El 17 de abril, el Hogar de Cristo presentó su matriz de inclusión social, instrumento técnico que permite estimar la magnitud de la brecha entre la población afectada por pobreza y vulnerabilidad y la cobertura existente, tanto estatal como privada. Esto en el marco de su campaña anual de socios, cuyo lema es “Que terminar con la pobreza, te mueva tanto como educar a tus hijos”.
Entre algunos de los datos que entrega la matriz podemos destacar que la población de lactantes y niños de entre 0 y 4 años, con pobreza por ingreso y multidimensional, que debería asistir a salas cuna y jardines infantiles es de 93.572 personas, pero los atendidos llegan sólo a 31.981, por lo tanto existe una brecha de 61.591 lactantes y niños de entre 0 y 4 años que no están recibiendo educación inicial, lo que equivale a un 66% del total. La región donde esta situación es más critica es la de Los Lagos, donde la brecha alcanza a un 78% de la infancia más vulnerable. La siguen las regiones de Arica y Parinacota, y Tarapacá, con un 75% y 73% de brecha, respectivamente.
“Nuestra matriz de inclusión social muestra los temas país pendientes en materia de pobreza. Evidencia dónde están las personas más pobres, excluidas y que padecen los profundos daños que provoca la pobreza. La matriz discrimina por temática, región, sexo y agrega el número de población potencial para cada una ellas”, señaló Paulo Egenau, director social nacional del Hogar de Cristo.
De acuerdo a la matriz, los jardines y salas cuna del Hogar de Cristo atienden a nivel nacional a 7.038 niños de entre 0 a 4 años de extrema vulnerabilidad, lo que representa el 22% del total de los que reciben educación inicial. Y consiguen un 70% de asistencia promedio contra el 50% de los demás establecimientos, de la Junji y privados.
Otro dato: el número de niños y adolescentes de 6 a 17 años que no asisten a establecimiento educacional y los jóvenes de 18 años que no han terminado la educación media y no asisten a establecimiento educacional, y que presentan ambas pobreza, es de 14.142. De ellos sólo 8.136 asisten a escuelas de reingreso como las 5 de Fundación Súmate, que atienden a 1.019 alumnos en 4 comunas de Santiago y en Lota, en la región de Biobío. Así, son 6.006 niños y adolescentes los que quedan sin ningún programa que les devuelva su derecho a la educación, lo que representa una brecha de 42%.
La brecha en materia de programas que prevengan que la población más vulnerable deje el sistema escolar es dramática: de los de los 394.650 estudiantes de alta vulnerabilidad matriculados en establecimientos educacionales, 360.805 no cuentan con ningún programa que los ayude a permanecer dentro del sistema; es decir, la brecha alcanza un 91%.
En relación al consumo problemático de alcohol y otras drogas el universo potencial de personas de 12 a 59 años con ambas pobrezas es de 46.586 y de ellas las que tienen algún programa que las acoja son 30.168, lo que genera una brecha de 13.418 personas sin tratamiento y representa un 31% del universo potencial que debería ser asistido.
La matriz recoge datos sobre personas en situación de calle, inclusión laboral, adultos con discapacidad mental, centros residenciales de protección, adultos mayores, a lo largo de Chile, discriminando los distintos programas sociales estatales, mixtos y privados, y constituye una herramienta clave para focalizar el trabajo de planificación social, al punto que son varios los organismos públicos y privados que han solicitado que se haga pública.
Además de presentar las impactantes cifras, los asistentes fueron testigos de las historias de tres participantes de diferentes programas del Hogar de Cristo, quienes contaron sus experiencias de dolor y superación. El primero en dar su testimonio fue Joel Rodríguez, ex alumno del colegio Betania de fundación Súmate.
“Vivo en la población San Gregorio, donde hoy es imposible ir a jugar a la cancha o jugar a la pelota en los pasajes. En las esquinas se ve el consumo y el microtráfico. Es peligroso, hay que andar con precaución en la calle. Hace unos meses, me quiso robar el celular un tipo. Lo empujé y al verlo me di cuenta de que tenía mi edad. Estaba completamente drogado y al mirarlo a los ojos me vi a mí mismo si no hubiera logrado recuperar los años perdidos y volver a la Escuela Betania. Volver a estudiar, me salvó”, contó Joel, quien hoy estudia Gastronomía Internacional en el Inacap.
Luego fue el turno de Claudia Fredes, apoderada del jardín infantil Sol Naciente del Hogar de Cristo. Ella tiene la tuición de su medio hermano Claudio Amaro, quien había estado durante un año en una residencia del Sename, en Temuco. Luego de ocho meses de juicios y trámites varios, logró que el niño, de casi cuatro años, pasara a su cuidado. Hoy, es un hijo más, junto a sus otros dos. “Él tenía muchas carencias, una de ellas era el apego y ese fue el trabajo mío. El que hizo el jardín fue el de estimulación, de enseñarle a hablar, a expresarse y a controlar esfínter. Antes les decía a todas ‘mamá’. Hoy distingue lo que es la mamá, la tía. Hoy sabe que yo soy su mamá”, contó Claudia, orgullosa de sí misma y satisfecha del trabajo que hace a diario el jardín con Amaro.
Por último, Yaritza Mesa, participante del programa residencial para mujeres adolescentes ‘Mapumalén’, contó que por una temprana desilusión amorosa a la que se sumó la definitiva separación de sus padres, cayó en consumo problemático de drogas. Pero gracias a su mamá, quien le dio su constante apoyo, pudo cambiar su vida. “Estoy muy agradecida con Mapumalén. Si uno se lo propone, uno lo puede conseguir, cuesta, pero no es difícil, así que estoy con todo el ánimo para salir adelante”, cuenta la joven que sueña con estudiar Derecho.