Pobreza es no tener casa, no tener qué comer, estar enfermo y no tener acceso a un hospital ni a medicamentos, no tener educación, no tener trabajo, sobrevivir día a día, no tener agua potable ni alcantarillado, no tener plata y muchos otros “no tener”.
La Biblia, nos habla de los desposeídos desde el Pentateuco hasta el Nuevo testamento:
Deut 15, 11: “Nunca faltarán pobres en este país, por eso te doy yo este mandato: debes abrir tu mano a tu hermano, a aquel de los tuyos que es indigente y pobre en tu tierra”.
Jer 22, 3: “Practiquen la justicia y hagan el bien, libren de la mano del opresor al que fue despojado; no maltraten al forastero ni al huérfano ni a la viuda; no les hagan violencia, ni derramen sangre inocente en este lugar”.
Is 1, 17: “Busquen la justicia, den sus derechos al oprimido, hagan justicia al huérfano y defiendan a la viuda”.
Mt 26, 11: “Siempre tienen a los pobres con ustedes, pero a mí no me tendrán siempre”.
Mc 14, 7: “Siempre tienen a los pobres con ustedes y en cualquier momento podrán ayudarlos, pero a mí no me tendrán siempre”.
Jn 12, 8: “A los pobres los tienen siempre con ustedes, pero a mí no me tendrán siempre”.
1Jn 3, 17: “Si uno goza de riquezas en este mundo y cierra su corazón cuando ve a su hermano en apuros, ¿cómo puede permanecer en el amor de Dios?”.
Sant 2, 15-16: “Si un hermano o una hermana no tiene con qué vestirse ni qué comer, y ustedes les dicen: ‘que les vaya bien, caliéntense y aliméntense’, sin darles lo necesario para el cuerpo, ¿de qué les sirve eso?”.
La Iglesia universal, desde sus inicios, ha tenido siempre una opción preferencial por los desposeídos y continuará ayudando y acogiendo a los pobres y enfermos en sus albergues.
Como cristianos, nos corresponde exigir a nuestros gobernantes que estas personas tengan esperanza, respeto y dignidad, y segundo, a nosotros mismos, preguntarnos qué estamos haciendo al respecto. La tarea es urgente. Los pobres no pueden esperar.
El Director