El capítulo 7 de Lucas nos presenta a Jesús como al profeta esperado. Comienza por el milagro del siervo del centurión romano, sigue con la resurrección del hijo de la viuda de Naím y narra la sanación de mucha gente de toda clase de enfermedades. Jesús responde a los enviados de Juan Bautista que los ciegos ven, los paralíticos caminan, los leprosos son purificados, los sordos oyen, los muertos resucitan y la Buena Noticia es anunciada a los pobres. Tiene, además, una dura advertencia: “los fariseos y los doctores de la Ley, al no hacerse bautizar por él, frustran el designio de Dios para con ellos”. Pero el fariseo Simón lo invita a comer a su casa, y Jesús acepta.
Cuando estaban en la mesa, entra una mujer pecadora que se postra a los pies de Jesús. No sabemos cómo ni por qué entró. ¿Invitada para poner a prueba al Maestro? ¿Había escuchado la fama de Jesús y quería verlo? ¿Se había ya encontrado antes con el Señor? Lo cierto es que baña sus pies con lágrimas y los unge con aceite.
Estos gestos son de gran amistad y confianza. El aceite se usaba para preparar los cuerpos para la sepultura, pero también lo usaban las prostitutas como ritual erótico con sus clientes. La escena se prestaba para cualquier conjetura… Un profeta debía darse cuenta de la situación tan evidente.
Simón piensa que Jesús no se da cuenta de quién es la mujer… Lo compara con lo que él piensa de los grandes profetas de antes. Jesús, simplemente, le hace ver que está leyendo también sus maliciosos pensamientos y no solo los de la mujer.
El profeta invitado es aún más osado y perdona a la mujer todos sus pecados. No juzga a Simón, que ya se juzgó solo, delante de todos sus invitados, por sus propios gestos y palabras.
En el banquete de la vida, estamos todos muy cerca unos de los otros… Fariseos como Simón, mujeres de placer, invitados, santas y profetas. Para todos el Señor tiene una palabra de perdón y reconocimiento. Depende de nosotros de qué lado nos ponemos.
P. Aderico Dolzani, ssp.
Como comunidad que se reúne a celebrar su fe cada domingo, en la alegría de ser discípulos de Cristo, hijos del Padre Dios y hermanos entre nosotros, iniciamos nuestra santa liturgia movidos por el Espíritu, cantando con alegría.
El profeta echa en cara a David su pecado. Éste lo reconoce, hace penitencia y Dios lo perdona.
Lectura del segundo libro de Samuel. El profeta Natán dijo a David: «Así habla el Señor, el Dios de Israel: Yo te ungí rey de Israel y te libré de las manos de Saúl; te entregué la casa de tu señor y puse a sus mujeres en tus brazos; te di la casa de Israel y de Judá, y por si esto fuera poco, añadiría otro tanto y aún más. ¿Por qué entonces has despreciado la palabra del Señor, haciendo lo que es malo a sus ojos? ¡Tú has matado al filo de la espada a Urías, el hitita! Has tomado por esposa a su mujer, y a él lo has hecho morir bajo la espada de los amonitas. Por eso, la espada nunca más se apartará de tu casa, ya que me has despreciado y has tomado por esposa a la mujer de Urías, el hitita». David dijo a Natán: «¡He pecado contra el Señor!» Natán le respondió: «El Señor, por su parte, ha borrado tu pecado: no morirás».
Palabra de Dios. R. Te alabamos, Señor.
R. Perdona, Señor, mi culpa y mi pecado.
¡Feliz el que ha sido absuelto de su pecado y liberado de su falta! ¡Feliz el hombre a quien el Señor no le tiene en cuenta las culpas, y en cuyo espíritu no hay doblez! R.
Pero yo reconocí mi pecado, no te escondí mi culpa, pensando: «Confesaré mis faltas al Señor». ¡Y Tú perdonaste mi culpa y mi pecado! R.
Tú eres mi refugio, Tú me libras de los peligros y me colmas con la alegría de la salvación. ¡Alégrense en el Señor, regocíjense los justos! ¡Canten jubilosos los rectos de corazón! R.
Pablo afirma que Dios nos salva por su misericordia y revela que él está crucificado con Cristo y Cristo ha llegado a ser su misma vida: “Cristo vive en mí”.
Lectura de la carta del Apóstol san Pablo a los cristianos de Galacia. Hermanos: Como sabemos que el hombre no es justificado por las obras de la Ley, sino por la fe en Jesucristo, hemos creído en Él, para ser justificados por la fe en Cristo y no por las obras de la Ley: en efecto, nadie será justificado en virtud de las obras de la Ley. Pero en virtud de la Ley, he muerto a la Ley, a fin de vivir para Dios. Yo estoy crucificado con Cristo, y ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí: la vida que sigo viviendo en la carne, la vivo en la fe en el Hijo de Dios, que me amó y se entregó por mí. Yo no anulo la gracia de Dios: si la justicia viene de la Ley, Cristo ha muerto inútilmente.
Palabra de Dios. R. Te alabamos, Señor.
Aleluya. Dios nos amó primero, y envió a su Hijo como víctima propiciatoria por nuestros pecados. Aleluya.
Hoy Jesús nos reconforta y compromete, a la vez, con lo que dice a la mujer: “Te son perdonados tus muchos pecados, porque has amado mucho”. ¿Nosotros cómo amamos?
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas. Un fariseo invitó a Jesús a comer con él. Jesús entró en la casa y se sentó a la mesa. Entonces una mujer pecadora que vivía en la ciudad, al enterarse de que Jesús estaba comiendo en casa del fariseo, se presentó con un frasco de perfume. Y colocándose detrás de Él, se puso a llorar a sus pies y comenzó a bañarlos con sus lágrimas; los secaba con sus cabellos, los cubría de besos y los ungía con perfume. Al ver esto, el fariseo que lo había invitado pensó: «Si este hombre fuera profeta, sabría quién es la mujer que lo toca y lo que ella es: ¡una pecadora!» Pero Jesús le dijo: «Simón, tengo algo que decirte». «Di, Maestro», respondió él. «Un prestamista tenía dos deudores: uno le debía quinientos denarios, el otro cincuenta. Como no tenían con qué pagar, perdonó a ambos la deuda. ¿Cuál de los dos lo amará más?» Simón contestó: «Pienso que aquél a quien perdonó más». Jesús le dijo: «Has juzgado bien». Y volviéndose hacia la mujer, dijo a Simón: «¿Ves a esta mujer? Entré en tu casa y tú no derramaste agua sobre mis pies; en cambio, ella los bañó con sus lágrimas y los secó con sus cabellos. Tú no me besaste; ella, en cambio, desde que entró, no cesó de besar mis pies. Tú no ungiste mi cabeza; ella derramó perfume sobre mis pies. Por eso te digo que sus pecados, sus numerosos pecados, le han sido perdonados. Por eso demuestra mu-cho amor. Pero aquél a quien se le perdona poco, demuestra poco amor». Después dijo a la mujer: «Tus pecados te son perdonados». Los invitados pensaron: «¿Quién es este hombre, que llega hasta perdonar los pecados?» Pero Jesús dijo a la mujer: «Tu fe te ha salvado, vete en paz».
Palabra del Señor. R. Gloria a ti, Señor Jesús.
Pedir perdón es un gesto que evoca la humildad y el desapego. Sentirnos amados y perdonados por Dios nos abre a la dimensión de lo fraterno. ¿Qué me pasa con la humildad evangélica tal como Jesús la propone hoy? ¿Me siento realmente reconciliado, cuando acudo arrepentido(a) a él?
M. Presentemos al Señor nuestras peticiones, quien vela por las necesidades de los pobres y humildes de corazón.
1.- Oremos por la Iglesia, para que conserve con humildad y alegría el don de la fe, la esperanza y la caridad. Roguemos al Señor.
R. Escúchanos, Señor, te rogamos.
2.- Oremos por el mundo entero, para que se promuevan los valores de la verdad, la justicia y la solidaridad en las políticas sociales. R.
3.- Oremos por nuestros pueblos originarios, que constituyen las raíces de nuestra Patria, para que sepamos valorar el amor a su tierra, raza y costumbres, verdaderos dones de Dios. R.
4.- Oremos por nuestra comunidad, especialmente por los que están alejados, para que sientan la invitación de Dios y nuestra acogida. R.
(Se pueden agregar otras peticiones de la comunidad)
M. Señor, no dudes en acoger nuestras necesidades y enséñanos a amarnos y respetarnos siempre. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Para las Asambleas Dominicales en Ausencia del Presbítero (ADAP) y la comunión de enfermos.
M. Señor, hoy te queremos alabar por tantos dones de tu amor, porque nos alimentas con el Pan de Vida, diciéndote con fe.
R. Alabado seas, Señor Dios nuestro.
1.- Te alabamos por nuestra Tierra bendecida en su cultura y sus tradiciones, que son reflejo de tu Sabiduría. R.
2.- Te alabamos por hacer presente en nuestros trabajos la fuerza de tu Espíritu, que nos acompaña y fortalece. R.
3.- Te alabamos por las personas con quienes compartimos la vida y la fe en nuestros pueblos. R.
M. Te bendecimos, Señor, Dios nuestro, Padre de todos los pueblos, y oramos diciendo: Padre nuestro…
Vienen con alegría, Señor/ Te ofrecemos Padre nuestro/ Yo soy el Pan de Vida/ Madre de todos los hombres.