Los dos primeros días de noviembre celebramos la Solemnidad de Todos los Santos y la Conmemoración de los fieles difuntos. Ambas expresan nuestra solidaridad esperanzada con aquellos hermanos que han atravesado el umbral misterioso de la muerte.
La liturgia de estos dos días es riquísima en contenido teológico y espiritual. Una misma oración une la glorificación de los santos y la intercesión a favor de los muertos.
La primera pone de relieve la vocación universal de los cristianos a la santidad. Esta es la primera vocación fundamental que hemos recibido los bautizados y es expresión de nuestra gran dignidad.
La segunda es una práctica que acompaña a la humanidad desde sus orígenes, aunque en la fe cristiana esta oración adquiere una nueva dimensión totalmente propia. El sentido cristiano de esta oración por los difuntos radica en la comunión con los que han muerto y la constatación de nuestra frágil condición humana. Con esta oración confiamos los difuntos a la misericordia de Dios. El fundamento de esta plegaria de intercesión es la fe que la misma fuerza de Dios, que actuó en la muerte y en la resurrección de Jesucristo, actuará también un día en nuestros hermanos y hermanas que han fallecido.
“La Iglesia es más grande y más viva de lo que pensamos. Pertenecen a ella los vivos y los muertos, tanto si éstos se encuentran todavía en un proceso de purificación como si ya están en la gloria de Dios, conocidos o desconocidos, grandes santos o anónimos”. Youcat, 146
Hay un dicho popular que dice: “Todo tiene solución, menos la muerte”; pero, para nosotros, los creyentes, la muerte tiene la mejor solución: la resurrección. El día de los difuntos es un buen momento para recordar que la fe cristiana proclama la victoria de la vida y declara que la muerte no tiene la última palabra en la historia humana. Nuestro Dios es un Dios de los vivos, que, gracias al Espíritu Santo, nos da la vida en Jesucristo resucitado.
La muerte, para un creyente en Cristo es, ciertamente, el punto final de la vida terrenal, pero es también el inicio de una vida nueva y feliz, en Dios, por la eternidad. Los cristianos estamos en el mundo para vivir y dar testimonio de esta esperanza. Tengámoslo siempre presente.
En Jesús, María y Pablo,
El Director