El libro del Génesis nos relata que, antes de la creación del mundo, el Espíritu de Dios aleteaba sobre las aguas. A lo largo de todo el Antiguo Testamento los profetas anunciaron la Palabra del Señor, inspirados por el Espíritu de Dios. Pero las manifestacio-nes visibles del Espíritu Santo se comienzan a producir, en la historia de la Salvación, a partir de la Encarnación del Hijo en el seno de María. La acción de Cristo y del Espíritu están por esto, inseparablemente unidos, desde que por el “Sí” de María, por obra del Espíritu Santo, el Hijo se encarna en su seno virginal, hasta el momento en que el aliento del Resucitado derrama al Espíritu sobre sus temerosos discípulos. El Espíritu ya se había manifestado en forma de paloma en el momento del bautismo del Señor, pero ahora, cincuenta días después de su resurrección, se manifiesta en forma de llamas de fuego, que se derraman sobre los Apóstoles y María, reunidos en oración. Juan el Bautista había dicho a sus discípulos, que después de él, vendría Aquel que bautiza en Espíritu Santo y fuego.
Es en medio de la comunidad orante, y en el día domingo, en que el Espíritu Santo se manifiesta plenamente y derrama sus dones sobre los Apóstoles. No es una manifestación individual, sino cargada de un contexto eclesial y de oración. Y esta epifanía del Espíritu no deja a los Apóstoles encerrados en su comunidad, sino que los abre al anuncio de la Buena Noticia de la resurrección del Señor a todos los hombres. Como una nueva Babel, en la que las lenguas ya no se confunden, sino que vuelven a hacerse una.
El don y la manifestación del Espíritu vienen a dar plenitud y a concluir la obra del Señor, ven-cedor de la muerte. Siempre el Espíritu Santo es un don del Resucitado.
CONALI
Al concluir estos cincuenta días de alegría pascual, nos reunimos nueva-mente este domingo para celebrar en torno al altar el Sacrificio de Cristo, que hoy se ve colmado con la venida del Espíritu Santo, sello sublime y divina conclusión de su misterio pascual. Su acción en nosotros nos permite creer en Cristo y llamar Padre a Dios. Cele-bremos, pues, esta solemnidad con alegría desbordante.
El libro de los Hechos de los Apóstoles, que cada año leemos como primera lectura en este día, nos vuelve a narrar la maravillosa manifestación visible del Espíritu Santo el día de Pentecostés, es decir, cincuenta días después de la Resurrección del Señor. La secuencia nos describirá, bajo la forma de un poema, la esencia y la acción del Espíritu en cada uno y en toda la Iglesia. El evangelio unirá esta manifestación del Espíritu a la Resurrección del Señor, fuerza de la que brota su acción.
Lectura de los Hechos de los Apóstoles. Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en el mismo lugar. De pronto, vino del cielo un ruido, semejante a una fuerte ráfaga de viento, que resonó en toda la casa donde se encontraban. Entonces vieron aparecer unas lenguas como de fuego, que descendieron por separado sobre cada uno de ellos. Todos quedaron llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en distintas lenguas, según el Espíritu les permitía expresarse. Había en Jerusalén judíos piadosos, venidos de todas las naciones del mundo. Al oírse este ruido, se congregó la multitud y se llenó de asombro, porque cada uno los oía hablar en su propia lengua. Con gran admiración y estupor decían: “¿Acaso estos hombres que hablan no son todos galileos? ¿Cómo es que cada uno de nosotros los oye en su propia lengua? Partos, medos y elamitas, los que habitamos en la Mesopotamia o en la misma Judea, en Capadocia, en el Ponto y en Asia Menor, en Frigia y Panfilia, en Egipto, en la Libia Cirenaica, los peregrinos de Roma, judíos y prosélitos, cretenses y árabes, todos los oímos proclamar en nuestras lenguas las maravillas de Dios”
Palabra de Dios. R. Te alabamos, Señor.
R. Señor, envía tu Espíritu y renueva la faz de la tierra.
Bendice al Señor, alma mía: ¡Señor, Dios mío, qué grande eres! ¡Qué variadas son tus obras, Señor! ¡La tierra está llena de tus criaturas! R.
Si les quitas el aliento, expiran y vuelven al polvo. Si envías tu aliento, son creados, y renuevas la superficie de la tierra. R.
¡Gloria al Señor para siempre, alégrese el Señor por sus obras! Que mi canto le sea agradable, y yo me alegraré en el Señor. R.
Lectura de la primera carta del Apóstol san Pablo a los cristianos de Corinto. Hermanos: Nadie puede decir: “Jesús es el Señor”, si no está impulsado por el Espíritu Santo. Cierta-mente, hay diversidad de dones, pero todos proceden del mismo Espíritu. Hay diversidad de ministerios, pero un solo Señor. Hay diversidad de actividades, pero es el mismo Dios el que realiza todo en todos. En cada uno, el Espíritu se manifiesta para el bien común. Así como el cuerpo tiene muchos miembros, y sin embargo, es uno, y estos miembros, a pesar de ser muchos, no forman sino un solo cuerpo, así también sucede con Cristo. Porque todos hemos sido bautizados en un solo Espíritu para formar un solo Cuerpo, –judíos y griegos, esclavos y hombres libres–, y todos hemos bebido de un mismo Espíritu.
Palabra de Dios. R. Te alabamos, Señor.
Ven, Espíritu Santo, y envía desde el cielo un rayo de tu luz. Ven, Padre de los pobres, ven a darnos tus dones, ven a darnos tu luz. Consolador lleno de bondad, dulce huésped del alma, suave alivio de los hombres. Tú eres descanso en el trabajo, templanza de las pasiones, alegría en nuestro llanto. Penetra con tu santa luz en lo más íntimo del corazón de tus fieles. Sin tu ayuda divina no hay nada en el hombre, nada que sea inocente. Lava nuestras manchas, riega nuestra aridez, sana nuestras heridas. Suaviza nuestra dureza, elimina con tu calor nuestra frialdad, corrige nuestros desvíos. Concede a tus fieles, que confían en ti, tus siete dones sagrados. Premia nuestra virtud, salva nuestras almas, danos la eterna alegría.
Aleluya. Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor. Aleluya.
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan. Al atarde-cer del primer día de la semana, los discípulos se encontraban con las puertas cerradas por temor a los judíos. Entonces llegó Jesús y poniéndose en medio de ellos, les dijo: “¡La paz esté con ustedes!”. Mientras decía esto, les mostró sus manos y su costado. Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor. Jesús les dijo de nuevo: “¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, Yo también los envío a ustedes”. Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: “Reciban el Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan”.
Palabra del Señor. R. Gloria a ti, Señor Jesús.
El Espíritu Santo es la fuente de toda la santidad en la Iglesia, y siempre nos impulsa hacia la vivencia de esa santidad. ¿Le escuchamos cuando nos impulsa hacia el bien? ¿Tenemos conciencia de su acción en nosotros? ¿Le rogamos que haga crecer nuestra fe en Cristo y en el Padre?
M. Como Iglesia, convocada por el Espíritu Santo, presentemos a Dios nuestras necesidades y las del mundo entero.
1.- Por toda la Iglesia, para que por la acción del Espíritu Santo, todos los que profesamos la misma fe en Cristo, podamos llegar pronto a la plena unidad. Roguemos al Señor.
R. Escúchanos, Señor, te rogamos.
2.- Por los que gobiernan las naciones y los pueblos, para que puedan escuchar la voz del Espíritu Santo que les invita a buscar el bien y conseguir la paz. R.
3.- Por nuestra comunidad, para que movidos por el Espíritu Santo, busquemos ante todo la gloria de Dios y el bien de todos los hombres. R.
4.- Por los que más sufren, tanto en el cuerpo como en el alma, para que se sientan consolados por la acción del Espíritu Santo y puedan salir de sus dificultades. R.
(Se puede agregar otras peticiones de la comunidad)
M. Escucha, oh Dios, la oración de tu pueblo, que ora en el Espíritu, por Cristo, nuestro Señor.
Para las Asambleas Dominicales en Ausencia del Presbítero (ADAP) y la comunión de enfermos.
M. A ti, Espíritu Santo, que nos visitas con el fuego de tu amor y nos reúnes en oración en torno a María, nuestra madre, te alabamos, diciendo:
R. Te adoramos y te alabamos, Espíritu Santo de Dios.
1.- Bendito seas tú, Espíritu Santo del Padre, que nos iluminas con tu luz eterna, y nos repartes los siete dones de tu amor. R.
2.- Bendito seas tú, Espíritu Santo de Cristo, que reconfortas a tus hijos con la fuerza que procede de lo alto, y nos santificas con tu poder. R.
3.- Bendito seas tú, Espíritu Santo del Padre y del Hijo, que visitas nuestras almas hasta lo más profundo de nuestro ser, y nos haces descansar en Dios. R.
M. Sabemos que nadie puede llamarte Padre, si el Espíritu Santo no lo impulsa, por eso en este mismo Espíritu oramos diciendo: Padre nuestro…
Fuego de Dios/ Ven, Espíritu de santidad/ Espíritu Santo, ven/ Si alguno tiene sed/ Dios está aquí.