Por René Rebolledo Salinas, Arzobispo de La Serena
En este tercer domingo de noviembre, 33° del Tiempo Ordinario, la comunidad cristiana acoge los siguientes textos bíblicos: En la primera lectura Daniel 12, 1-3; el Salmo responsorial es el 15,5.8-11; la segunda lectura de la Carta a los Hebreos 10,11-14. 18; y el Evangelio de Marcos 13,24-32, conocido como la parusía y el ejemplo de la higuera.
Se encamina la comunidad hacia el término del Año Litúrgico. El próximo domingo -el 24 de noviembre- corresponde la gran solemnidad de Nuestro Señor Jesucristo, Rey del universo y el domingo 1 de diciembre, el 1° de Adviento. Esta es la razón que se proclamen textos bíblicos que orientan hacia la escatología y el final de la historia.
En la primera parte de este relato se hace alusión a los fenómenos cósmicos que preceden a la parusía: “el sol se oscurecerá, la luna no irradiará su resplandor, las estrellas caerán del cielo y los ejércitos celestes temblarán” (v 24). Luego, tendrá lugar la gran convocatoria de los elegidos “de un extremo de la tierra a un extremo del cielo”: “Entonces verán llegar al Hijo del Hombre entre nubes, con gran poder y gloria” (vv 26-27).
La enseñanza, el Señor la ofrece a los suyos en el ejemplo de la higuera: “cuando las ramas se ablandan y brotan las hojas, saben que está cerca la primavera” (v 28). Por ello, la atención y vigilancia: “cuando vean suceder aquello, sepan que el fin está cerca, a las puertas” (v 29).
Invita también el Señor a no preocuparse por el día y la hora, que solo conoce el Padre: “En cuanto al día y la hora, no los conoce nadie, ni los ángeles en el cielo, ni el hijo; sólo los conoce el Padre” (v 32).
“El cielo y la tierra pasarán, pero mis Palabras no pasarán” (v 31). En esta Palabra del Señor, entre otras de sus enseñanzas, radica nuestra confianza y esperanza en Él. Sus discípulos misioneros, siguiendo sus Palabras, debemos vivir con fervor el tiempo presente, sin embargo, contemplando de igual modo el futuro, pues nuestro Señor es Salvador y también Juez.
Por otra parte, tengamos siempre presente nuestra condición de pueblo peregrino, que vuelve a la casa -que retorna- meta definitiva, la casa donde el Padre a todos nos espera. De tal modo que la actitud más pertinente de los discípulos misioneros del Señor es la vigilancia. Que Él encuentre a los suyos sirviendo en la edificación del reino de su Padre.
“Subió a los cielos y está sentado a la derecha de Dios, Padre todopoderoso. Desde allí ha de venir a juzgar a vivos y muertos” (Credo), recitamos domingo tras domingo en la Eucaristía dominical. Nuestra fe está puesta en Cristo resucitado y glorioso, que vendrá también como Juez.