La liturgia eucarística dominical debe ser para nosotros, cristianos, un momento fuerte en el cual juntos alabamos al Señor, juntos escuchamos su palabra, juntos ofrecemos el sacrificio redentor, juntos participamos en el banquete del amor fraterno.
Pedimos perdón por nuestra poca solidaridad; por haber desconocido la presencia de Cristo en los hermanos; por haber sido cristianos “domingueros” y no de todos los días.
Pedimos un mayor amor de Dios para que nuestra vida sea más acorde a su voluntad.
Los humildes dones del pan y del vino se hacen eucaristía por la fuerza del Espíritu, motivo para dejarnos transformar por el Señor en pan y vino de fraternidad.
La comunión con Cristo debe reflejarse en una vida de servicio a los hermanos, hecho con amor. Preguntémonos cómo lo haría Cristo ahora y aquí.
Todo en la liturgia de hoy ha sido un llamado al amor del Señor. Mostremos a la gente que en nosotros no es algo ocasional, dominical, sino un compromiso permanente.