En este tercer domingo de Cuaresma, la liturgia, con el simbolismo del agua, nos ayuda a revivir nuestro bautismo.
Hoy nos arrepentimos por no haber vivido con mayor plenitud las renuncias y las promesas del bautismo.
Invoquemos a la misericordia de Dios: que nos ayude a tomar los medios para superar nuestras culpas.
Dios se le aparece a Moisés en la zarza ardiente, le revela su nombre y le confía la misión de liberar a su pueblo de la esclavitud de Egipto.
Pablo recuerda a los bautizados el ejemplo de Israel en el desierto: todos fueron llamados a la liberación, pero, por sus pecados, muchos perecieron antes de alcanzar la tierra prometida.
Con dos ejemplos tomados de la crónica cotidiana, Jesús nos invita al cambio de vida.
Con los dones del pan y del vino, ponemos sobre el altar nuestro deseo de perdonar sinceramente a nuestros hermanos.
Hoy nos preguntamos, como otras veces: ¿Qué haría Cristo si estuviera en mi lugar? La respuesta concreta: “Hasta que nos duela”, marca la medida de nuestra unión con Cristo.
En un mundo consumista, olvidado de los valores que dan sentido a la existencia, nos comprometemos a ser agua viva, como Cristo, para nuestros hermanos menos favorecidos y que no han tenido la oportunidad de cultivarse.