Domingo IV de Cuaresma. Morado o rosado.
No se dice Gloria. Credo. Prefacio propio. Semana 4ª del Salterio.
Una caricia de luz
Es sábado. Jesús ve a un ciego que mendiga. Se conmueve, hace barro con su saliva, se lo pone sobre los ojos y lo envía a lavarse a la piscina de Siloé, que significa “enviado”. Inmediatamente, se le abrieron los ojos y una caricia de luz iluminó su vida.
El milagro es una caricia de luz que le abre paso a la libertad; ya no necesita apoyarse en las paredes, pedir la guía de otra persona, no depende de su bastón, pierde muchos temores, se siente más fuerte e independiente, puede levantar la cabeza y pensar en su futuro. Es libre.
La luz le devuelve la alegría porque puede gozar contemplando el rostro de las personas queridas que se alegran por su curación, la belleza, los colores y las flores. La luz le infunde alegría a las cosas que vemos, así como la fe nos da una nueva visión de las cosas si en nosotros tenemos la luz del Señor.
Los fariseos, que conocen de memoria la ley, se adueñan de la interpretación, no se alegran con el ciego, ya que piensan que es más importante observar el sábado que sanar a un hombre, más importante la ley que la felicidad de una persona. Adoran a un Dios de reglas y por eso no saben leer el corazón de las personas y el amor de Dios.
Colocan a Dios contra el hombre, no hay piedad para el pecador ni posibilidad de rescate para quien se siente agobiado por una falta o una enfermedad. Jesús predica y demuestra que el Reino de Dios que anuncia no sigue esa ley. Es más, dice que trabaja, y que Dios trabaja siempre, también los sábados.
La boca de los fariseos pronuncia muchas veces la palabra pecado, también la de los discípulos… Buscan culpables para explicar la ceguera, pero no la sanación del ciego. Jesús perdona el pecado y sana.
El ciego que ahora ve, nos representa a todos. Dios nos llama a ser luz en este mundo.
“Mientras estoy en el mundo, soy la luz del mundo”. (Jn 9, 5).
P. Aderico Dolzani, ssp.
1ª LECTURA 1Sam 16, 1. 5-7. 10-13
Lectura del primer libro de Samuel.
El Señor dijo a Samuel: “¡Llena tu frasco de aceite y parte! Yo te envío a Jesé, el de Belén, porque he visto entre sus hijos al que quiero como rey”. Samuel fue, purificó a Jesé y a sus hijos y los invitó al sacrificio. Cuando ellos se presentaron, Samuel vio a Eliab y pensó: “Seguro que el Señor tiene ante él a su ungido”. Pero el Señor dijo a Samuel: “No te fijes en su aspecto ni en lo elevado de su estatura, porque yo lo he descartado. Dios no mira como mira el hombre; porque el hombre ve las apariencias, pero Dios ve el corazón”. Así Jesé hizo pasar ante Samuel a siete de sus hijos, pero Samuel dijo a Jesé: “El Señor no ha elegido a ninguno de estos”. Entonces Samuel preguntó a Jesé: “¿Están aquí todos los muchachos?”. Él respondió: “Queda todavía el más joven, que ahora está apacentando el rebaño”. Samuel dijo a Jesé: “Manda a buscarlo, porque no nos sentaremos a la mesa hasta que llegue aquí”. Jesé lo hizo venir: era de tez clara, de hermosos ojos y buena presencia. Entonces el Señor dijo a Samuel: “Levántate y úngelo, porque es este”. Samuel tomó el frasco de óleo y lo ungió en presencia de sus hermanos. Y desde aquel día, el espíritu del Señor descendió sobre David. Palabra de Dios.
Comentario: David, el menor de los hijos de Jesé estaba pastoreando el rebaño cuando es llamado. En la Biblia, el pastor es la imagen del rey perfecto, que atiende, cuida y sirve a las personas.
SALMO Sal 22, 1-6
R. El Señor es mi pastor, nada me puede faltar.
El Señor es mi pastor, nada me puede faltar. Él me hace descansar en verdes praderas, me conduce a las aguas tranquilas y repara mis fuerzas. R.
Me guía por el recto sendero, por amor de su Nombre. Aunque cruce por oscuras quebradas, no temeré ningún mal, porque tú estás conmigo: tu vara y tu bastón me infunden confianza. R.
Tú preparas ante mí una mesa, frente a mis enemigos; unges con óleo mi cabeza y mi copa rebosa. R.
Tu bondad y tu gracia me acompañan a lo largo de mi vida; y habitaré en la Casa del Señor, por muy largo tiempo. R.
2ª LECTURA Ef 5, 8-14
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los cristianos de Éfeso.
Hermanos: Antes, ustedes eran tinieblas, pero ahora son luz en el Señor. Vivan como hijos de la luz. Ahora bien, el fruto de la luz es la bondad, la justicia y la verdad. Sepan discernir lo que agrada al Señor, y no participen de las obras estériles de las tinieblas; al contrario, pónganlas en evidencia. Es verdad que resulta vergonzoso aun mencionar las cosas que esa gente hace ocultamente. Pero cuando se las pone de manifiesto, aparecen iluminadas por la luz, porque todo lo que se pone de manifiesto es luz. Por eso se dice: “Despiértate, tú que duermes, levántate de entre los muertos, y Cristo te iluminará”. Palabra de Dios.
COMENTARIO: Pablo utiliza una metáfora para calificar las opuestas conductas pagana y cristiana: “luz y tinieblas”. La vida moral de los paganos era pura tiniebla; por el contrario, en el cristianismo todo debe ser luz.
ACLAMACIÓN ANTES DEL EVANGELIO Jn 8, 12
“Yo soy la luz del mundo, el que me sigue tendrá la luz de la Vida”, dice el Señor.
EVANGELIO Jn 9, 1-41
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan.
Jesús vio a un hombre ciego de nacimiento. Sus discípulos le preguntaron: “Maestro, ¿quién ha pecado, él o sus padres, para que haya nacido ciego?”. “Ni él ni sus padres han pecado –respondió Jesús–; nació así para que se manifiesten en él las obras de Dios. Debemos trabajar en las obras de Aquel que me envió, mientras es de día; llega la noche, cuando nadie puede trabajar. Mientras estoy en el mundo, soy la luz del mundo”. Después que dijo esto, escupió en la tierra, hizo barro con la saliva y lo puso sobre los ojos del ciego, diciéndole: “Ve a lavarte a la piscina de Siloé”, que significa “Enviado”. El ciego fue, se lavó y, al regresar, ya veía. Los vecinos y los que antes lo habían visto mendigar, se preguntaban: “¿No es este el que se sentaba a pedir limosna?”. Unos opinaban: “Es el mismo”. “No –respondían otros–, es uno que se le parece”. Él decía: “Soy realmente yo”. Ellos le dijeron: “¿Cómo se te han abierto los ojos?”. Él respondió: “Ese hombre que se llama Jesús hizo barro, lo puso sobre mis ojos y me dijo: ‘Ve a lavarte a Siloé’. Yo fui, me lavé y vi”. Ellos le preguntaron: “¿Dónde está?”. Él respondió: “No lo sé”. El que había sido ciego fue llevado ante los fariseos. Era sábado cuando Jesús hizo barro y le abrió los ojos. Los fariseos, a su vez, le preguntaron cómo había llegado a ver. Él les respondió: “Me puso barro sobre los ojos, me lavé y veo”. Algunos fariseos decían: “Ese hombre no viene de Dios, porque no observa el sábado”. Otros replicaban: “¿Cómo un pecador puede hacer semejantes signos?”. Y se produjo una división entre ellos. Entonces dijeron nuevamente al ciego: “Y tú, ¿qué dices del que te abrió los ojos?”. El hombre respondió: “Es un profeta”. Sin embargo, los judíos no querían creer que ese hombre había sido ciego y que había llegado a ver, hasta que llamaron a sus padres y les preguntaron: “¿Es este el hijo de ustedes, el que dicen que nació ciego? ¿Cómo es que ahora ve?”. Sus padres respondieron: “Sabemos que es nuestro hijo y que nació ciego, pero cómo es que ahora ve y quién le abrió los ojos, no lo sabemos. Pregúntenle a él: tiene edad para responder por su cuenta”. Sus padres dijeron esto por temor a los judíos, que ya se habían puesto de acuerdo para excluir de la sinagoga al que reconociera a Jesús como Mesías. Por esta razón dijeron: “Tiene bastante edad, pregúntenle a él”. Los judíos llamaron por segunda vez al que había sido ciego y le dijeron: “Glorifica a Dios. Nosotros sabemos que ese hombre es un pecador”. “Yo no sé si es un pecador –respondió–; lo que sé es que antes yo era ciego y ahora veo”. Ellos le preguntaron: “¿Qué te ha hecho? ¿Cómo te abrió los ojos?”. Él les respondió: “Ya se lo dije y ustedes no me han escuchado. ¿Por qué quieren oírlo de nuevo? ¿También ustedes quieren hacerse discípulos suyos?”. Ellos lo injuriaron y le dijeron: “¡Tú serás discípulo de ese hombre; nosotros somos discípulos de Moisés! Sabemos que Dios habló a Moisés, pero no sabemos de dónde es este”. El hombre les respondió: “Esto es lo asombroso: que ustedes no sepan de dónde es, a pesar de que me ha abierto los ojos. Sabemos que Dios no escucha a los pecadores, pero sí al que lo honra y cumple su voluntad. Nunca se oyó decir que alguien haya abierto los ojos a un ciego de nacimiento. Si este hombre no viniera de Dios, no podría hacer nada”. Ellos le respondieron: “Tú naciste lleno de pecado, y ¿quieres darnos lecciones?”. Y lo echaron. Jesús se enteró de que lo habían echado y, al encontrarlo, le preguntó: “¿Crees en el Hijo del hombre?”. Él respondió: “¿Quién es, Señor, para que crea en él?”. Jesús le dijo: “Tú lo has visto: es el que te está hablando”. Entonces él exclamó: “Creo, Señor”, y se postró ante él. Después Jesús agregó: “He venido a este mundo para un juicio: Para que vean los que no ven y queden ciegos los que ven”. Los fariseos que estaban con él oyeron esto y le dijeron: “¿Acaso también nosotros somos ciegos?”. Jesús les respondió: “Si ustedes fueran ciegos, no tendrían pecado, pero como dicen: ‘Vemos’, su pecado permanece”. Palabra del Señor.
Comentario: El ciego constata algo bien concreto: que antes no veía y que, luego del encuentro con Jesús, ahora ve; por eso, sencillamente, concluye: Si este no viniera de Dios, no podría haberme sanado. Y se arrodilla ante él.