En el evangelio de este domingo encontramos a Zaqueo, el cobrador de impuestos (publicano) para el Imperio romano. Zaqueo es un hombre notable de la pequeña ciudad de Jericó, por la que Jesús pasa camino a Jerusalén. Como todos los publicanos, es considerado un hombre pecador. Él lo sabe. Está curioso por el entusiasmo de la multitud. Inquieto, quiere ver a ese tal Jesús, cuya fama lo precede y que hoy pasa por su ciudad. Para hacerlo tiene que adelantarse y subir a un árbol. Y allí lo descubre Jesús y lo llama.
Así es cuando queremos ver al Señor: También a nosotros, muchas veces, la multitud nos impide verlo. No sólo la multitud que está fuera de nosotros; también esa muchedumbre que llevamos dentro. Tantas veces nuestro corazón parece taco en hora punta: lleno de pensamientos y preocupaciones que nos encierran en nosotros mismos, no nos dejan salir y nos paralizan. Entonces hay que hacer como Zaqueo: salir de esa muchedumbre, correr, adelantarse y buscar un árbol para ver todo desde la altura. Ese árbol puede ser una persona querida, un amigo, un sacerdote, o un momento de retiro, de reflexión, de oración serena.
El evangelio urge, tiene prisa de que cambie el mundo y de que se conviertan todos los Zaqueos que llevamos dentro; tiene prisa de que cada uno de nosotros viva mejor, que cunda la felicidad, que los pobres sean librados de su miseria, que los enfermos sanen y se reintegren a su vida normal. Y para los que dicen: “Es difícil cambiar” o bien “es imposible transformar el mundo en el que vivimos”, Zaqueo es un ejemplo de lo contrario. El encuentro con Jesús le transforma la vida. Él, que “vino a buscar lo que estaba perdido”, cumple lo que hoy leemos en la primera lectura: Tú te compadeces de todos, porque todo lo puedes, y apartas los ojos de los pecados de los hombres para que ellos se conviertan.
Comisión Nacional de Liturgia
Nos reunimos una vez más en el día del Señor para alimentar nuestra fe. Que la Palabra del Señor nos fortalezca hoy en la comunión de toda la Iglesia que celebra. Cantemos con alegría.
La primera lectura nos introduce en el corazón de Dios y cómo actúa en nosotros para conducirnos hacia él. Escuchemos atentamente lo que nos dice el libro de la Sabiduría.
Lectura del libro de la Sabiduría. Señor, el mundo entero es delante de ti como un grano de polvo que apenas inclina la balanza, como una gota de rocío matinal que cae sobre la tierra. Tú te compadeces de todos, porque todo lo puedes, y apartas los ojos de los pecados de los hombres para que ellos se conviertan. Tú amas todo lo que existe y no aborreces nada de lo que has hecho, porque si hubieras odiado algo, no lo habrías creado. ¿Cómo podría subsistir una cosa si Tú no quisieras? ¿Cómo se conservaría si no la hubieras llamado? Pero Tú eres indulgente con todos, ya que todo es tuyo, Señor que amas la vida, porque tu espíritu incorruptible está en todas las cosas. Por eso reprendes poco a poco a los que caen, y los amonestas recordándoles sus pecados, para que se aparten del mal y crean en ti, Señor.
Palabra de Dios. R. Te alabamos, Señor.
R. Bendeciré al Señor siempre y en todo lugar.
Te alabaré, Dios mío, a ti, el único Rey, y bendeciré tu Nombre eternamente; día tras día te bendeciré, y alabaré tu Nombre sin cesar. R.
El Señor es bondadoso y compasivo, lento para enojarse y de gran misericordia; el Señor es bueno con todos y tiene compasión de todas sus criaturas. R.
Que todas tus obras te den gracias, Señor, y tus fieles te bendigan; que anuncien la gloria de tu reino y proclamen tu poder. R.
El Señor es fiel en todas sus palabras y bondadoso en todas sus acciones. El Señor sostiene a los que caen y endereza a los que están encorvados. R.
El Apóstol ora por sus comunidades, para que la fuerza de Dios las haga dignas de la vocación cristiana y las ayude en su lucha en la vida presente.
Lectura de la segunda carta del Apóstol san Pablo a los cristianos de Tesalónica. Hermanos: Rogamos constantemente por ustedes a fin de que Dios los haga dignos de su llamado, y lleve a término en ustedes, con su poder, todo buen propósito y toda acción inspirada en la fe. Así el Nombre del Señor Jesús será glorificado en ustedes, y ustedes en Él, conforme a la gracia de nuestro Dios y del Señor Jesucristo. Acerca de la Venida de nuestro Señor Jesucristo y de nuestra reunión con Él, les rogamos, hermanos, que no se dejen perturbar fácilmente ni se alarmen, sea por anuncios proféticos, o por palabras o cartas atribuidas a nosotros, que hacen creer que el Día del Señor ya ha llegado.
Palabra de Dios. R. Te alabamos, Señor.
Aleluia. Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único; todo el que cree en Él tiene Vida eterna. Aleluia.
Jesús es el amor de Dios entre nosotros, que va llegando a todos. Escuchemos su Buena Noticia con alegría y recibámosla con nuestro Aleluya.
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas. Jesús entró en Jericó y atravesaba la ciudad. Allí vivía un hombre muy rico llamado Zaqueo, que era jefe de los publicanos. Él quería ver quién era Jesús, pero no podía a causa de la multitud, porque era de baja estatura. Entonces se adelantó y subió a un sicómoro para poder verlo, porque iba a pasar por allí. Al llegar a ese lugar, Jesús miró hacia arriba y le dijo: «Zaqueo, baja pronto, porque hoy tengo que alojarme en tu casa». Zaqueo bajó rápidamente y lo recibió con alegría. Al ver esto, todos murmuraban, diciendo: «Se ha ido a alojar en casa de un pecador». Pero Zaqueo dijo resueltamente al Señor: «Señor, yo doy la mitad de mis bienes a los pobres, y si he perjudicado a alguien, le doy cuatro veces más». Y Jesús le dijo: «Hoy ha llegado la salvación a esta casa, ya que también este hombre es un hijo de Abraham, porque el Hijo del hombre vino a buscar y a salvar lo que estaba perdido».
Palabra del Señor. R. Gloria a ti, Señor Jesús.
¿Cuál es la multitud que no me deja ver a Jesús en mi vida? ¿Qué pensamientos o preocupaciones me encierran en mí mismo y me impiden reconocer al Señor? ¿Qué puedo hacer para verlo, dónde está mi árbol?
M. Con la certeza de ser escuchados y amados por Dios, presentémosle nuestras oraciones.
1.- Por la Iglesia, para que anuncie la bondad y la misericordia de Dios a todos los que se reconocen pecadores. Oremos.
R. Señor, míranos con misericordia.
2.- Por los que gobiernan las naciones del mundo, para que busquen la paz entre todos los pueblos de la Tierra, erradicando toda forma de violencia. Oremos. R.
3.- Por quienes viven en angustia por no sentirse amados y padecer injusticias. Oremos. R.
4.- Por nosotros, para que nos sintamos amados por Dios y con humildad busquemos su perdón. Oremos. R.
(Se pueden agregar otras peticiones de la comunidad)
M. Padre de misericordia, escucha la oración de tus hijos y muéstranos tu amor, para que nos convirtamos a ti, y vivamos como hijos tuyos. Por Jesucristo nuestro Señor.
Para las Asambleas Dominicales en Ausencia del Presbítero (ADAP) y la comunión de enfermos.
M. Alabemos y demos gracias al Padre de los cielos que en Jesús nos revela su amor y misericordia.
R. ¡Bendito seas, Padre de misericordia!
1.- A ti Padre, que amas todo lo que existe y no aborreces nada de lo que has hecho, te alabamos. R.
2.- A ti Padre, que te compadeces de todos y apartas los ojos de los pecados de los hombres para que ellos se conviertan, te alabamos. R.
3.- A ti Padre, bondadoso y compa-sivo, lento para enojarse y de gran misericordia, te alabamos. R.
M. Porque en Jesús nos has expresado de una vez para siempre tu alianza de amor con la humanidad, con alegría filial te decimos: Padre nuestro….
Yo creo en Dios que canta/ Juntos nos acercamos/ La casa de Zaqueo/ Magnificat.