Andrés R. M. MOTTO, CM
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Mis queridos lectores los extrañé el mes de febrero, pero a partir de marzo nos encontraremos nuevamente todos los meses. Como sabemos, el papa Francisco a través de la bula Spes non confundit, nos invita a vivir el Jubileo 2025 como un tiempo de esperanza y reconciliación. Antes de analizar la esperanza como virtud teologal podemos analizar lo que es la esperanza humana. Como dice el papa Francisco “en el corazón de toda persona anida la esperanza como deseo y expectativa del bien, aun ignorando lo que traerá consigo el mañana”. O como decía Julio Cortázar, la esperanza es la vida misma defendiéndose.
Pero la esperanza se suele “codear” con su oponente: la desesperanza. También podemos hablar del sentimiento de absurdo. Los cuales pueden surgir por muchos motivos, a veces diferentes de una persona a otra: el triunfo de los malos, el sufrimiento de los justos, el desencuentro de los amantes, las traiciones, el que tantos incapaces y por tanto tiempo gobiernen, la muerte que se lleva lo que amamos, etc. Estas situaciones de absurdo y desesperanza pueden jaquear a la esperanza ya que si las cosas son desatinadas… ¿Qué se puede esperar?
Les invito a preguntarle a un pensador de fuste, muchas veces malentendido, que nos cuente sobre la esperanza y el absurdo. Me refiero a Albert Camus (1913-1960). Encuentra en el mundo moderno dos tipos de pensadores extremos: los pensadores que exageran y absolutizan el poder de la razón humana (a los suele llamar “racionalistas”) y los pensadores que niegan y desprecian la capacidad de la razón humana. Si seguimos a estas dos tendencias pasamos de un extremo al otro: de la ilusión optimista a la desilusión pesimista.
Hay un tercer tipo de pensadores: los realistas, que reconocen la capacidad real de la razón, pero también aceptando sus límites. Quien está en esta postura descubre en su corazón un deseo enorme de conocer. Pero suele chocar con lo que llama “el espesor y la extrañeza del mundo”. El resultado suele ser que el deseo de conocer queda insatisfecho. Cuando la persona se da cuenta de la distancia que hay entre estos dos polos (el mucho deseo y las pobres posibilidades reales) toma conciencia de una contradicción que experimenta como lo absurdo: El “sentimiento” del absurdo, sentimiento no noción. El pensador realista en un momento de su vida se da cuenta de esto y Camus le llama el pensador “absurdo”.
Si esto es así, ¿vale la pena seguir? Claro que sí. La tarea es describir la realidad tal cual es, sin ilusiones… El pensador entonces asume algo de artista: ya que “escribe en imágenes”. Lo cual tiene una ventaja: La elección de escribir en imágenes, en novelas, más que con razonamientos, revela que está persuadido de la inutilidad de todo principio general de explicación y convencido que la apariencia sensible puede enseñar (II, p. 178). Cuando Camus dice esto, piensa en los grandes novelistas, entre los que cita a Balzac, Stendhal, Melville, Dostoievsky… y afirma “Los grandes novelistas son novelistas filósofos, que es lo contrario a escritores con tesis” (II, p. 178).
Según él, los novelistas filosofan en imágenes extraídas de la realidad, las cuales revelan y penetran la realidad más que los puros razonamientos. Por ejemplo, el novelista Melville, autor de Billy Budd y Moby Dick, entra de una manera mítica, literaria en la hondura y misterio de la realidad. Si les parece, el próximo mes seguimos con Camus a ver si termina en la esperanza o la desesperanza. ¿Qué opinan?
Les dejo unas preguntas para reflexionar. 1) ¿Soy una persona optimista? 2) ¿En qué momentos he tenido lapsos de depresión, desesperanza y de vida absurda? ¿Qué lo motivó? 3) ¿Que obras literarias me enseñaron sobre la vida?
* Cf. ALFARO, Esperanza cristiana y liberación del hombre. Herder. Barcelona 1973; CAMUS, Albert. Oeuvres 2 tomos. Gallimard. 1962; DE CASSAGNE, INÉS. “Albert Camus: su visión de la modernidad”. Universitas. 2(julio 2006) 93-107.