Nuestra asamblea dominical debe ser un lugar de conversión, de cambio en todo sentido, para vivir acordes al proyecto que Dios tiene sobre cada uno de nosotros.
Por nuestra incapacidad de perdonar. Por dilatar siempre más los cambios que el Señor nos pide. Por no aceptar las “correcciones” que nos hace la Iglesia.
Pedimos servir a Dios de todo corazón y así experimentar el amor que nos tiene.
Los dones que juntos ofrecemos sirvan para la salvación de todos. Es gracia de Dios y también respuesta nuestra.
En un mundo que explota los instintos (¡a veces los más bajos!) pedimos que Jesús, recibido en la eucaristía, sea la fuerza que mueva nuestra vida.
Cristo ha estado con nosotros; ha hecho su “pascua” con nosotros. Vayamos ahora a anunciar que, gracias a él, hemos pasado de la muerte a la vida.