El Miércoles de Ceniza damos inicio al tiempo de Cuaresma, un período que nos invita a volver la mirada hacia Dios, un tiempo de perdón, reconciliación, purificación y renovación de la vida cristiana, que nos dispone a vivir el Misterio Pascual.
La Cuaresma es celebrada por toda la cristiandad: católicos, católicos ortodoxos y algunas ramas del protestantismo, como los anglicanos y algunas iglesias evangélicas.
En la Biblia, el número cuarenta representa “cambio”: el diluvio dura cuarenta días y noches (el cambio hacia una nueva humanidad); los israelitas pasan cuarenta años en el desierto (hasta que cambia la generación inicial); Moisés permanece cuarenta días en el monte Sinaí y Elías peregrina cuarenta días hasta allí (a partir de lo cual sus vidas cambian) y Jesús ayuna cuarenta días (es el cambio de su vida privada a la pública).
Este en un tiempo propicio para el cambio: crecer en la oración, en el encuentro con Dios, recogernos en la intimidad con nuestro Padre del cielo y escuchar y meditar su Palabra.
También es oportuno acercarnos al sacramento de la reconciliación, arrepentirnos por los errores cometidos y proponernos repararlos de alguna manera.
Es recomendable practicar el ayuno y abstinencia el Miércoles de Ceniza y el Viernes Santo, que no necesariamente se debe remitir a no comer carne y reemplazarla por pescado, sino que también incluye soltar aquello que en nuestra vida nos tiene atados y abrir nuestro corazón al amor que se nos da. Ayunar también incluye abstenerse de ciertas acciones, palabras y gestos que puedan herir a los demás.
Y no nos olvidemos de un acto de amor, tan oportuno en estos tiempos difíciles, que es la caridad hacia los más necesitados. Dios recompensa nuestra generosidad. Siempre.
En Jesús, María y Pablo,
El Director.