El día de la Ascensión, los Apóstoles comprendieron mejor las Sagradas Escrituras: “se les abrió la mente”, señala el texto. Jesús, antes de dejarlos, les dijo algo muy consolador: “Ustedes son testigos de todo esto”, que es lo mismo que declarar, “confío solo en ustedes”.
Los llevó hasta cerca de Betania, los bendijo y se separó de ellos. Subió al cielo. Los discípulos volvieron a Jerusalén muy contentos. La vida de todos los mortales termina con la muerte. La muerte de Cristo se transforma en la alegría de la resurrección y el envío de los que creyeron en él a misionar por todo el mundo.
Así comienzan los tiempos de la Iglesia, una comunidad que vivía con la alegría de la misión. Algo que siempre se repite hasta nuestros días. Una Iglesia, una comunidad que toma seriamente la misión, es alegre y contagia alegría. Puede tener problemas y sufrimientos, pero genera esperanza y entusiasmo porque no está centrada en sí misma.
Ese día los Apóstoles entendieron que comenzaba una nueva tarea y fueron a predicar el evangelio por todo el mundo entonces conocido. Pedro, a Italia y Roma, allí lo crucificaron con la cabeza abajo; Santiago el Mayor, hermano de Juan, fue decapitado en la misma Jerusalén; su hermano, Juan, el evangelista, estuvo en Asia Menor, ciertamente en Patmos y Éfeso; Andrés, hermano de Pedro, divulgó la fe en Rusia y en Crimea, y murió en una cruz en aspas, la “cruz de san Andrés”; Felipe evangelizó el Asia Menor y murió crucificado a los 87 años; Tomás evangelizó el Oriente, hasta la lejana India; Bartolomé predicó en la Mesopotamia, donde le arrancaron la piel, Simón y Tadeo fueron deca-pitados después de predicar en Armenia y Egipto, y Santiago el Menor, que evangelizó Jerusalén, fue arrojado desde la muralla de la ciudad y apaleado, y su cuerpo fue encontrado, según la tradición, en Galicia donde es venerado.
Los Apóstoles comprendieron que, después de la Ascensión, les tocaba a ellos continuar la misión; eran los testigos que habían entendido las Escrituras y recibido el don del Espíritu Santo.
Ahora los testigos somos nosotros y a nosotros nos toca. ¿Adónde vamos?
P. Aderico Dolzani, ssp.
Hoy la Iglesia celebra la fiesta de la Ascensión del Señor. Es Jesucristo que vuelve al Padre para así estar siempre con nosotros. Es una presencia permanente en su Iglesia que la empuja a la misión: “Vayan y hagan discípulos”. De esta manera, la culminación de la Pascua es el envio en misión de los discípulos junto al Espíritu Santo como fuerza para la misión, que celebramos el próximo domingo de Pentecostés.
El cristiano no debe preocuparse por el retorno físico de Cristo: con la fuerza del Espíritu Santo debe ser su testigo hasta que vuelva. Es el tiempo de la misión.
Lectura de los Hechos de los Apóstoles. En mi primer Libro, querido Teófilo, me referí a todo lo que hizo y enseñó Jesús, desde el comienzo, hasta el día en que subió al cielo, después de haber dado, por medio del Espíritu Santo, sus últimas instrucciones a los Apóstoles que había elegido. Después de su Pasión, Jesús se manifestó a ellos dándoles numerosas pruebas de que vivía, y durante cuarenta días se les apareció y les habló del Reino de Dios. En una ocasión, mientras estaba comiendo con ellos, les recomendó que no se alejaran de Jerusalén y esperaran la promesa del Padre: «La promesa, les dijo, que Yo les he anunciado. Porque Juan bautizó con agua, pero ustedes serán bautizados en el Espíritu Santo, dentro de pocos días». Los que estaban reunidos le preguntaron: «Señor, ¿es ahora cuando vas a restaurar el reino de Israel?» Él les respondió: «No les corresponde a ustedes conocer el tiempo y el momento que el Padre ha establecido con su propia autoridad. Pero recibirán la fuerza del Espíritu Santo que descenderá sobre ustedes, y serán mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría, y hasta los confines de la tierra». Dicho esto, los Apóstoles lo vieron elevarse, y una nube lo ocultó de la vista de ellos. Como permanecían con la mirada puesta en el cielo mientras Jesús subía, se les aparecieron dos hombres vestidos de blanco, que les dijeron: «Hombres de Galilea, ¿por qué siguen mirando al cielo? Este Jesús que les ha sido quitado y fue elevado al cielo, vendrá de la misma manera que lo han visto partir».
Palabra de Dios. R. Te alabamos, Señor.
R. El Señor asciende entre aclamaciones.
Aplaudan, todos los pueblos, aclamen al Señor con gritos de alegría; porque el Señor, el Altísimo, es temible, es el soberano de toda la tierra. R.
El Señor asciende entre aclamaciones, asciende al sonido de trompetas. Canten, canten a nuestro Dios, canten, canten a nuestro Rey. R.
El Señor es el Rey de toda la tierra, cántenle un hermoso himno. El Señor reina sobre las naciones el Señor se sienta en su trono sagrado. R.
El Apóstol invoca la luz del Señor para que podamos comprender las maravillas realizadas en Jesús resucitado y elevado a los cielos. En él, se anticipa lo que acontecerá también en nosotros.
Lectura de la carta del Apóstol san Pablo a los cristianos de Éfeso. Hermanos: Que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria, les conceda un espíritu de sabiduría y de revelación que les permita conocerlo verdaderamente. Que Él ilumine sus corazones, para que ustedes puedan valorar la esperanza a la que han sido llamados, los tesoros de gloria que en-cierra su herencia entre los santos, y la extraordinaria grandeza del poder con que Él obra en nosotros, los creyentes, por la eficacia de su fuerza. Éste es el mismo poder que Dios manifestó en Cristo, cuando lo resucitó de entre los muertos y lo hizo sentar a su derecha en el cielo, elevándolo por encima de todo Principado, Potestad, Poder y Dominación, y de cualquier otra dignidad que pueda mencionarse tanto en este mundo como en el futuro. Él puso todas las cosas bajo sus pies y lo constituyó, por encima de todo, Cabeza de la Iglesia, que es su Cuerpo y la Plenitud de Aquél que llena completamente todas las cosas.
Palabra de Dios. R. Te alabamos, Señor.
Aleluya. «Vayan, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos. Yo estaré siempre con ustedes hasta el fin del mundo», dice el Señor. Aleluya.
Al momento de separarse de sus discípulos, Jesús les recuerda el núcleo de la evangelización: la muerte, la resurrección y la misión que los espera en el mundo entero.
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas. Jesús dijo a sus discípulos: “Así está escrito: el Mesías debía sufrir y resucitar de entre los muertos al tercer día, y comenzando por Jerusalén, en su Nombre debía predicarse a todas las naciones la conversión para el perdón de los pecados. Ustedes son testigos de todo esto. Y Yo les enviaré lo que mi Padre les ha prometido. Permanezcan en la ciudad, hasta que sean revestidos con la fuerza que viene de lo alto”. Después Jesús los llevó hasta las proximidades de Betania y, elevando sus manos, los bendijo. Mientras los bendecía, se separó de ellos y fue llevado al cielo. Los discípulos, que se habían postrado delante de Él, volvieron a Jerusalén con gran alegría, y permanecían continuamente en el Templo alabando a Dios.
Palabra del Señor. R. Gloria a ti, Señor Jesús.
¿Nos damos tiempo para mirar la propia vida y reconocer los modos (¡a menudo sorprendentes!) en que el Señor Jesús ha sido una presencia cercana y permanente en la propia vida, en la familia, en la Iglesia? ¿Dedicamos tiempo para admirar y agradecer esta Presencia que todo lo sostiene?
M. Hermanos, reunidos para celebrar la ascensión de Jesús en presencia de los Apóstoles, acudamos confiados al Padre.
1.- Por la Iglesia que el Señor Jesús convocó y envió al mundo, para que seamos testigos de la novedad de la presencia del Señor Jesús. Roguemos al Señor.
R. Escúchanos, Señor, te rogamos.
2.- Por todos los que tienen responsabilidades en la conducción de la sociedad, para que se dejen conducir por el Señor de la historia en sus tareas de servicio público. R.
3.- Por la unidad de los cristianos y todos los que buscan la unidad de las Iglesias a través del ecumenismo. R.
4.- Por todos los que trabajan en los medios de comunicación social, para que sean testigos de la verdad. R.
5.- Por nuestra comunidad de N., para que sepamos ser el signo que Dios quiere en nuestro barrio y nuestros ambientes de trabajo y estudio. R.
(Se pueden añadir otras peticiones de la comunidad)
M. Padre, que nos invitas a permanecer fieles a ti en esta vida, con la mirada puesta siempre en la gloria eterna, te suplicamos nos concedas todo aquello que te pedimos con fe. Por nuestro Señor Jesucristo.
Para las Asambleas Dominicales en Ausencia del Presbítero (ADAP) y la comunión de enfermos.
M. Te Alabamos, Padre, porque nos enseñas hoy a reconocer a tu Hijo Jesucristo compartiendo tu gloria y prometiéndonos al Espíritu Santo.
1.- Señor Jesús, que permaneces siempre junto a nosotros, en todo tiempo y lugar.
R. ¡Bendito seas, Señor Jesús!
2.- Señor Jesús, que confías en nuestra pequeñez y nos envías como tus testigos a este mundo. R.
3.- Señor Jesús, que quieres reunirnos a todos junto al Padre. R.
M. Padre, en el Señor Jesús nos has entregado tu amor para que vivamos como hijos tuyos. Confiadamente te decimos junto con Jesús: Padre nuestro…
Hacia ti, morada santa/ Juntos como hermanos/ Por ti, mi Dios, cantando voy/ Reina del Cielo.