Este primer domingo de noviembre es el 31° del Tiempo Ordinario. El miércoles recién pasado celebró la comunidad cristiana la solemnidad de Todos los Santos, dando gracias a Dios, pues en su bondad infinita participa de su propia santidad. ¡Él es todo santo! Al celebrar con gozo espiritual ese día maravilloso tuvo presente la convocatoria, a las hermanas y hermanos que han vivido entre nosotros buscando identificarse con Cristo el Señor todos los días de su vida, procurando realizar la voluntad de Dios. Los invocó, pues los santos interceden por nosotros: ¡Son nuestros amigos! Conocieron las complejidades de la vida y, no obstante, fueron fieles al encuentro sostenido con Jesucristo, que señaló sus vidas para siempre. Recordó también que la vocación de cada uno de sus miembros es a la santidad, que consiste esencialmente en amar a Dios sobre toda otra realidad y al prójimo como a sí mismo.
Por otra parte, el jueves 2 conmemoró a todos los Fieles Difuntos, manifestando su fe en la resurrección de la carne. Tuvo presente que el misterio de la resurrección es fundamental en la vida del Señor y, consecuentemente, para todos los bautizados.
En este domingo acoge la Palabra del Señor, textos bíblicos desafiantes: La primera lectura del Profeta Malaquías 1, 14-2, 2,2.8-10; el Salmo que se recita es el 130,1-3; la segunda lectura corresponde a la Primera Carta a los Tesalonicenses 1, 5; 2,7-9.13; y el evangelio que se proclama es Mateo 23, 1-12, invectiva contra los letrados y los fariseos, porque “dicen y no hacen” (v 3).
La enseñanza de Jesús es para la multitud y sus discípulos (v 1), también los de todos los tiempos, incluidos obviamente nosotros. Es una fuerte crítica a los letrados y fariseos, los dirigentes de la sociedad: “Ustedes hagan y cumplan lo que ellos digan, pero no los imiten; porque dicen y no hacen” (v 23). Figuran condenadas con seriedad ciertas actitudes: La arbitrariedad de imposiciones, la vanidad, como la ostentación en la fiel observancia de la ley, también la dificultad para escoger lo fundamental y dejar lo accidental en un segundo plano. Lo más importante: es criticada por el Maestro la falta de coherencia entre doctrina y vida.
Su enseñanza es perenne, sus discípulos no pretendan llamarse maestros: “Ustedes no se hagan llamar maestros, porque uno solo es su Maestro, mientras que todos ustedes son hermanos” (v 8). Tampoco deben en la tierra llamar a nadie padre, “pues uno solo es su Padre, el del cielo” (v 9). De igual modo, a nadie deben llamar jefes “porque solo tienen un jefe que es el Mesías” (v 10). Finalmente, dos preciosas enseñanzas, que son grandes desafíos: “El mayor de ustedes que se haga servidor de los demás. Quien se alaba será humillado, quien se humilla será alabado” (vv 11-12).
Radicalmente exigente la Palabra del Señor en este día. Junto con agradecerle este don que a todos desafía, nos disponemos –contando con su gracia- buscar realizarla en nuestra vida. ¡Jesús es nuestro Maestro! Aprendemos de su presencia, Palabra y obras para ser sus discípulos misioneros en nuestro tiempo. Asumimos nuestro servicio en la sociedad y en la Iglesia, como lo que verdaderamente es y debe ser, un servicio, realizarlo con gran humildad y sencillez, pues el de nuestro Maestro es hasta la cruz y el de la Virgen santa lo pudo realizar porque Dios “se ha fijado en la humillación de su esclava” (Lc 1, 48) y, por ello, el Señor realizó en su vida “grandes cosas” (Lc 1, 49).