No se elige, se cae en ella. Sencillamente, nos toca. Nacimos entre ellos, llegamos a engrosar ese árbol genealógico, heredamos ese pedigrí, ese apellido, la misma fe en Dios, esas costumbres y esa parentela. Con elementos a favor y en contra, con facilidades y dificultades, penas y alegrías, siempre con vaivenes pendulares, continuamos siendo parte de esos seres especiales con quienes compartimos genes y cromosomas.
Los amamos, nos aman, nos peleamos, nos reconciliamos, nos hacen y los hacemos sufrir; en fin, no somos eternamente felices ni siempre total y absolutamente desdichados.
Las hay de todos los tamaños, calidades y colores, pero poseen un común denominador: son familias. Y cuando compartimos nuestros problemas con amigos, nos damos cuenta, con matices particulares, por supuesto, de que todos vivimos la misma teleserie: en todas las familias se cuecen las mismas habas.
La dinastía se inicia con papá y mamá, quienes, luego de tirarse piedritas en la quebrada, se enamoran y se casan llenos de ilusiones. Y comienza a llegar la prole, que es expresión del amor de pareja y para cumplir, al pie de la letra, la finalidad del matrimonio: procrear, criar y educar (a esos epítetos aluden los insultos descalificadores que recibimos, desde pequeños: mal nacido, mal criado y mal educado).
Fechas inexcusables para reuniones familiares: Navidad, Año nuevo, bautizos, cumpleaños, graduaciones, bodas y Fiestas Patrias. Otras ocasiones de reunión, no tan agradables, son aquellas en que algún pariente ha sufrido un accidente, ha entrado al quirófano o ha fallecido; ahí estamos todos diciendo presente y es la oportunidad de encontrarnos con primos que no habíamos visto hace años y nos decimos, mutuamente: Oye, ¿pero por qué siempre nos vemos solo cuando ocurre una desgracia?
El grupo que se comunica, pelea y reúne regularmente: abuelos, padres, hijos, hermanos, cuñados, suegros, primos y nietos es la familia cercana. La parentela, que se ve solo en los funerales de las tías abuelas, es la familia lejana. La muchedumbre que aparece en tu casa cuando te has ganado los millones de la Lotería es la familia desconocida.
La familia no se elige, se cae en ella. Y nacer, crecer y desarrollarnos en ese núcleo nos hace amarlos tal como son y no querer cambiarlos, porque no serían ellos. Y uno siente orgullo de ser una hoja de ese árbol genealógico, de tener ese pedigrí, ese apellido, la misma fe en Dios, esas costumbres, esos genes y esos cromosomas. Con ellos se dividen nuestras penas y se multiplican nuestras alegrías. Siempre.
En Jesús, María y Pablo,
El Director