Los Apóstoles siguen recibiendo el regalo de las apariciones del Señor Resucitado. Esta vez estaban pescando y nada obtuvieron de su trabajo y de su afán. El Señor les manda echar nuevamente la red y son saciados con tal abundancia, que temían por la resistencia de la misma red. Del mismo modo, nuestras obras, sin Cristo, son como la red vacía de los Apóstoles; nuestras obras, con Cristo, en su Nombre o por su mandato, son tan fructíferas que se desbordan a nuestro alrededor como los peces de la red. Esto no es simplemente un hermoso relato o una linda historia, es la realidad. Así como los peregrinos que visitan hoy Tierra Santa pueden ver y tocar la piedra sobre la cual comieron los Apóstoles y el Señor según el relato evangélico de hoy, así también lo que hacemos en el nombre del Señor es, verdadera y realmente, más fructífero y provechoso que lo que hacemos por y para nosotros mismos y sin el Señor. No fue diversa la red, la barca o la manera en que echaron la red, fue diverso por obra y en nombre de quien lo hicieron. El Señor no nos pide abandonar la red, la barca o el ser pescadores, nos pide echar la red en Su Nombre y ser, de ahora en adelante, pescadores de hombres. A cada uno el Señor pide cosas distintas, así como a cada uno da dones distintos. A Pedro le pide dejar su barca de pescador y seguirlo, y Pedro lo hace, pero de algún modo lo recupera centuplicado, ya que al encontrarse con el Señor Resucitado, está nuevamente sobre la barca. Lo que ha cambiado es la intención, el motivo por el cual se hace lo que se hace. Hacerlo todo en nombre del Señor, nos pide san Pablo en sus cartas. ¿Cuántas veces olvidamos que hasta lo más simple en nuestra vida es regalo del Señor?
CONALI
Los domingos del tiempo pascual nos permiten hacer el camino de la Pascua junto con los discípulos del Señor: encontrarnos con el Resucitado, reconocerlo, comer con él. El Señor se aparece a los Apóstoles numerosas veces durante este tiempo y come con ellos. También hoy el Señor quiere mostrarnos su gloria en el alimento que nos da la Vida eterna, su Palabra y su Cuerpo. Celebremos con alegría su resurrección.
Nuevamente este domingo las lecturas se centran en las experiencias que los Apóstoles tienen con el Señor Resucitado. Las visiones de san Juan en el libro del Apocalipsis, y la fortaleza de los Apóstoles en la proclamación de la Resurrección de Cristo frente al Sanedrín, son hechos que brotan de esta fuerza de la victoria de Cristo sobre la muerte. Todo nuevamente nos lleva creer en esta verdad de la fe: Cristo verdaderamente ha resucitado. Escuchemos, pues, estas lecturas, con fe firme y sólida esperanza.
Lectura de los Hechos de los Apóstoles. Cuando los Apóstoles fueron llevados al Sanedrín, el Sumo Sacerdote les dijo: «Nosotros les habíamos prohibido expresamente predicar en ese Nombre, y ustedes han llenado Jerusalén con su doctrina. ¡Así quieren hacer recaer sobre nosotros la sangre de ese hombre!» Pedro, junto con los Apóstoles, respondió: «Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres. El Dios de nuestros padres ha resucitado a Jesús, al que ustedes hicieron morir suspendiéndolo del patíbulo. A Él, Dios lo exaltó con su poder, haciéndolo Jefe y Salvador, a fin de conceder a Israel la conversión y el perdón de los pecados. Nosotros somos testigos de estas cosas, nosotros y el Espíritu Santo que Dios ha enviado a los que le obedecen». Después de hacerlos azotar, les prohibieron hablar en el nombre de Jesús y los soltaron. Los Apóstoles, por su parte, salieron del Sanedrín, dichosos de haber sido considerados dignos de padecer por el Nombre de Jesús.
Palabra de Dios. R. Te alabamos, Señor.
R. Yo te glorifico, Señor, porque Tú me libraste.
O bien: Aleluya.
Yo te glorifico, Señor, porque Tú me libraste y no quisiste que mis enemigos se rieran de mí. Tú, Señor, me levantaste del Abismo y me hiciste revivir, cuando estaba entre los que bajan al sepulcro. R.
Canten al Señor, sus fieles; den gracias a su santo Nombre, porque su enojo dura un instante, y su bondad, toda la vida: si por la noche se derraman lágrimas, por la mañana renace la alegría. R.
«Escucha, Señor, ten piedad de mí; ven a ayudarme, Señor». Tú convertiste mi lamento en júbilo. ¡Señor, Dios mío, te daré gracias eternamente! R.
Lectura del libro del Apocalipsis. Yo, Juan, oí la voz de una multitud de Ángeles que estaban alrededor del trono, de los Seres Vivientes y de los Ancianos. Su número se contaba por miles y millones, y exclamaban con voz potente: «El Cordero que ha sido inmolado es digno de recibir el poder y la riqueza, la sabiduría, la fuerza y el honor, la gloria y la alabanza». También oí que todas las criaturas que están en el cielo, sobre la tierra, debajo de ella y en el mar, y todo lo que hay en ellos, decían: «Al que está sentado sobre el trono y al Cordero, alabanza, honor, gloria y poder, por los siglos de los siglos». Los cuatro Seres Vivientes decían: «¡Amén!», y los Ancianos se postraron en actitud de adoración.
Palabra de Dios. R. Te alabamos, Señor.
Aleluya. Resucitó Cristo, que creó todas las cosas y tuvo misericordia de su pueblo. Aleluya.
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan. Jesús resucitado se apareció otra vez a los discípulos a orillas del mar de Tiberíades. Sucedió así: estaban juntos Simón Pedro, Tomás, llamado el Mellizo, Natanael, el de Caná de Galilea, los hijos de Zebedeo y otros dos discípulos. Simón Pedro les dijo: «Voy a pescar». Ellos le respondieron: «Vamos también nosotros». Salieron y subieron a la barca. Pero esa noche no pescaron nada. Al amanecer, Jesús estaba en la orilla, aunque los discípulos no sabían que era Él. Jesús les dijo: «Muchachos, ¿tienen algo para comer?» Ellos respondieron: «No». Él les dijo: «Tiren la red a la derecha de la barca y encontrarán». Ellos la tiraron y se llenó tanto de peces que no podían arrastrarla. El discípulo al que Jesús amaba dijo a Pedro: «¡Es el Señor!» Cuando Simón Pedro oyó que era el Señor, se ciñó la túnica, que era lo único que llevaba puesto, y se tiró al agua. Los otros discípulos fueron en la barca, arrastrando la red con los peces, porque estaban sólo a unos cien metros de la orilla. Al bajar a tierra vieron que había fuego preparado, un pescado sobre las brasas y pan. Jesús les dijo: «Traigan algunos de los pescados que acaban de sacar». Simón Pedro subió a la barca y sacó la red a tierra, llena de peces grandes: eran ciento cincuenta y tres y, a pesar de ser tantos, la red no se rompió. Jesús les dijo: «Vengan a comer». Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle: «¿Quién eres?», porque sabían que era el Señor. Jesús se acercó, tomó el pan y se lo dio, e hizo lo mismo con el pescado. Ésta fue la tercera vez que Jesús resucitado se apareció a sus discípulos.
Palabra del Señor. R. Gloria a ti, Señor Jesús.
El Señor quiere comer con sus discípulos, ¿estamos dispuestos a comer con él? No tenemos peces que ofrecerle, ¿estamos dispuestos a volver a echar la red, en el mismo lugar en que antes lo hicimos, pero en su nombre? ¿Tenemos la fe para seguirlo a donde él quiera llevarnos?
M. Al Señor, que ha querido permanecer con nosotros en este banquete pascual, oremos con fervor.
1.- Por la Iglesia, para que en todas sus obras asistenciales y de caridad pueda proclamar la presencia del Señor resucitado a todos los hombres. Roguemos al Señor.
R. Escúchanos, Señor, te rogamos.
2.- Por los que rigen los destinos de las naciones, para que puedan ver con claridad que la primera prioridad es el bien de todos los hombres. Roguemos al Señor. R.
3.- Por los que no tienen qué comer, para que puedan recibir la ayuda que necesitan y así esperemos todos con más ansias el banquete del Reino de los cielos. Roguemos al Señor. R.
4.- Por nosotros, para que sepamos reconocer la presencia del Señor Resucitado en este banquete fraterno que estamos celebrando. Roguemos al Señor. R.
(Se pueden agregar otras peticiones de la comunidad)
M. Padre Celestial, escucha las súplicas de tu Pueblo y por los méritos de tu Hijo resucitado, concédenos todo aquello que necesitamos para construir desde ya el Reino que nos has prometido. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Para las Asambleas Dominicales en Ausencia del Presbítero (ADAP) y la comunión de enfermos.
M. A ti, Señor Jesús, resucitado de entre los muertos, Dios de la vida, te alabamos en este día consagrado a ti.
R. Bendito seas, Señor de la vida.
1.- Porque nos regalas el pan de cada día, que alimenta nuestro cuerpo, y el Pan de la vida que nos llena de tu amor. R.
2.- Porque nos has permitido compartir tu amor con los que más sufren, con los que están solos y con los que tienen sed de tu Palabra. R.
3.- Porque nos permites comer contigo en este banquete pascual y nos invitas al banquete eterno. R.
M. Gracias, Señor Jesús, que nos alimentas cada día con el Pan de los ángeles y que nos enseñaste orar al Padre con las mismas palabras que salieron de tus labios: Padre nuestro…
Pascua sagrada/ Aleluya, vivo estás/ Haces nuevas todas las cosas/ María, tú.