El profeta Samuel va a la casa de Jesé, en busca del futuro rey de Israel. Pero, a pesar de ser un profeta, juzga por la apariencia, pensando que son los hermanos mayores de David quienes han sido elegidos por Dios. Tienen estatura, fortaleza, buena salud, todas las cualidades exteriores de un gran rey y de un general de los ejércitos de Israel. Sin embargo, el Señor le replica que no debe fijarse en las apariencias, sino que se debe mirar el corazón. David, al contrario de sus hermanos, era mucho más joven, menos fuerte, pero el Señor lo elige por su corazón.
El juzgar a las personas por la apariencia es más fácil. Poder conocer el corazón de una persona es una tarea más larga, más difícil. Pero en verdad, no llegamos a conocer a alguien si no hemos podido llegar hasta su corazón. Y Dios habita el corazón del hombre, y allí es donde tiene su santuario, es allí donde lo ama, lo llama a conversión, lo alegra con su presencia. Y lo que está en el corazón del hombre no puede sino brotar al exterior. Como en el caso de David, que a pesar a su aparente debilidad, fue el más grande de los reyes de Israel.
El corazón, en la cultura bíblica, no es la sede de los sentimientos, como estamos acostumbrados a pensar hoy, sino que es la base de la inteligencia y la voluntad. Por eso, un corazón que ama a Dios, es una persona que actúa con recta intención, que sabe y reconoce que Dios es el Señor, y que, con firme voluntad, sigue sus mandamientos. Los sentimientos son volubles, por eso no podemos basarnos en ellos para nuestro seguimiento del Señor. Amar al prójimo con todo el corazón no es sentir por él una sensación de querer abrazarlo, sino que es reconocerlo como hermano y hacerle el bien. Por eso Dios ve el corazón.
Comisión Nacional de Liturgia
Este cuarto domingo de Cuaresma lleva por nombre “laetare”, es decir, “alégrate”, que es precisamente la palabra con la que comienza el canto de entrada propio de este día. Hoy está permitido usar ornamentos rosados, que indican que el carácter penitencial propio de este tiempo se suaviza, por la proximidad de la Pascua.
El domingo pasado el tema central de las lecturas era el agua, hoy es otro de los elementos bautismales, la luz. Durante este año dedicado al evangelio de san Mateo, los temas cuaresmales están íntimamente relacionados con el bautismo. Ver con los ojos de Dios, no por apariencias, sería el resumen de la primera lectura; ser luz del mundo, la segunda; la ceguera sanada por Cristo, luz del mundo, el evangelio. Bajo esta clave, profundicemos las lecturas que la Iglesia nos regala en este día.
Lectura del primer libro de Samuel: El Señor dijo a Samuel: «¡Llena tu frasco de aceite y parte! Yo te envío a Jesé, el de Belén, porque he visto entre sus hijos al que quiero como rey». Samuel fue, purificó a Jesé y a sus hijos y los invitó al sacrificio. Cuando ellos se presentaron, Samuel vio a Eliab y pensó: «Seguro que el Señor tiene ante Él a su ungido». Pero el Señor dijo a Samuel: «No te fijes en su aspecto ni en lo elevado de su estatura, porque Yo lo he descartado. Dios no mira como mira el hombre; porque el hombre ve las apariencias, pero Dios ve el corazón». Así Jesé hizo pasar ante Samuel a siete de sus hijos, pero Samuel dijo a Jesé: «El Señor no ha elegido a ninguno de éstos». Entonces Samuel preguntó a Jesé: «¿Están aquí todos los muchachos?» Él respondió: «Queda todavía el más joven, que ahora está apacentando el rebaño». Samuel dijo a Jesé: «Manda a buscarlo, porque no nos sentaremos a la mesa hasta que llegue aquí». Jesé lo hizo venir: era de tez clara, de hermosos ojos y buena presencia. Entonces el Señor dijo a Samuel: «Levántate y úngelo, porque es éste. Samuel tomó el frasco de óleo y lo ungió en presencia de sus hermanos. Y desde aquel día, el espíritu del Señor descendió sobre David.
Palabra de Dios. R. Te alabamos, Señor.
R. El Señor es mi pastor, nada me puede faltar.
El Señor es mi pastor, nada me puede faltar. Él me hace descansar en verdes praderas, me conduce a las aguas tranquilas y repara mis fuerzas. R.
Me guía por el recto sendero, por amor de su Nombre. Aunque cruce por oscuras quebradas, no temeré ningún mal, porque Tú estás conmigo: tu vara y tu bastón me infunden confianza. R.
Tú preparas ante mí una mesa, frente a mis enemigos; unges con óleo mi cabeza y mi copa rebosa. R.
Tu bondad y tu gracia me acompañan a lo largo de mi vida; y habitaré en la Casa del Señor, por muy largo tiempo. R.
Lectura de la carta del Apóstol san Pablo a los cristianos de Éfeso. Hermanos: Antes, ustedes eran tinieblas, pero ahora son luz en el Señor. Vivan como hijos de la luz. Ahora bien, el fruto de la luz es la bondad, la justicia y la verdad. Sepan discernir lo que agrada al Señor, y no participen de las obras estériles de las tinieblas; al contrario, pónganlas en evidencia. Es verdad que resulta vergonzoso aun mencionar las cosas que esa gente hace ocultamente. Pero cuando se las pone de manifiesto, aparecen iluminadas por la luz, porque todo lo que se pone de manifiesto es luz. Por eso se dice: «Despiértate, tú que duermes, levántate de entre los muertos, y Cristo te iluminará».
Palabra de Dios. R. Te alabamos, Señor.
«Yo soy la luz del mundo, el que me sigue tendrá la luz de la Vida», dice el Señor.
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo se-gún san Juan. Jesús, vio a un hombre ciego de nacimiento. Escupió en la tierra, hizo barro con la saliva y lo puso sobre los ojos del ciego, diciéndole: «Ve a lavarte a la piscina de Siloé», que significa «Enviado». El ciego fue, se lavó y, al regresar, ya veía. Los vecinos y los que antes lo habían visto mendigar, se preguntaban: «¿No es éste el que se sentaba a pedir limosna?» Unos opinaban: «Es el mismo». «No, respondían otros, es uno que se le parece». Él decía: «Soy realmente yo». El que había sido ciego fue llevado ante los fariseos. Era sábado cuando Jesús hizo barro y le abrió los ojos. Los fariseos, a su vez, le preguntaron cómo había llegado a ver. Él les respondió: «Me puso barro sobre los ojos, me lavé y veo». Algunos fariseos decían: «Ese hombre no viene de Dios, porque no observa el sábado». Otros replicaban: «¿Cómo un pecador puede hacer semejantes signos?» Y se produjo una división entre ellos. Entonces dijeron nuevamente al ciego: «Y tú, ¿qué dices del que te abrió los ojos?» El hombre respondió: «Es un profeta». Ellos le respondieron: «Tú naciste lleno de pecado, y ¿quieres darnos lecciones?» Y lo echaron. Jesús se enteró de que lo habían echado y, al encontrarlo, le preguntó: «¿Crees en el Hijo del hombre?» Él respondió: «¿Quién es, Señor, para que crea en Él?» Jesús le dijo: «Tú lo has visto: es el que te está hablando». Entonces él exclamó: «Creo, Señor», y se postró ante Él.
Palabra del Señor. R. Gloria a ti, Señor Jesús.
Toda la historia de la curación del ciego de nacimiento concluye con una pregunta del Señor: “¿Crees tú en el Hijo del Hombre?”, a lo que el ciego sanado responde: “Creo, Señor”, manifestando esta fe también con un gesto de postración. Es una pregunta fundamental que el Señor nos dirige también a nosotros: ¿Crees tú verdaderamente en el Hijo del Hombre?
M. Confiados en que el Señor tiene siempre el oído de su corazón atento a nuestra plegaria, presentémosle nuestras oraciones por las necesidades de la Iglesia y del mundo entero.
1.- Por el Santo Padre y los obispos del mundo entero, para que fieles a su vocación, busquen siempre el bien material y espiritual de todos sus hijos. Roguemos al Señor.
R. Escúchanos, Señor, te rogamos.
2.- Por todas las naciones, para que nunca busquen la solución a sus problemas en la guerra y la violencia. Roguemos al Señor. R.
3.- Por los más pobres, los que sufren enfermedades o penurias económicas, para que la solidaridad de sus hermanos los haga revivir en su esperanza. Roguemos al Señor. R.
4.- Por todos nosotros, para que nunca olvidemos amar a Dios con todo el corazón y a nuestro prójimo como a nosotros mismos. Roguemos al Señor. R.
(Se pueden agregar otras peticiones de la comunidad)
M. Concede, Señor, a tu pueblo convertirse a ti de todo corazón, para que reciba tu misericordia lo que no se atreve a pedir con sus plegarias. Por Jesucristo, nuestro Señor.
Para las Asambleas Dominicales en Ausencia del Presbítero (ADAP) y la comunión de enfermos.
M. Padre, creador y fuente de toda luz, recibe la gloria y la alabanza de tus hijos, que aclaman sin cesar a tu Hijo Unigénito, diciendo:
R. Gloria a Cristo, luz del mundo.
1.- Porque has iluminado las tinieblas de nuestro corazón, con la luz de tu Palabra. R.
2.- Porque has iluminado la noche de la historia con la luz de tu Encarnación. R.
3.- Porque has iluminado la oscuridad del pecado con la luz de tu perdón. R.
M. Por eso, al ver las maravillas que has hecho por nuestra salvación, repetimos las palabras con que tú nos iluminaste: Padre nuestro…
Dios trino/ Negra es la uva/ Hombres nuevos/ No me mueve, Señor/ María, tú.