René Rebolledo Salinas, arzobispo de La Serena
El Tiempo de Cuaresma, que iniciara la comunidad cristiana el Miércoles de Ceniza -5 de marzo pasado- tiene la finalidad de favorecer la disposición interior, para celebrar con gozo la gran solemnidad de la resurrección de Nuestro Señor. La Vigilia Pascual está prevista para el sábado 19 de abril, mientras la Pascua el domingo 20.
En las celebraciones eucarísticas del sábado 29 y domingo 30 de marzo, la comunidad cristiana acoge hermosos textos bíblicos. En la primera lectura Josué 4, 19; 5, 10-12; el Salmo responsorial es el 33, 2-7; mientras la segunda lectura de la 2a Carta a los Corintios 5,17-21; y el Evangelio de Lucas 15,1-3. 11-32, Dios Padre de Amor y Misericordia.
La ocasión de la parábola es la respuesta del Señor a quienes murmuraban porque “Éste recibe a pecadores y come con ellos” (v 2). El Señor responde hablando de la misericordia del Padre y de su alegría por un pecador que se convierte y retorna.
Invito a los amables lectores, en la imposibilidad de analizar uno de los más bellos pasajes bíblicos, a contemplar algunos aspectos fundamentales de la Parábola en esta breve columna. Ante todo, la imagen del Padre que trasluce. Él es el verdadero protagonista que ama a los dos hijos, los espera y perdona. Él sale al encuentro del hijo menor con los brazos abiertos, pues es Padre de amor, bondad y misericordia. En esta escena contemplamos también a su Hijo, Cristo Jesús, que en la cruz con sus brazos abiertos acoge a todos manifestándonos inmenso amor y perdonándonos.
Los brazos abiertos del Padre en la parábola y los brazos abiertos de Cristo en la cruz, nos hacen presente por qué el Hijo de Dios ha venido al mundo: Para manifestar el amor del Padre a todos, liberar al hombre del pecado, vale decir, abrazarnos para salvarnos a todos. ¡Todos pecadores! ¡Todos necesitados del amor y de la bondad del Señor!
El vínculo Padre-hijo es anterior al pecado. El Padre sale al encuentro de su hijo y no de un pecador. Por ello la fiesta, signo y expresión del perdón, de la dignidad del hijo reconquistado. El Padre se alegra porque ha quedado a salvo la dignidad de su hijo.
El amor del Padre por sus hijos es total y definitivo. En la parábola lo observamos en su actitud, tanto en el diálogo con el hijo mayor, que ha vivido colmado del amor del Padre sin valorarlo suficientemente, como en la actitud con el hijo menor. La alegría del Padre por el retorno del hijo menor emociona. En su viaje de regreso a la casa paterna, ha preparado las palabras de su confesión y de su dolor. Antes de que pronuncie palabra alguna para excusarse, el Padre corre a su encuentro y lo cubre con manifestaciones de su amor: “Enseguida, traigan el mejor vestido y vístanlo; póngale un anillo en el dedo y sandalias en los pies. Traigan el ternero engordado y mátenlo. Celebremos un banquete. Porque este hijo mío estaba muerto y ha revivido, se había perdido y ha sido encontrado. Y empezaron la fiesta” (vv 22-24).
Emociona escuchar esta Parábola que deja traslucir el amor, la bondad y la misericordia de nuestro Padre Dios. Tengamos presente, sin embargo, que oímos una parábola, la realidad del amor del Padre por su Hijo Jesús y en Él por todos nosotros es aún muchísimo mayor. Nos resta acoger tanto amor, solo por amor, y procurar responder al Padre eterno, en su gracia, también con amor.