La conversión de Saúl (Shaúl, en hebreo, en memoria del primer rey de los judíos) es la más alegórica y emblemática de las descritas en el Nuevo Testamento.
Saúl, un hombre educado, poderoso y fuerte, camino a Damasco se desmorona y cae, literalmente, al suelo, desorientado, perplejo y ciego; solo escucha la voz de Jesús, (Hech 9, 1-22).
El relato utiliza el término griego epistrepho, que significa “volverse a”, al cual le podemos agregar otros sinónimos: transformar, cambiar, mutar, experimentar una metamorfosis…, o sea, ser de una manera y terminar siendo, radicalmente,de otra. Todo aquello le sucede a Saúl, un apasionado perseguidor de los cristianos.
Luego de tres días ciego, sin comer ni beber, alojado en una casa desconocida, llega un hombre, también desconocido, llamado Ananías, que le impone las manos, lo hace recuperar la vista, lo bautiza, le explica quién es Jesús, lo instruye en la doctrina cristiana y lo envía a predicar el Evangelio.
La experiencia lo transforma, experimenta un viraje, un cambio de perspectiva y pensamiento. Saúl es otra persona. Un cambio radical se produce porque, según sus propias palabras, lo que para él antes era esencial y fundamental, ahora se ha convertido en “basura”; y lo que antes era ganancia, ahora es pérdida.
Pasa a ser miembro de la Iglesia a la que combatía, se autoproclama apóstol, se comienza a llamar Pablo y llega a ser pieza clave para que la Palabra de Dios se extienda por todo el mundo.
“Nunca es tarde para convertirse”, reza un dicho popular, y tiene razón, porque cada día tenemos la oportunidad de volver a creer, volver a empezar, volver a orientar el rumbo, volver a perdonar, volver a levantarnos, volver a rezar, volver a ir a Misa y tantos otros “volver a”.
Que san Pablo nos ilumine, para aprender de él. Nunca es tarde para emprender un nuevo rumbo, construir una nueva historia como cristiano y compartirla con los demás. Nunca es tarde.
En Jesús, María y Pablo,
El Director