La Exaltación de la Santa Cruz es una de las fiestas religiosas más antiguas de Chile. Se remonta a los tiempos de la Conquista, cuando los misioneros (que no hablaban el idioma de los pueblos originarios) evangelizaban mediante signos externos, recurriendo a la cruz como símbolo máximo de liberación. Para ellos, lo primordial era inculcar en los fieles la idea de Dios unida al misterio de la salvación y a la recompensa después de esta vida.
La cruz fue en la antigüedad un instrumento de suplicio, patíbulo y lugar de escarmiento para todos aquellos que, culpables o no, eran acusados y condenados a una muerte lenta, dolorosa y humillante.
La práctica de la crucifixión es de origen persa y la utilizaron, en primer lugar, los “bárbaros”, como castigo político y militar para personas de alto rango. Luego la adoptaron los griegos y los romanos. Para estos últimos, iba precedida de la flagelación y el condenado debía llevar él mismo el palo transversal al lugar del suplicio.
A la crueldad propia del suplicio de la crucifixión (que daba lugar a muchos gestos sádicos), el crucificado se veía privado de sepultura y era abandonado a las bestias salvajes o a las aves de rapiña.
Jesús murió crucificado como un criminal y tratado con la mayor crueldad posible; tanta ferocidad sufrió, que, según las Escrituras, expiró, aproximadamente, tres horas después de haber sido crucificado, ante el asombro de los soldados romanos y demás testigos.
Ante aquella sombría realidad vivida por Jesús, la cruz continuó siendo el lugar de castigo y tormento, hasta que el relato de su resurrección se empezó a expandir.
La cruz, en lenguaje popular, se asocia al sufrimiento, la dificultad, el tormento. Expresiones como: “Qué le voy a hacer, es mi cruz”, “Es la cruz que Dios quiere que cargue”, “Esa persona es mi cruz”, entre otras, lo corroboran.
Cuando Jesús habla de cargar la propia cruz no solo se refiere a cargar con las penas y dolores. También habla de cargar con todo lo que hay en nuestra vida.
“Cargar con la cruz” es una invitación de Jesús a que nos despojemos de las ataduras materiales, emocionales y espirituales, y emprendamos el camino para peregrinar al encuentro con su Padre, que, por medio de su sacrificio, se hace nuestro Padre. Cargar con la cruz es vivir en continua conversión, implica tomar lo que somos, lo poco que tenemos, y caminar decididamente la senda que Jesús caminó.
En Jesús, María y Pablo,
El Director