No hay en el año litúrgico un tiempo más “mariano” que el Tiempo de Adviento.
María representa mejor que nadie la dulce espera del Mesías. Es así una feliz coincidencia que en pleno Tiempo de Adviento nos detengamos a celebrar a la Inmaculada, la Purísima. Y es una gracia que la Iglesia, aunque esta solemnidad toque en Domingo, que siempre suele tener preferencia en el calendario litúrgico, la haga prevalecer por sobre los elementos propios del segundo domingo de Adviento. Es que con María, la Madre de Dios, ni siquiera los elementos más propios del Adviento pasan a segundo plano. Al contrario, los hace aún más bellos y claros.
Escucharemos hoy en la primera lectura el trágico momento en la historia de la salvación en el que la Humanidad le da la espalda al Señor. En el paraíso Dios le pregunta a Adán, “¿dónde estás?” Avergonzado por el pecado, el primer hombre se esconde de Dios. El futuro no podía ser más desolador. Sin embargo, al leer el relato, los cristianos descubrieron que en medio de esa tragedia había un rayo de luz que anticipaba lo que ocurriría después. En efecto, el autor inspi-rado deja caer una promesa: llegará el día en el que del linaje de la mujer surgirá quien aplastará la cabeza del demonio. ¿No es el día de María? ¿No es el día en el que Dios mismo busca a la Humanidad y le envía un ángel, Gabriel, para buscar el sí de una mujer que podía convertirse en Madre de Dios? Cuando Dios pregunta por el hombre, Adán no podía responder. Sólo María –la inmaculada– podía salir dign-amente a su encuentro.
Con esta solemnidad terminamos el mes de María. Pero sobre todo, nos disponemos a contemplar el icono de la más hermosa colaboración entre Dios y la Humanidad, representada por una mujer. Toda la belleza de Dios en una creatura redimida. Anticipo de todo lo que en Adviento nos disponemos a esperar.
Hoy, pareciera que la figura predominante de nuestra celebración será santa María, la Inmaculada Concepción. Pero ella no nos habla de sí misma, sino de Jesús. Porque por Jesús, ella es llena de gracia. Dispongámonos a celebrar reconociendo en la Inmaculada el camino hacia el Señor.
La Virgen María es escogida en función de la salvación de toda la Iglesia. Ella cumple la promesa de Dios de la que da testimonio el Antiguo Testamento (Primera lectura) y vive completamente de la gracia de haber sido llamada a la santidad antes de la creación (Segunda lectura). La escena del evangelio nos lleva al momento decisivo en el que María, a nombre de la Humanidad entera, acoge el misterio de Dios en su propia carne.
Lectura del libro del Génesis. Después que el hombre y la mujer comieron del árbol que Dios les habría prohibido, el Señor Dios llamó al hombre y le dijo: “¿Dónde estás?”. “Oí tus pasos por el jardín, respondió él, y tuve miedo porque estaba desnudo. Por eso me escondí”. Él replicó: “¿Y quién te dijo que estabas desnudo? ¿Acaso has comido del árbol que yo te prohibí?”. El hombre respondió: “La mujer que pusiste a mi lado me dio el fruto y yo comí de él”. El Señor Dios dijo a la mujer: “¿Cómo hiciste semejante cosa?”. La mujer respondió: “La serpiente me sedujo y comí”. Y el Señor Dios dijo a la serpiente: “Por haber hecho esto, maldita seas entre todos los animales domésticos y entre todos los animales del campo. Te arrastrarás sobre tu vientre, y comerás polvo todos los días de tu vida. Pondré enemistad entre ti y la mujer, entre tu descendencia y la suya. Él te aplastará la cabeza y tú le acecharás el talón”. El hombre dio a su mujer el nombre de Eva, por ser ella la madre de todos los vivientes.
Palabra de Dios. R. Te alabamos, Señor.
R. ¡Canten al Señor un canto nuevo, porque Él hizo maravillas!
Canten al Señor un canto nuevo, porque Él hizo maravillas: su mano derecha y su santo brazo le obtuvieron la victoria. R.
El Señor manifestó su victoria, reveló su justicia a los ojos de las naciones: se acordó de su amor y su fidelidad en favor del pueblo de Israel. R.
Los confines de la tierra han contemplado el triunfo de nuestro Dios. Aclame al Señor toda la tierra, prorrumpan en cantos jubilosos. R.
Lectura de la carta del Apóstol san Pablo a los cristianos de Éfeso. Bendito sea Dios, el Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido en Cristo con toda clase de bienes espirituales en el cielo, y nos ha elegido en Él, antes de la creación del mundo, para que fuéramos santos e irreprochables en su presencia, por el amor. Él nos predestinó a ser sus hijos adoptivos por medio de Jesucristo, conforme al beneplácito de su voluntad, para alabanza de la gloria de su gracia, que nos dio en su Hijo muy querido. En Él, hemos sido constituidos herederos, y destinados de antemano –según el previo designio del que realiza todas las cosas conforme a su voluntad– a ser aquéllos que han puesto su esperanza en Cristo, para alabanza de su gloria.
Palabra de Dios. R. Te alabamos, Señor.
Aleluia. Alégrate, María, llena de gracia, el Señor está contigo, bendita tú entre las mujeres. Aleluia.
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas. El Ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen que estaba comprometida con un hombre perteneciente a la familia de David, llamado José. El nombre de la virgen era María.
El Ángel entró en su casa y la saludó, diciendo: «¡Alégrate!, llena de gracia, el Señor está contigo». Al oír estas palabras, ella quedó desconcertada y se preguntaba qué podía significar ese saludo. Pero el Ángel le dijo: «No temas, María, porque Dios te ha favorecido. Concebirás y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús; él será grande y será llamado Hijo del Altísimo. El Señor Dios le dará el trono de David, su padre; reinará sobre la casa de Jacob para siempre y su reino no tendrá fin». María dijo al Ángel: «¿Cómo puede ser eso, si yo no tengo relaciones con ningún hombre?». El Ángel le respondió: «El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso el niño será Santo y será llamado Hijo de Dios. También tu parienta Isabel concibió un hijo a pesar de su vejez, y la que era considerada estéril, ya se encuentra en su sexto mes, porque no hay nada imposible para Dios». María dijo entonces:
«Yo soy la servidora del Señor, que se haga en mí según tu Palabra». Y el Ángel se alejó.
Palabra del Señor. R. Gloria a ti, Señor Jesús.
Dios vino al mundo a través de santa María. Ella se constituye así en un camino por el que nosotros podemos ir hacia Dios. ¿Qué papel ocupa la santísima Virgen en nuestra vida cristiana? ¿Estamos atentos a la percepción de las llamadas continuas de Dios?
M. Elevamos nuestra oración al Padre, con María, la madre inmaculada. Ella, siempre atenta a las necesidades de la Iglesia y del mundo, llevará nuestra plegaria a la presencia del Padre.
A cada oración respondemos:
R. Señor Jesús, ven por María.
1.- Por la Iglesia, sus pastores, especialmente el santo Padre y nuestro obispo, para que el ministerio a ellos encomendado dé frutos de santidad en todo el pueblo cristiano. R.
2.- Por los cientos de peregrinos que especialmente en este día visitan un santuario mariano. Para que la Madre del Señor los renueve en su fe y puedan volver renovados a sus labores habituales. R.
3.- Por nuestra Patria, para que los efectos del pecado no empañen el deseo y el trabajo de tantos hombres y mujeres de buena voluntad que quieren hacer de ella una Tierra rica en virtudes cristianas. R.
4.- Por los enfermos y todos aquellos que sufren por diversas dificultades. Para que el consuelo de la gracia divina los anime en sus sufrimientos. R.
(Se pueden agregar otras peticiones de la comunidad)
M. Señor, Dios nuestro, que la Virgen María que mereció llevar en su vientre a Jesucristo, el Dios hecho hombre, te presente nuestra oración. Por el mismo Jesucristo, nuestro Señor.
Para las Asambleas Dominicales en Ausencia del Presbítero (ADAP) y la comunión de enfermos.
M. Padre bueno, que elegiste a la santísima Virgen María para ser la madre de tu Hijo eterno; te bendecimos y te damos gracias diciendo:
R. Bendito seas, Señor.
1.- Te bendecimos Padre, porque nos haces desbordar de gozo y alegrarnos en ti por las maravillas que haces en María. R.
2.- Te bendecimos Padre, porque en María has vestido a la Iglesia con un traje de gala, y la envuelves en un manto de triunfo. R.
3.- Te bendecimos Padre, porque contigo cantamos un pregón glorioso a María. De ella ha nacido el Sol de Justicia, Cristo, nuestro Dios. R.
M. Con la alegría de tener en María también nosotros una madre, nos atrevemos a decir: Padre nuestro…
Consolad/ Entre tus manos/ Cuando con el corazón/ Hija de Sión.