar la vida por los que se ama”; y sus mismos verdugos están entre los que él ama: “Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen”. Así el odio que produce muerte, da lugar al amor que produce vida. Esta prueba máxima de amor, que no retrocede ni ante la muerte, es el ejemplo a imitar por todos los seguidores de Jesús, que deben asociar sus cruces y su muerte a la del Redentor, a fin de que produzcan salvación y vida para muchos, alcanzando así el éxito total de la propia existencia temporal.
Dice el beato Alberione: “la confianza y la humildad pueden abrir el camino al corazón de Jesús mejor que la lanza que lo atravesó. El corazón de Jesús es humilde y todos los que son pequeños, pobres y humildes son acogidos por Él. Él les abres su corazón. El corazón de Jesús es todo bondad y misericordia. A él invita Jesús a todas las personas: ¡confiemos!”.