El río es cauce y agua, fuente y mar, recorrido y destino, dar y recibir, creatividad y fidelidad. De las aguas que van a dar al mar nos llega una dinámica de vida personal y de fe, que vamos a llamar “El Río de la vida“. Así debemos revisar la propia biografía y descubrir las experiencias que han configurado nuestra vocación como creyentes e integrantes de esta sociedad del s. XXI. No tenemos que olvidar, que las personas inteligentes se pasan la vida aprendiendo de todo; las otras, no paran de enseñar.
Para aprender del río de nuestra vida hay que dar determinados pasos. Antes que todo, encontrar un lugar tranquilo donde se pueda estar a solas y sin distracciones; con papel en blanco y bolígrafo o el computador. Hay que tomarse el tiempo necesario para explorar recuerdos y emociones, y siendo amable consigo mismo en el hablar y en el escuchar atentos al recorrido de esas aguas que son río.
Conviene, después, cerrar los ojos, imaginarse que uno se encuentra frente a un hermoso río que representa su vida. Visualizar el flujo constante del agua y la fuerza de su corriente. Así, llegará el momento de trazar en el papel una línea imaginaria de tiempo simulando con curvas, saltos, afluentes… el curso del río de nuestra vida, desde su fuente, los primeros años de crecimiento, las personas que se han ido “incorporando” en el camino, hasta el momento actual. Identificar cronológicamente en esa línea sinuosa los momentos fuertes de la vida que han influido en nuestra vocación de amar para servir y de servir para amar. Consideraremos tanto los momentos personales como los comunitarios. Estos pueden ser eventos, experiencias, decisiones o interacciones significativas; usaremos símbolos, colores o palabras claves para representar esos tiempos.
Así llegamos al tiempo fuerte para lograr recordar, a pasar por el corazón, esos tiempos significativos de la vida relacionados con nuestra vocación y misión. Anotaremos en ese dibujo e intentaremos detallar lo más posible los sentimientos, pensamientos y aprendizajes asociados a cada uno. Tomaremos conciencia de cómo ha aumentado el agua de nuestro río por el evangelio asumido, las amistades valiosas, los libros leídos, los compromisos adquiridos, los crecimientos significativos en la vida de fe…También de nuestro río se ha ido agua por descuidar nuestra profesión, servicios minusvalorados, faltas de compasión y de generosidad…
Una vez que hayamos anotado todos los momentos, reflexionamos sobre ellos. Observamos los patrones, las conexiones y los puntos en común. Tomamos conciencia cómo están relacionados con Quien es la fuente y el camino que nos lleva al mar de la verdad y la vida, con Cristo. ¿Qué emociones o valores se repiten a lo largo de nuestra historia? Pensamos en cómo esos momentos han moldeado nuestro modo de pensar, sentir y proceder cristiano de tal forma que quien nos escucha hablar cree escuchar a Jesús y quien nos ve actuar intuye que ve a Jesús. Nos han dejado con valentía y sabiduría.
El canto del agua del río presupone la alegría tal como la natación exige un medio líquido, el agua. Quien no quiera mojarse debe abandonar la natación; quien sienta repugnancia ante el optimismo del creyente tiene que dejar la vida cristiana. Recordemos que “el secreto de la felicidad no está en hacer siempre lo que se quiere, sino en querer siempre lo que se hace” (Tolstoi).
El río de la vida marca nuestro caminar de resiliencia: El tener una vocación arraigada y un propósito sólido puede fortalecer la resiliencia del ser humano. Esta es la capacidad de hacer frente y a su vez, recuperarse a su vez frente a las dificultades y desafíos. Cuando nos toca enfrentar situaciones estresantes o apasionantes, el cauce del río puede ayudar a mantener la motivación, superar obstáculos y encontrar nuevas formas de abordar los problemas, pero, sobre todo, nos puede llevar a volar más alto. De Gandhi es el dicho: “Cuando hay una tormenta los pájaros se esconden, pero las águilas vuelan más alto”. El río nos invita a ser águilas y a volar más alto.
A vivir se aprende y a ser como el río también; es un arte que requiere destrezas, conocimientos y entrenamiento. Más aún, es una verdadera magia que hay que tratar de descubrir, cultivar y contagiar. Para ello, con ganas y con gusto, hay que escuchar y oír atentamente, mirar y actuar, sentir y comprender, hablar y respetar, aliviar y cuidar mucho. Solo así no nos faltará la felicidad, la fidelidad y la fecundidad del río de nuestra vida.
José María Arnaiz