El ser humano, universalmente, cada vez que celebra algo, lo que sea, lo hace comiendo. Por tanto, se trate de un bautizo, matrimonio, cumpleaños, aniversario, graduación, ascenso, triunfo deportivo y un largo etcétera, siempre tendrá que culminar con una comilona.
Y cuando se celebra, se convida a la parentela, amigos, compadres y vecinos; porque, para pasar lindos momentos, nada mejor que hacerlo con seres queridos en una mesa, lo más larga posible, con mantel largo, llena de cosas ricas y abundantes bebidas.
En esas ocasiones, la idea no es solo comer y beber, es relacionarse: conversar, reír, discutir, comentar sobre situaciones cotidianas comunes, hablar de proyectos, anhelos y, lo más usual, recordar hechos jocosos comunes que nos sacan lágrimas por las carcajadas. Comer juntos alegra el corazón, estrecha vínculos y reconforta el alma.
Precisamente, las lecturas del domingo 11 de octubre tratan este tema: mientras Isaías utiliza la figura de un delicioso banquete, para que entendamos el maravilloso destino que Dios nos tiene preparado, Jesús, en el evangelio, presenta el Reino de Dios como un gran banquete de bodas.
La presencia viva de Jesús la tenemos en el banquete de la Eucaristía, a la cual estamos todos invitados y en la que debemos sentirnos como familia en torno a la mesa común.
Luego de los duros momentos que hemos vivido por la pandemia COVID-19, los encuentros familiares en torno a una mesa tendrán otro sabor. Valoraremos el encontrarnos y nos diremos que lo mejor de nuestras vidas es tener una familia y amigos que nos quieren y queremos. Y nos abrazaremos con agrado, porque extrañábamos vernos.
También debemos hacer realidad, en la medida de nuestras posibilidades, el compartir. Acercarnos a los que sufren las consecuencias del desempleo, que se traduce en incertidumbre, hambre y necesidades básicas no cubiertas. El porcentaje de pobres en el mundo se ha elevado exponencialmente y es urgente ayudarlos.
Hoy, más que nunca, nuestra condición de cristianos nos exige compartir el pan de manera concreta. No es necesario ir muy lejos para encontrar a alguien que necesite de nuestra ayuda. Seamos solidarios con el que sufre. Dios nos bendecirá por ello.
En Jesús, María y Pablo,
El Director