No hay una sola palabra dicha por él en los evangelios. Nada se nos informa de su nacimiento, de su vida antes de conocer a María ni se menciona su muerte. Pero los hechos en los que está involucrado nos hablan de su rol fundamental en la historia de la salvación.
Es un hombre “justo” cuando se entera del embarazo de su prometida y decide: no denunciarla públicamente y abandonarla en secreto. Pero cambia de opinión cuando el Ángel del Señor, en un sueño, le revela cómo ha sido concebido el Niño y le encomienda la misión de ratificar su matrimonio y recibir en su casa a la Madre y al Niño. Y así lo hace.
Es un hombre respetuoso de sus deberes cívicos y acata cuando el censo lo obliga a trasladarse, con su mujer embarazada, a Belén de Judá, su lugar de nacimiento.
Es un padre abnegado y acompaña en todo momento a su mujer cuando le llega el tiempo de dar a luz; continúa a su lado cuando llegan los pastores y los Magos de oriente.
Es un padre y marido protector, ya que por indicaciones del Ángel, nuevamente en un sueño, huye de Belén a Egipto con su familia, porque la vida de su Hijo estaba en peligro.
Es un padre presente cuando, junto con María, lleva al Niño al rito de la circuncisión, cuando debe ponerle su nombre y cuando lo presentan en el Templo.
Es un padre preocupado cuando su Hijo, ya de doce años, se pierde por tres días y lo encuentran en el Templo hablando con los maestros de la Ley.
San José cumple al pie de la letra lo que Dios le ha pedido: formar parte de la Sagrada Familia y permitir que Jesús estuviera a salvo, creciera sano, se desarrollara y, por último, cumpliera su misión y que su mensaje llegara hasta nosotros.
No hay una sola palabra dicha por él en los evangelios. Pero no hizo falta. Sus acciones lo dijeron todo.
En Jesús, María y Pablo,
El Director