La Iglesia sigue caminando en el AÑO DE LA FE. Cada Día del Señor es una oportunidad para crecer en ella, sobre todo por medio de la Palabra. La segunda lectura de hoy, de la carta a los hebreos, afirma que “la fe es la plena certeza de las realidades que no se ven”.
Al mundo le cuesta hoy creer. Sólo cree en lo que ve. El adagio popular “ver para creer” es un eco del apóstol Tomás, el incrédulo, quien, cuando le contaron que el Resucitado se había aparecido a los demás discípulos estando él ausente, dijo: “Si no veo la marca de los clavos en sus manos, no creeré”. Unos días más tarde, Jesús volvió estando Tomás presente y, reprendiéndolo por su falta de fe dijo: “Felices los que creen sin haber visto”. ¡Felices!
¡Cuántos nos han precedido en la fe a lo largo de la historia! Todo creyente es descendiente de una larga cadena de hombres y mujeres de fe. La carta a los hebreos recuerda hoy la fe de Abraham y de Sara, que confiaron en una promesa que no vieron plenamente cumplida: que de ellos nacería una descendencia numerosa como las estrellas del cielo. Esa descendencia ellos no la vieron: sólo vieron a su hijo único, Isaac. Pero la vieron en esperanza, que es otra dimensión de la fe. Nosotros somos esa esperanza de la fe de Abraham y Sara.
Por eso se dice también que la “la fe es ciega”. Creemos en lo que no vemos, sí, pero creemos en lo que esperamos, por lejano o imposible que parezca. ¡Curiosa ceguera! El verdadero creyente cree en lo que no ve con los ojos, pero que intuye en su interior (“sólo se ve bien con el corazón”, dice el Principito de Saint Exupery). Y gracias a ello “nuestra alma espera en el Señor” (Salmo) y Jesucristo nos llama hoy a estar preparados, “porque el Hijo del Hombre llegará a la hora menos pensada” (evangelio).
CONALI
Nos reunimos una vez más en el día del Señor para alimentar nuestra fe. Que la Palabra del Señor nos fortalezca hoy en la comunión de toda la Iglesia que celebra. Cantemos con alegría.
La Sabiduría habla, en esta primera lectura, recordando las maravillas que Dios ha obrado en la Historia de la Salvación de su pueblo.
Lectura del libro de la Sabiduría. Como los egipcios habían resuelto hacer perecer a los hijos pequeños de los santos –y de los niños expuestos al peligro, uno solo se salvó– para castigarlos, Tú les arrebataste un gran número de sus hijos y los hiciste perecer a todos juntos en las aguas impetuosas. Aquella noche fue dada a conocer de antemano a nuestros padres, para que, sabiendo con seguridad en qué juramentos habían creído, se sintieran reconfortados. Tu pueblo esperaba, a la vez, la salvación de los justos y la perdición de sus enemigos; porque con el castigo que infligiste a nuestros adversarios, Tú nos cubriste de gloria, llamándonos a ti. Por eso, los santos hijos de los justos ofrecieron sacrificios en secreto, y establecieron de común acuerdo esta ley divina: que los santos compartirían igualmente los mismos bienes y los mismos peligros; y ya entonces entonaron los cantos de los Padres.
Palabra de Dios. R. Te alabamos, Señor.
R. ¡Feliz el pueblo que el Señor se eligió como herencia!
Aclamen, justos, al Señor: es propio de los buenos alabarlo. ¡Feliz la nación cuyo Dios es el Señor, el pueblo que Él se eligió como herencia! R.
Los ojos del Señor están fijos sobre sus fieles, sobre los que esperan en su misericordia, para librar sus vidas de la muerte y sustentarlos en el tiempo de indigencia. R.
Nuestra alma espera en el Señor: Él es nuestra ayuda y nuestro escudo. Señor, que tu amor descienda sobre nosotros, conforme a la esperanza que tenemos en ti. R.
En el Año de la Fe, la segunda lectura nos recuerda que somos herederos de la fe de otros hombres y mujeres que creyeron en las promesas de Dios.
Lectura de la carta a los Hebreos. Hermanos: La fe es la garantía de los bienes que se esperan, la plena certeza de las realidades que no se ven. Por ella nuestros antepasados fueron considerados dignos de aprobación. Por la fe, Abraham, obedeciendo al llamado de Dios, partió hacia el lugar que iba a recibir en herencia, sin saber adonde iba. Por la fe, vivió como extranjero en la Tierra prometida, habitando en carpas, lo mismo que Isaac y Jacob, herederos con él de la misma promesa. Porque Abraham esperaba aquella ciudad de sólidos cimientos, cuyo arquitecto y constructor es Dios. También por la fe, Sara recibió el poder de concebir, a pesar de su edad avanzada, porque juzgó digno de fe al que se lo prometía. Y por eso, de un solo hombre, y de un hombre ya cercano a la muerte, nació una descendencia numerosa como las estrellas del cielo e incontable como la arena que está a la orilla del mar. Todos ellos murieron en la fe, sin alcanzar el cumplimiento de las promesas: las vieron y las saludaron de lejos, reconociendo que eran extranjeros y peregrinos en la tierra. Los que hablan así demuestran claramente que buscan una patria; y si hubieran pensado en aquélla de la que habían salido, habrían tenido oportunidad de regresar. Pero aspiraban a una patria mejor, nada menos que la celestial. Por eso, Dios no se avergüenza de llamarse «su Dios» y, de hecho, les ha preparado una Ciudad. Por la fe, Abraham, cuando fue puesto a prueba, presentó a Isaac como ofrenda: él ofrecía a su hijo único, al heredero de las promesas, a aquél de quien se había anunciado: «De Isaac nacerá la descendencia que llevará tu nombre». Y lo ofreció, porque pensaba que Dios tenía poder, aún para resucitar a los muertos. Por eso recuperó a su hijo, y esto fue como un símbolo.
Palabra de Dios. R. Te alabamos, Señor.
Aleluya. Estén prevenidos y preparados, porque el Hijo del hombre vendrá a la hora menos pensada. Aleluya.
Dios hace promesas. También exhorta a vivir de acuerdo a ellas, sirviendo al proyecto que dejó a sus discípulos como misión, hasta que él vuelva.
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas. Jesús dijo a sus discípulos: «No temas, pequeño Rebaño, porque el Padre de ustedes ha querido darles el Reino. Vendan sus bienes y denlos como limosna. Háganse bolsas que no se desgasten y acumulen un tesoro inagotable en el cielo, donde no se acerca el ladrón ni destruye la polilla. Porque allí donde tengan su tesoro, tendrán también su corazón. Estén preparados, ceñidas las vestiduras y con las lámparas encendidas. Sean como los hombres que esperan el regreso de su señor, que fue a una boda, para abrirle apenas llegue y llame a la puerta. ¡Felices los servidores a quienes el señor encuentra velando a su llegada! Les aseguro que él mismo recogerá su túnica, los hará sentar a la mesa y se pondrá a servirlos. ¡Felices ellos, si el señor llega a medianoche o antes del alba y los encuentra así! Entiéndanlo bien: si el dueño de casa supiera a qué hora va a llegar el ladrón, no dejaría perforar las paredes de su casa. Ustedes también estén preparados, porque el Hijo del hombre llegará a la hora menos pensada». Pedro preguntó entonces: «Señor, ¿esta parábola la dices para nosotros o para todos?» El Señor le dijo: «¿Cuál es el administrador fiel y previsor, a quien el Señor pondrá al frente de su personal para distribuirle la ración de trigo en el momento oportuno? ¡Feliz aquél a quien su señor, al llegar, encuentra ocupado en este trabajo! Les aseguro que lo hará administrador de todos sus bienes. Pero si este servidor piensa: “Mi señor tardará en llegar”, y se dedica a golpear a los servidores y a las sirvientas, y se pone a comer, a beber y a emborracharse, su señor llegará el día y la hora menos pensada, lo castigará y le hará correr la misma suerte que los infieles. El servidor que, conociendo la voluntad de su señor, no tuvo las cosas preparadas y no obró conforme a lo que él había dispuesto, recibirá un castigo severo. Pero aquél que sin saberlo, se hizo también culpable, será castigado menos severamente. Al que se le dio mucho, se le pedirá mucho; y al que se le confió mucho, se le reclamará mucho más».
Palabra del Señor. R. Gloria a ti, Señor Jesús.
La fe es el fruto de una larga herencia. ¿Quiénes han sido importantes en mi fe? ¿Quiénes la han suscitado, marcado, alimentado? ¿Soy yo testigo de fe para los demás?
M. Elevemos nuestra oración confiada al Dios que nos ama y escucha, diciendo:
R. Señor, escucha nuestra oración.
1.- Para que la Iglesia dé testimonio, en todos los lugares de la tierra donde hay creyentes, de una fe viva, una esperanza alegre y un amor atento a los pobres, oremos. R.
2.- Para que el papa Francisco y nuestro obispo N., guiados por la fuerza del Espíritu Santo, conduzcan a la Iglesia con amor y sabiduría, oremos. R.
3.- Para que el Señor suscite vocaciones al sacerdocio, a la vida consagrada y al compromiso laical en todas las comunidades, oremos. R.
4.- Para que a ninguna familia de Chile falte el trabajo, la habitación digna y la educación de los hijos, y puedan así construir un país en el que resplandezca el designio de Dios, oremos. R.
(Se pueden agregar otras peticiones de la comunidad)
M. Padre misericordioso, haz que nuestra oración sea constante y confiada, para crecer más en nuestra adhesión a ti, que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Para las Asambleas Dominicales en Ausencia del Presbítero (ADAP) y la comunión de enfermos.
M. Padre misericordioso, antes de recibir el Cuerpo de tu Hijo Jesucristo, te alabamos por el regalo de la fe y de esta celebración que nos reúne, diciéndote:
R. Alabado seas, Señor y Dios nuestro.
1.- Porque suscitas la fe en tus hijos y la alimentas por medio de los testigos de la historia y los sacramentos de la Iglesia. R.
2.- Porque a pesar de nuestra debilidad nos confías el testimonio de la fe por medio de nuestras palabras y obras. R.
3.- Porque cada vez que nos reunimos en tu Nombre alimentas nuestra fe y nos das nuevas fuerzas para amar al prójimo y construir un mundo de hermanos. R.
M. Con el corazón agradecido te invocamos ahora, Padre, diciendo juntos las palabras que tu Hijo Jesucristo nos enseñó: Padre nuestro…
Canta, Iglesia/ Pan y vino sobre el altar/ En ti, en ti, en ti Señor/ Vengan a mí y coman/ La Elegida.