En nuestro país, desde el año 1994, el 18 de agosto celebramos el Día de la Solidaridad, conmemorando el regreso a la casa del Padre de uno de los chilenos más destacados en practicar, en concreto, la solidaridad con el prójimo: san Alberto Hurtado.
Reducir la solidaridad a acciones como dar dinero, comida o ropa a los pobres es bastante reduccionista. No todas las necesidades que existen son materiales y no todas se resuelven con plata. El panorama es mucho más amplio: las acciones solidarias son proporcionales a la cantidad de problemas del prójimo.
No es necesario ir muy lejos de nuestro entorno para encontrarnos con personas con necesidades espirituales, afectivas, morales, sociales, etc., y, ante cada una de ellas, como cristianos, deberíamos comportarnos solidariamente. A veces, sin darnos cuenta, hacemos el bien solo escuchando a una persona angustiada, dando un abrazo, un apretón de manos o una sonrisa.
Si bien es cierto que ser solidario incluye la caridad; para que este acto sea completo es necesario que vaya acompañado del desinterés. El solo hecho de dar, o ayudar, no es lo más difícil. Lo que cuesta es dar sin recibir nada a cambio, sin que nadie se entere, ni aun la persona a la que ayudamos.
Existe una infinidad de instituciones dedicadas a la solidaridad, la lista es larga y los ámbitos a los que ayudan también. Con ellos tenemos la posibilidad de hacer el bien. También existe una gran cantidad de voluntariados, desde los bomberos hasta las Damas de Rojo, otra manera de ser solidarios con nuestros semejantes.
La solidaridad representa la base de muchos valores humanos, como la amistad, el compañerismo, la lealtad y el honor. Nos permite sentirnos unidos y, por consiguiente, férreamente conectados con las personas a las que brindamos apoyo y, por supuesto, con aquellas que nos lo dan.
Ser caritativos, solidarios, y totalmente desinteresados es lo que Dios bendice: “Tú, cuando ayudes a un necesitado, ni siquiera tu mano izquierda debe saber lo que hace la derecha: tu limosna quedará en secreto. Y tu padre, que ve en lo secreto, te premiará” (Mt 6, 3-4).
En Jesús, María y Pablo,
El Director