Un sinnúmero de parroquias, comunidades, movimientos apostólicos, colegios, agrupaciones particulares, entre otros, a lo largo de nuestro país, todos los días del año dan vida a estos comedores que van en ayuda de los más necesitados en lo más básico: un pancito y un plato de comida caliente.
Estas iniciativas no serían posibles sin el fundamental aporte de dinero o alimentos realizado por instituciones y bienhechores particulares, muchas veces anónimos, que son signo, entre tantos otros, de una de las grandes expresiones del amor fraterno: la solidaridad.
Sin duda que lo más loable es el compromiso desinteresado de una gran cantidad de voluntarios, hombre y mujeres, que se manifiestan en primera línea y acuden con generosidad, diariamente, a recolectar donaciones, preparar alimentos, servir la comida y lavar la loza, acciones que los convierten en ángeles guardianes que entregan un signo de esperanza y dignidad a las personas que atienden.
En estos comedores se brinda desayuno, almuerzo, ya sea una vez a la semana, cada tres días o a diario, lo que contribuye significativamente a aliviar la triste realidad de numerosas personas que viven en situación de calle, cesantes o familias completas sin recursos.
Vale destacar la ayuda que estos comedores solidarios entregaron en los nefastos tiempos de pandemia. Cuando las cosas estaban mal para todos, ellos continuaron entregando, por lo menos, una comida caliente al día para tanta gente necesitada.
Desde estas páginas, manifestamos nuestro reconocimiento y felicitaciones a los abnegados voluntarios por su generosidad. Serán recompensados con creces, porque comprendieron, literalmente, el mensaje que Jesús nos dejó: Porque tuve hambre y ustedes me dieron de comer, tuve sed y me dieron de beber, estaba de paso y me alojaron; desnudo y me vistieron; enfermo y me visitaron; preso, y me vinieron a ver. Les aseguro que cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo (Mt 25, 35-36, 40).
En Jesús, María y Pablo,
El Director