El 19 de marzo, la liturgia de la Iglesia celebra la solemnidad de san José, esposo de la Virgen María y Patrono de la Iglesia Universal. Aunque también, en el calendario litúrgico, su figura se destaca en la fiesta de san José obrero el 1 de mayo, en la fiesta de la Sagrada Familia el 29 de diciembre y, por supuesto, tiene un rol importante en el relato de la Natividad de Jesús el 24 de diciembre.
En los evangelios solo se habla de él, no hay ninguna palabra o frase que él haya pronunciado. Por ese motivo es llamado el santo del silencio. Se lo describe como el varón que protege a la madre de Dios y, como un buen padre, protege y cuida a su familia. Siempre se le ve en un rol tras bambalinas. La última vez que se le menciona es cuando Jesús se pierde, a los 12 años, y es encontrado en el Templo.
Se puede afirmar que José no es padre adoptivo en sentido estricto, porque no hubo ninguna adopción, ni certificado jurídico equivalente a ello. José es la persona que, según la tradición cristiana, Dios elige para constituir una familia para Jesús. En latín, se le denomina Pater Putativus= “padre supuesto”, “tenido por padre”, que, al abreviarlo, aparece como PP, de allí proviene Pepe, el hipocorístico con el que, popularmente, en nuestro país, llamamos a los José.
En el día de san José recordamos, de manera especial, a muchos hombres de los cuales poco se escribe: los padres adoptivos. Aquellos que sin ser padres biológicos asumieron ese rol y amaron, criaron y educaron hijos e hijas como propios.
En el proceso de la adopción legal sabemos que ellos, con pareja o sin ella, deben sortear una gran cantidad de dificultades burocráticas, pero los mueve el mismo motor que a cualquier padre: el amor. Otros se casaron con mujeres que ya tenían un hijo o hija y asumieron a esos retoños como propios y formaron una familia. Algunos se han hecho cargo de sobrinos, nietos o ahijados y, como en los otros casos, de igual manera han llevado a esos hijos adelante como si fueran de su propia sangre. Ellos dicen: “Si la sangre llama, el amor grita”.
Vayan nuestros respetos, gratitud y admiración para todos los “Pepes”, que son muchos, que han sabido dar amor, sin que hubiera, necesariamente, lazos sanguíneos y sin esperar ningún tipo de recompensa.
En Jesús, María y Pablo,
El Director