Dos discípulos van hacia Emaús, y como un peregrino más, Jesús les hace compañía por el camino. Al llegar, los discípulos “lo reconocieron al partir el pan”. Desde ese momento, ya no iban a reconocerlo por su apariencia física, pues al partir el pan, que es la manera más antigua de llamar a la santa misa, él “desapareció de su vista”. Ahora, Jesús se iba a dejar ver por los signos de la liturgia que él había instituido.
Se nos invita ahora a reconocer a Jesús en los gestos, signos y palabras que toman vida en nuestra celebración. Todo habla de él. Debemos aprender a reconocerlo con los ojos de la fe. Verlo en la asamblea, que con su actitud de acogida, de adoración y respeto ante el Misterio celebrado, es el mismo Cristo que ora ante su Padre. Verlo en el signo del altar, que el ministro besa e inciensa. Verlo en el signo del ambón, que los antiguos cristianos representaban con la forma de un sepulcro abierto, ya que en el sepulcro se anunció por primera vez que Cristo había resucitado. En fin, verlo en el presbítero –también evocación de Cristo– revestido de la túnica blanca, porque es cristiano; de la estola, porque forma parte del orden de los presbíteros, y la casulla, ornamento que sólo él y el obispo utiliza, porque sólo ellos tienen el don de santificar las ofrendas del pan y del vino, y hacer de ellos el Cuerpo y la Sangre del Señor, presencia de Cristo por antonomasia.
Todo nos habla de la presencia viva del Señor. En la celebración de nuestra fe se encuentra toda la gracia. Así lo decía un gran padre de la Iglesia, san Ambrosio: en la liturgia, “las cosas que no se ven son mucho más grandes que las que se ven”. Por lo visible, a lo invisible. ¡Reconozcámoslo en la fracción del pan!
Comisión Nacional de Liturgia
Cada vez que nos reunimos para celebrar el Misterio de Cristo, él se hace presente. Él está con nosotros, vivo. Reconozcamos su presencia con los ojos de la fe. Está entre nosotros, pues somos su cuerpo. Está en la Palabra que escucharemos y en el alimento que nos dará. Reconozcámoslo.
La liturgia de la Palabra nos invita a dejarnos asombrar por la buena noticia de la resurrección de Jesús. San Pedro se esmera en mostrarles a los judíos cómo hasta el mismo David anunció la resurrección del Mesías. Por la sangre de Cristo, hemos recibido nosotros esa esperanza. No merezcamos el reproche de Jesús: hombres duros de entendimiento, cómo les cuesta creer todo lo que anunciaron los profetas”.
Lectura de los Hechos de los Apóstoles. El día de Pentecostés, Pedro, poniéndose de pie con los Once, levantó a voz y dijo: “Hombres de Judea y todos los que habitan en Jerusalén, presten atención, porque voy a explicarles lo que ha sucedido. A Jesús de Nazaret, el hombre que Dios acreditó ante ustedes realizando por su intermedio los milagros, prodigios y signos que todos conocen, a ese hombre que había sido entregado conforme al plan y a la previsión de Dios, ustedes lo hicieron morir, clavándolo en la cruz por medio de los infieles. Pero Dios lo resucitó, librándolo de las angustias de la muerte, porque no era posible que ella tuviera dominio sobre él. En efecto, refiriéndose a Él, dijo David: ‘Veía sin cesar al Señor delante de mí, porque él está a mi derecha para que yo no vacile. Por eso se alegra mi corazón y mi lengua canta llena de gozo. También mi cuerpo descansará en la esperanza, porque Tú no entregarás mi alma al Abismo, ni dejarás que tu servidor sufra la corrupción. Tú me has hecho conocer los caminos de la vida y me llenarás de gozo en tu presencia. Hermanos, permítanme decirles con toda franqueza que el patriarca David murió y fue sepultado, y su tumba se conserva entre nosotros hasta el día de hoy. Pero como él era profeta, sabía que Dios le había jurado que un descendiente suyo se sentaría en su trono. Por eso previó y anunció la resurrección del Mesías, cuando dijo que no fue entregado al Abismo ni su cuerpo sufrió la corrupción. A este Jesús, Dios lo resucitó, y todos nosotros somos testigos. Exaltado por el poder de Dios, Él recibió del Padre el Espíritu Santo prometido, y lo ha comunicado como ustedes ven y oyen”.
Palabra de Dios. R. Te alabamos, Señor.
R. Señor, me harás conocer el camino de la vida.
Protégeme, Dios mío, porque me refugio en ti. Yo digo al Señor: “Señor, Tú eres mi bien”. El Señor es la parte de mi herencia y mi cáliz, ¡Tú decides mi suerte! R.
Bendeciré al Señor que me aconseja, ¡hasta de noche me instruye mi conciencia! Tengo siempre presente al Señor: Él está a mi lado, nunca vacilaré. R.
Por eso mi corazón se alegra, se regocijan mis entrañas y todo mi ser descansa seguro: porque no me entregarás a la muerte ni dejarás que tu amigo vea el sepulcro. R.
Me harás conocer el camino de la vida, saciándome de gozo en tu presencia, de felicidad eterna a tu derecha. R.
Lectura de la primera carta del Apóstol san Pedro. Queridos hermanos: Ya que ustedes llaman Padre a Aquél que, sin hacer acepción de personas, juzga a cada uno según sus obras, vivan en el temor mientras están de paso en este mundo. Ustedes saben que “fueron rescatados” de la vana conducta heredada de sus padres, no con bienes corruptibles, como el oro y la plata, sino con la sangre preciosa de Cristo, el Cordero sin mancha y sin defecto, predestinado antes de la creación del mundo y manifestado en los últimos tiempos para bien de ustedes. Por Él, ustedes creen en Dios, que lo ha resucitado y lo ha glorificado, de manera que la fe y la esperanza de ustedes estén puestas en Dios.
Palabra de Dios. R. Te alabamos, Señor.
Aleluia. Señor Jesús, explícanos las Escrituras. Haz que arda nuestro corazón mientras nos hablas. Aleluia.
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas. El primer día de la semana, dos de los discípulos iban a un pequeño pueblo llamado Emaús, situado a unos diez kilómetros de Jerusalén. En el camino hablaban sobre lo que había ocurrido. Mientras conversaban y discutían, el mismo Jesús se acercó y siguió caminando con ellos. Pero algo impedía que sus ojos lo reconocieran. Él les dijo: “¿Qué comentaban por el camino?”. Ellos se detuvieron, con el semblante triste, y uno de ellos, llamado Cleofás, le respondió: “¡Tú eres el único forastero en Jerusalén que ignora lo que pasó en estos días!”. “¿Qué cosa?”, les preguntó. Ellos respondieron: “Lo referente a Jesús, el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y en palabras delante de Dios y de todo el pueblo, y cómo nuestros sumos sacerdotes y nuestros jefes lo entregaron para ser condenado a muerte y lo crucificaron. Nosotros esperábamos que fuera él quien librara a Israel. Pero a todo esto ya van tres días que sucedieron estas cosas. Es verdad que algunas mujeres que están con nosotros nos han desconcertado: ellas fueron de madrugada al sepulcro y al no hallar el cuerpo de Jesús, volvieron diciendo que se les habían aparecido unos ángeles, asegurándoles que Él está vivo. Algunos de los nuestros fueron al sepulcro y encontraron todo como las mujeres habían dicho. Pero a Él no lo vieron”. Jesús les dijo: “¡Hombres duros de entendimiento, cómo les cuesta creer todo lo que anunciaron los profetas! ¿No era necesario que el Mesías soportara esos sufrimientos para entrar en su gloria?”. Y comenzando por Moisés y continuando con todos los profetas, les interpretó en todas las Escrituras lo que se refería a él. Cuando llegaron cerca del pueblo a donde iban, Jesús hizo ademán de seguir adelante. Pero ellos le insistieron: “Quédate con nosotros, porque ya es tarde y el día se acaba”. Él entró y se quedó con ellos. Y estando a la mesa, tomó el pan y pronunció la bendición; luego lo partió y se lo dio. Entonces los ojos de los discípulos se abrieron y lo reconocieron, pero Él había desaparecido de su vista. Y se decían: “¿No ardía acaso nuestro corazón, mientras nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?”. En ese mismo momento, se pusieron en camino y regresaron a Jerusalén. Allí encontraron reunidos a los Once y a los demás que estaban con ellos, y estos les dijeron: “Es verdad, ¡el Señor ha resucitado y se apareció a Simón!”. Ellos, por su parte, contaron lo que les había pasado en el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.
Palabra del Señor. R. Gloria a ti, Señor Jesús.
La vida de fe se alimenta de signos mediante los cuales podemos percibir la presencia de Cristo vivo. Pero no se trata de buscar emociones, sino de pedirle al Señor estar atentos a comprender y a creer. ¿Soy capaz de ver en la realidad un signo de Cristo resucitado? ¿Busco disponer mi corazón para ser sensible a las palabras de vida?
M. Cristo ha resucitado para interceder por nosotros. La Iglesia reunida en oración no duda en confiarle sus intenciones. Las ponemos en sus manos diciendo:
R. Señor, óyenos.
1.- Por la Iglesia, por cada uno de sus miembros, para que sepamos llevar a los demás la esperanza de la resurrección de Jesús que es primicia de la nuestra. Roguemos al Señor. R.
2.- Por los que no tienen fe y viven sin esperanza; para que perciban cómo Jesús se hace compañero en el camino de nuestra vida. Roguemos al Señor. R.
3.- Por los más pobres y desvalidos, para que encuentren en nosotros los signos de Cristo. Roguemos al Señor. R.
4.- Por nuestra comunidad (parroquial, religiosa, etc.) para que vivamos en continua gratitud por la gracia que recibimos cada día en el seguimiento de Cristo. Roguemos al Señor. R.
(Se pueden agregar otras peticiones de la comunidad)
M. Escucha Señor, el clamor de nuestro corazón y sácianos con el gozo de tu presencia. Por Jesucristo, nuestro Señor.
Para las Asambleas Dominicales en Ausencia del Presbítero (ADAP) y la comunión de enfermos.
M. A ti, Señor Jesús, que vives para siempre glorioso junto al Padre en el amor del Espíritu, te alabamos diciendo:
R. Bendito seas, Señor.
1.- Porque te haces compañero de nuestro camino. R.
2.- Porque nos explicas las sagradas Escrituras, y le das sentido a nuestras vidas, R.
3.- Porque te haces presente en la persona del desvalido. R.
4.- Porque confías siempre en nosotros para poder anunciarle al mundo las maravillas de tu resurrección. R.
M. Con la confianza de sabernos oídos y acompañados, nos atrevemos a decir tal como Jesús nos enseñó: Padre nuestro…
Aclamad al Señor, Tierra entera (Salmo 65)/ Caminaré en presencia del Señor (Salmo 114)/ Peregrino de Emaús/ Mientras recorres la vida.