Domingo 3° de Pascua. Blanco.
Se dice o canta Gloria. Credo. Prefacio Pascual. Semana 3ª del Salterio.
Quédate con nosotros, Señor
Los once kilómetros de Jerusalén a Emaús pueden representar la metáfora de tantos momentos de nuestra vida, cuando los proyectos en los cuales hemos invertido tanto se hicieron pedazos, las amistades naufragaron, nos desconcertamos por fracasos. Es natural querer recomenzar de nuevo, pero en otro lugar, con otra gente. Esa es la situación de los dos discípulos. Volvían de Jerusalén a su pueblo con los ideales mesiánicos hechos añicos y quieren dejar atrás un sueño en la historia de Israel por una vida normal y tranquila.
Otro caminante aparece como compañía inesperada de viaje y sucede lo que siempre sucede: el desconocido es la ocasión para descargar y aliviar el dolor.
Los dos discípulos expresan el desaliento por lo sucedido y ya no esperan el Mesías… Piensan que se habían ilusionado en vano, que creyeron en lo imposible, que todo seguirá igual o peor, porque ya ni esperanzas de cambio les quedan. Aunque hay quienes todavía se ilusionan, pero los muertos, como Jesús, no vuelven. Todo terminó.
El desconocido no replica, no reprocha, simplemente, hace otra lectura de las escrituras, les abre los ojos, ilumina su inteligencia, le muestra caminos que son de Dios y que nunca serán los del poder de los hombres.
Los dos discípulos experimentan un milagro: les quema el corazón, reviven y esperan, no saben qué, pero su ánimo abatido ahora es esperanzador. Por eso, no quieren separarse del desconocido y lo invitan a compartir la mesa.
Ya dispuestos para cenar, el desconocido toma el pan, da gracias y lo parte, tal cual como ha hecho en la última cena, y desparece. Lo reconocen en los gestos porque nadie puede repetirlos.
Transmitir la fe no es impartir nociones de doctrina y normas de conducta, sino encender los corazones en el amor a Jesús resucitado y a los hermanos. De esas personas sale espontánea la oración: “Quédate con nosotros, Señor”.
“Quédate con nosotros, porque ya es tarde y el día se acaba”, (Lc 24, 29)
P. Aderico Dolzani,ssp.
1ª Lectura Hech 2, 14. 22-33
Lectura de los Hechos de los Apóstoles.
El día de Pentecostés, Pedro, poniéndose de pie con los Once, levantó a voz y dijo: “Hombres de Judea y todos los que habitan en Jerusalén, presten atención, porque voy a explicarles lo que ha sucedido. A Jesús de Nazaret, el hombre que Dios acreditó ante ustedes realizando por su intermedio los milagros, prodigios y signos que todos conocen, a ese hombre que había sido entregado conforme al plan y a la previsión de Dios, ustedes lo hicieron morir, clavándolo en la cruz por medio de los infieles. Pero Dios lo resucitó, librándolo de las angustias de la muerte, porque no era posible que ella tuviera dominio sobre Él. En efecto, refiriéndose a Él, dijo David: ‘Veía sin cesar al Señor delante de mí, porque él está a mi derecha para que yo no vacile. Por eso se alegra mi corazón y mi lengua canta llena de gozo. También mi cuerpo descansará en la esperanza, porque Tú no entregarás mi alma al Abismo, ni dejarás que tu servidor sufra la corrupción. Tú me has hecho conocer los caminos de la vida y me llenarás de gozo en tu presencia’. Hermanos, permítanme decirles con toda franqueza que el patriarca David murió y fue sepultado, y su tumba se conserva entre nosotros hasta el día de hoy. Pero como él era profeta, sabía que Dios le había jurado que un descendiente suyo se sentaría en su trono. Por eso previó y anunció la resurrección del Mesías, cuando dijo que no fue entregado al Abismo ni su cuerpo sufrió la corrupción. A este Jesús, Dios lo resucitó, y todos nosotros somos testigos. Exaltado por el poder de Dios, Él recibió del Padre el Espíritu Santo prometido, y lo ha comunicado como ustedes ven y oyen”. Palabra de Dios.
Comentario: La primera obra del Espíritu Santo es la habilidad y valentía de Pedro y los demás, en proclamar a viva voz la resurrección del Mesías, y la dispersión del mensaje en todas las lenguas.
SALMO Sal 15, 1-2. 5. 7-11
R. Señor, me harás conocer el camino de la vida.
Protégeme, Dios mío, porque me refugio en ti. Yo digo al Señor: “Señor, Tú eres mi bien”. El Señor es la parte de mi herencia y mi cáliz, ¡Tú decides mi suerte! R.
Bendeciré al Señor que me aconseja, ¡hasta de noche me instruye mi conciencia! Tengo siempre presente al Señor: Él está a mi lado, nunca vacilaré. R.
Por eso mi corazón se alegra, se regocijan mis entrañas y todo mi ser descansa seguro: porque no me entregarás a la muerte ni dejarás que tu amigo vea el sepulcro. R.
Me harás conocer el camino de la vida, saciándome de gozo en tu presencia, de felicidad eterna a tu derecha. R.
2ª Lectura 1Ped 1, 17-21
Lectura de la primera carta del Apóstol san Pedro.
Queridos hermanos: Ya que ustedes llaman Padre a Aquél que, sin hacer acepción de personas, juzga a cada uno según sus obras, vivan en el temor mientras están de paso en este mundo.
Ustedes saben que “fueron rescatados” de la vana conducta heredada de sus padres, no con bienes corruptibles, como el oro y la plata, sino con la sangre preciosa de Cristo, el Cordero sin mancha y sin defecto, predestinado antes de la creación del mundo y manifestado en los últimos tiempos para bien de ustedes. Por Él, ustedes creen en Dios, que lo ha resucitado y lo ha glorificado, de manera que la fe y la esperanza de ustedes estén puestas en Dios. Palabra de Dios.
Comentario: Dios, que exigía la santidad en el Antiguo Testamento, se ha revelado en Jesucristo como padres, y un día se revelará como juez, por lo tanto, es necesario proceder siempre con “respeto durante su permanencia en la tierra”.
ALELUIA Cfr. Lc 24, 32
Aleluia. Señor Jesús, explícanos las Escrituras. Haz que arda nuestro corazón mientras nos hablas. Aleluia.
EVANGELIO Lc 24, 13-35
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas.
El primer día de la semana, dos de los discípulos iban a un pequeño pueblo llamado Emaús, situado a unos diez kilómetros de Jerusalén. En el camino hablaban sobre lo que había ocurrido. Mientras conversaban y discutían, el mismo Jesús se acercó y siguió caminando con ellos. Pero algo impedía que sus ojos lo reconocieran. Él les dijo: “¿Qué comentaban por el camino?”. Ellos se detuvieron, con el semblante triste, y uno de ellos, llamado Cleofás, le respondió: “¡Tú eres el único forastero en Jerusalén que ignora lo que pasó en estos días!”. “¿Qué cosa?”, les preguntó. Ellos respondieron: “Lo referente a Jesús, el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y en palabras delante de Dios y de todo el pueblo, y cómo nuestros sumos sacerdotes y nuestros jefes lo entregaron para ser condenado a muerte y lo crucificaron. Nosotros esperábamos que fuera él quien librara a Israel. Pero a todo esto ya van tres días que sucedieron estas cosas. Es verdad que algunas mujeres que están con nosotros nos han desconcertado: ellas fueron de madrugada al sepulcro y al no hallar el cuerpo de Jesús, volvieron diciendo que se les habían aparecido unos ángeles, asegurándoles que él está vivo. Algunos de los nuestros fueron al sepulcro y encontraron todo como las mujeres habían dicho. Pero a Él no lo vieron”. Jesús les dijo: “¡Hombres duros de entendimiento, cómo les cuesta creer todo lo que anunciaron los profetas! ¿No era necesario que el Mesías soportara esos sufrimientos para entrar en su gloria?”. Y comenzando por Moisés y continuando con todos los profetas, les interpretó en todas las Escrituras lo que se refería a él. Cuando llegaron cerca del pueblo adonde iban, Jesús hizo ademán de seguir adelante. Pero ellos le insistieron: “Quédate con nosotros, porque ya es tarde y el día se acaba”. Él entró y se quedó con ellos. Y estando a la mesa, tomó el pan y pronunció la bendición; luego lo partió y se lo dio. Entonces los ojos de los discípulos se abrieron y lo reconocieron, pero Él había desaparecido de su vista. Y se decían: “¿No ardía acaso nuestro corazón, mientras nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?”. En ese mismo momento, se pusieron en camino y regresaron a Jerusalén. Allí encontraron reunidos a los Once y a los demás que estaban con ellos, y estos les dijeron: “Es verdad, ¡el Señor ha resucitado y se apareció a Simón!”. Ellos, por su parte, contaron lo que les había pasado en el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan. Palabra del Señor.
Comentario: Sin darnos cuenta, recorremos el camino de Emaús cada domingo: la Eucaristía es un peregrinar al encuentro con Cristo resucitado. La tristeza de los peregrinos se da al reconocernos pecadores; Cristo nos habla al corazón en la Liturgia de la Palabra y se nos muestra vivo y glorioso en la consagración del pan y el vino.