El tema del pecado, de la tentación y de la conversión domina la liturgia de hoy. Jesús, con su ejemplo, nos fortalece y ayuda a ser fieles al Padre Dios.
Pedimos perdón por las veces que conscientemente nos hemos expuesto a las tentaciones, presumiendo de nuestras fuerzas y olvidándonos de Dios.
Suplicamos la gracia de aprovechar la cuaresma como verdadero sacramento de conversión.
Con las palabras de Moisés, se recuerda que del Señor nos viene todo: la liberación y todos los bienes de la tierra; por eso le debemos nuestro reconocimiento y gratitud.
Todos estamos salvados en Cristo: el que confía en él nunca será defraudado.
Jesús, antes de comenzar su vida pública, fue al desierto para ser tentado. Con su victoria sobre el tentador nos indica el camino para superar las tentaciones que encontramos en la vida.
Ponemos sobre el altar la ofrenda de nuestra vida, para conformarnos siempre más al proyecto de salvación que Dios tiene sobre nosotros.
Cristo, pan de vida, aumenta en nosotros la fe, la esperanza y el amor y, a la vez, nos alimenta con su palabra salvadora.
Tiempo de Cuaresma: tiempo de conversión; asumimos los medios que nos hacen caminar resueltamente hacia la Pascua: el ayuno solidario, la oración frecuente y la caridad fraterna con actos concretos.