A lo largo de la historia de la vida consagrada y sacerdotal se ha hablado y se habla de crecimiento vocacional, pero ¿qué se entiende por crecimiento vocacional? Es la respuesta al llamado de Dios, es decir, la respuesta cada vez más concreta, más madura, por llamarla de una manera; es lo que todos los institutos y seminarios quisieran de parte de quienes ingresan a las casas de formación. Sin embargo, parece que no es tan simple conseguir esa madurez y menos en estos tiempos que nos toca vivir.
Ante el proceso vocacional, surgen algunas preguntas: ¿a qué llama Dios al hombre en el diálogo vocacional?; ¿cómo responde la persona a la llamada?; ¿cómo se puede llegar al crecimiento vocacional?; ¿existe alguna manera para poder desarrollar la vocación?
Dios nos habla en modo inmediato y mediato, por medio del Espíritu y su gracia es la manera como Dios se comunica inmediatamente con cada uno de nosotros. Así, la Palabra escrita y hablada y el ejemplo de Cristo son el modo mediato, manera como Dios se empeña en el diálogo con cada uno, cada significado en la llamada depende del contexto como estos medios son recibidos (Cf. Rulla, 1997).
No debemos olvidar que la vocación, es una llamada, un diálogo, a la que el hombre intenta responder. Esta llamada, implica un movimiento, en donde, en la media que el hombre vive este movimiento, corresponde a diferentes momentos educativos que implica la intervención interna y externa de cada persona.
En el crecimiento vocacional no se puede permanecer sólo en los dinamismos, porque estos implican los deseos, y cuando algo es deseado totalmente, se emplea toda la voluntad para obtenerla. Sin embargo, muchas veces olvidamos que la vocación implica estos movimientos, y queremos ver que las personas crezcan solo en lo práctico, o lo que se llama los “valores vocacionales”. Muchas veces se piensa que trabajar por el Reino de los Cielos sólo implica ciertas actitudes, ciertas cualidades que se deben cumplir para ser candidatos idóneos y se nos olvida que es necesario vivir la vocación desde otros ámbitos, que implican una mayor entrega, una continua clarificación de la llamada.
Dios nos llama sobre todo a la entrega libre por amor, donde no sólo se viven los ideales, pues correríamos el riesgo de detenernos ahí y caer en un servilismo. Si se quiere continuar en un proceso de crecimiento vocacional es necesario dejarse transformar desde la libertad, del tal manera que seamos capaces de descubrir que hablar de vocación es seguir a Cristo por amor, haciendo nuestras las palabras de san Pablo, “vivo pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí”.
Tenemos que tener claro que, “el deseo de perderse por el Reino no propone un voluntarismo titánico, ni implica la destrucción de uno mismo. Por el contrario, una auténtica realización de los valores vocacionales lleva también al hombre a realizar todas sus potencialidades” (Cf. Manneti, 1987, p. 13); por eso, en el proceso vocacional ya no sólo es importante ver que la persona reza, que sea bueno, obediente, que sabe estar con la gente… para concluir que será un buen religioso, un buen sacerdote. Las verdaderas interrogantes en el acompañamiento formativo serían “¿por qué reza? ¿Por qué está con la gente? ¿Por qué está disponible? ¿Sus comportamientos están dictados por sus valores o por sus necesidades personales?” (Cfr. Maneti, 1987, p. 29).
Evidentemente no se puede hablar sólo de las actitudes, es necesario reconocer al mismo tiempo los deseos, que muchas veces son vistos como algo malo, algo a lo que se debe renunciar para poder responder. Es claro que el cambio en una persona, es un proceso complejo, que implica la integralidad de la persona, no solo de un área.
Hablar de crecimiento, es comprender todo el movimiento que la persona hace, en ese proceso hacia Dios que lo llama y que lo lleva a buscar continuamente la madurez. En el proceso de formación, es necesario comprender que no se busca que la persona deba sustituir su ser por otro, o que deba adoptar nuevas actitudes de otros, como se pensaba y muchas veces se piensa. Por el contrario, debe lograr hacer un proceso de cambio, de maduración de sus propias actitudes que lo llevan al cambio.
Sin embargo, en el proceso de cambio se experimentan ciertas resistencias que pueden obstaculizar el proceso de cambio. Estas resistencias no quieren decir que no se cambie, es que implica un proceso quizás más lento, pero siempre caminando, y claro que la disposición de la persona al cambio. Este cambio acompañado de una formación integral en camino a la trascendencia, lleva al crecimiento vocación desde una perspectiva de madurez.
Ahora bien, si queremos conseguir un continuo crecimiento en la vocación, es necesario la disposición y la apertura para dejarse mover continuamente, movimiento que ayudará a ir venciendo las resistencias que se puedan tener en la respuesta a la llamada. En la medida que se es capaz de abrirse al movimiento, serán vividos los valores vocacionales, llevando a la persona a la realización plena, y por ende, a la madurez vocacional, que es el objetivo de toda repuesta a la llamada de Dios.
Jorge Hernández Mejía, ssp.